Un compendio de mis deambulaciones literarias y filosóficas, y otros yerros.
 
4. Verosimilitud y realidad

4. Verosimilitud y realidad

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La verosimilitud como motivación epistémica de los científicos

En el tercer y último apartado del artículo en el que he centrado mi análisis (Realismo versus antirrealismo: ¿Problema filosófico o preocupación científica), JZB empieza escribiendo: “Tener una actitud realista o instrumentalista con respecto a una particular teoría científica, modelo, hipótesis, etc. (es decir, aceptar si alguna teoría es cierta, si algunas entidades existen…) es motivo de preocupación para los científicos de carne y hueso, como hemos visto en la subsección previa”. Se refiere, por tanto, a la propensión a tomar decisiones de uno u otro tipo en el ámbito de la investigación científica, decisiones como pueden ser si una teoría acumula suficiente evidencia en su favor (podría pensarse, por ejemplo, en la gravedad cuántica de bucles) o si, en el seno de una determinada teoría, queda suficientemente demostrada la existencia de una entidad particular (por ejemplo, el bosón de Higgs dentro del modelo estándar de partículas). Las situaciones en las que surgen debates científicos de este tipo se producen frecuentemente en lo que podríamos llamar frentes de avance de las diversas disciplinas científicas, y corresponden, por tanto, a las etapas de formación o cambio (revolución) de las teorías, pero no son normales en relación con los elementos nucleares de una teoría consolidada. En cualquier caso, creo que, si se pueden calificar las posturas que toman los científicos en estas situaciones como realistas o instrumentalistas, es solo por analogía con las posturas de la filosofía de la ciencia que se conocen con estos mismos nombres. Las primeras son posturas que se adoptan en debates internos de las ciencias, y que tiene, además, un matiz de provisionalidad y contingencia; las segundas son posturas meta-científicas que corresponden a interpretaciones diferentes sobre el alcance ontológico de las teorías científicas.

A continuación, JZB lleva a cabo un análisis muy interesante sobre las motivaciones que llevan a los científicos de carne y hueso a adoptar en estos debates posiciones del tipo que previamente ha caracterizado como instrumentalistas o como realistas. Para ser precisos, de entre las motivaciones que puedan tener los científicos, se ocupa solo de las epistémicas, es decir, aquellas relacionadas con el objetivo de obtener conocimiento a partir de la ciencia. Es muy razonable suponer que ese tipo de motivaciones existen y que desempeñan un papel muy importante en las decisiones de los científicos. Incluso podría decirse que al científico ideal solo le interesa eso como objetivo de su actividad científica: obtener conocimientos. Seguramente este científico ideal no existe, y cualquier científico real posee, además, otras motivaciones menos puras, pero también es seguro que al científico real le guía en mayor o menor medida ese deseo de obtener más y mejores conocimientos. La cuestión que plantea JZB es: cuando, teniendo en mente esa motivación, el científico se ve en una situación en la que debe adoptar una de las dos posturas mencionadas, calificadas como realista o instrumentalista, ¿cómo influirá esa motivación para llevarle a adoptar una u otra?

Para responder a esta pregunta, JZB aplica el concepto económico de función de utilidad, que mide el provecho que obtendrá un consumidor al adquirir un determinado bien. Como agente racional que es, podemos suponer que el consumidor valorará este provecho a la hora de tomar sus decisiones sobre si consumir o no un determinado producto, y el análisis de la conducta del consumidor a la luz de esa función de utilidad permite al economista entender la racionalidad de sus decisiones. De la misma manera, los científicos son agentes racionales, y, por tanto, sus decisiones sobre si “comprar” o no una determinada teoría o un determinado objeto teórico deben poder entenderse desde la perspectiva de la valoración que hagan sobre el provecho que les puede reportar su decisión. Como nos hemos restringido a las motivaciones epistémicas, este provecho se concreta en cómo esperan mejorar su conocimiento en función de la decisión que adopten. ¿Y en qué consiste esa mejora de conocimiento, cómo puede concretarse y valorarse? JZB utiliza el concepto de verosimilitud, entendido en el sentido ordinario de “parecido a la verdad”. Por tanto, los científicos toman sus decisiones esperando obtener gracias a ellas conocimientos que sean más parecidos a la verdad. La valoración de este parecido no puede hacerse en relación con la Verdad Definitiva, puesto que no la conocemos, y, por tanto, no puede utilizarse como término de comparación, pero JZB propone una definición de verosimilitud que obvia la necesidad de conocerla:

“Más en concreto, definiré la verosimilitud de una teoría como la semejanza entre la imagen del mundo ofrecida por la teoría y la imagen que se deriva de la parte que conocemos de la verdad (esto es, los «datos»), ponderada por la magnitud de esa parte de la verdad. Es decir, una teoría científica será tanto más verosímil cuanto más semejante sea la descripción que ofrece del mundo a lo que de hecho sabemos sobre la realidad, y, a medida que vamos conociendo más y más hechos, la teoría se irá haciendo más verosímil si consigue al menos mantener el mismo grado de semejanza con ese conjunto creciente de hechos. Mi hipótesis es que los científicos tienden a preferir las teorías que son más verosímiles, en este sentido del término.” (Cuestión de protocolo. Ensayos de metodología de la ciencia, cap. V, 3).

Bien, aceptemos que así es como toman sus decisiones los científicos cuando lo hacer movidos solo por objetivos epistémicos. Mi aceptación es, en este caso, más que hipotética, es decir, no lo admito solo hipotéticamente con el fin de examinar y valorar las conclusiones que puedan obtenerse a partir de ella, sino que realmente me parece una explicación razonable. Verosímil, podría decir. Por desgracia, en relación con el tema que nos ocupa, que es el realismo o antirrealismo en filosofía de la ciencia, la explicación no es demasiado fértil (lo cual no le resta un ápice de valor en relación con la finalidad para la que ha sido diseñada). Porque lo que aporta la tesis de la búsqueda de verosimilitud como objetivo epistémico de los científicos, no es más que lo que ya había quedado claro antes:

“Esto quiere decir que los científicos, que se comportan como «realistas» cuando disponen de una teoría «firmemente establecida», para la que no esperan que se produzcan nuevos resultados empíricos relevantes, en cambio se comportarán como «instrumentalistas» cuando estén desarrollando nuevas teorías o hipótesis”. (Cuestión de protocolo, cap. V, 5).

Queda claro que no se trata de que los científicos adopten posturas realistas o instrumentalistas, sino que “se comportan como” una cosa o la otra en función del punto en que se encuentren en una determinada investigación. Tenemos solo una analogía.

Una verosimilitud inestable

Mi revisión de la postura de JZB sobre el realismo podría acabar aquí: la visión del avance de la ciencia como (fruto de) la búsqueda de explicaciones cada vez más verosímiles no parece relevante desde el punto de vista del realismo entendido como interpretación metafísica del conocimiento científico. Pero no acabo todavía, y expresaré la razón por lo que no lo hago de una manera directa y un poco ruda. Si lo hiciera (si lo hubiera hecho), me quedaría con la sensación de que JZB mantiene una postura realista pero no quiere que lo parezca. Y no porque se avergüence de ello, supongo, sino porque no quiere quedar expuesto a las críticas que usualmente suelen hacerse a esta postura (eso también lo supongo). En consecuencia, defiende una especie de realismo “minimalista” (¿deflacionista?) que lo convierte en algo tan, tan pequeño, que cuesta mucho de ver y, por tanto, hace difícil encontrar un blanco al que disparar.

Y si ahora acabara aquí se me podría acusar, justamente, de haberme quedado en un juicio de intenciones. Estoy obligado, por tanto, a fundamentar mis sospechas (en la medida de lo posible). Al fin y al cabo, que esta sea o no la intención de JZB es irrelevante desde el punto de vista filosófico. Expresaré ahora mi punto de vista de una manera más neutral: la postura sobre el realismo científico que se puede deducir (que yo deduzco) de lo que JZB ha escrito (y yo he leído) sobre el tema, comporta una posición de equilibrio tan difícil que resulta ser inestable.

En “Cuestión de protocolo” dedica el capítulo V a explicar su idea de verosimilitud “con rostro humano”. Dice allí que, al comparar teorías basándose en la verosimilitud, los científicos son «más “realistas” que “instrumentalistas”, en el sentido de que no sólo valorarán el éxito predictivo, sino también la plausibilidad de los supuestos de cada teoría, es decir, su coherencia con los requisitos ontológicos contenidos en las presuposiciones básicas de aquellos científicos, las cuales son, al fin y al cabo, las que determinan principalmente el grado de probabilidad que cada científico asigna a priori a cada situación concebible.» (Cap. V, 4) En definitiva, los científicos eligen las teorías que creen que describen mejor la realidad. Inmediatamente, puntualiza: «Es importante señalar que estoy usando los términos “realismo” e “instrumentalismo” entrecomillados para indicar que con ellos me refiero a la actitud de los científicos hacia sus teorías, más bien que a sendas tesis filosóficas.» El “realismo” sería, por tanto, una actitud subjetiva, una creencia que orienta las decisiones de los científicos, algo así como una idea reguladora. Pero, tal como plantea las cosas JZB, la línea de demarcación entre el “realismo” como actitud y el realismo puro y duro es tan fina que uno puede traspasarla sin advertirlo. Porque, en la medida en que las teorías elegidas en función de su coherencia con unos determinados requisitos ontológicos resulten ser exitosas, es decir, en la medida en que los científicos que las han elegido puedan valorar que han conseguido efectuar buenas elecciones, pueden considerar validado el criterio de acuerdo con el cual las han elegido. Y no sé si los científicos dan este paso (digo que no lo sé porque no tengo datos en los que apoyarme, pero estoy convencido de que sí), pero lo que importa aquí es que me parece ver a JZB dándolo. Intentaré mostrarlo.

El último apartado del capítulo que he citado, está dedicado a explicar la naturaleza del progreso científico a la luz de la idea de que los científicos orientan sus decisiones valorando sobre todo el “grado de realismo” de las teorías. Y leemos:

«Esta interpretación del progreso científico es realista en el sentido de que afirma que la ciencia nos descubre cada vez más tipos de estructuras reales, y nos proporciona una información cada vez mayor sobre ellas.» (Cap. V, 8). Aquí ya no aparecen las comillas cuando se habla de la realidad de las estructuras que descubre la ciencia: tenemos realidad sin matices. Tenemos, por tanto, realismo sin matices, realismo filosófico. Pero el hecho de que los científicos elijan teorías con un criterio “realista” y luego las consigan verificar no las convierte en reales, las convierte en teorías verificadas. Y el éxito alcanzado al aplicar un criterio “realista” puede considerarse que sirve para validar ese criterio, es decir, para demostrar que es un buen criterio, pero no para demostrar que sus supuestos son ciertos. Si alguien tiene dificultades para hablar en público y un experto le recomienda que imagine que quienes le escuchan están desnudos y él lo hace y tiene éxito, ese éxito no demuestra que quienes le escuchan están desnudos, sino solo que imaginarlos así es un buen método para obtener algo (seguridad al hablar en público) que, en realidad, no tiene nada que ver con el hecho de el público vaya o no desnudo. La diferencia es que, en el caso de los científicos, el criterio sí que parece estar conectado con el resultado (obtener conocimientos verdaderos), pero, en todo caso, esa conexión no es lógica: lo que se obtiene son teorías verificadas, nada más. Ni nada menos.

 Reconstruyamos cómo se ha llegado hasta aquí: si el progreso científico puede calificarse como realista, y si el “realismo” hay que entenderlo como una creencia que orienta las decisiones de los científicos, no se deduce de ahí que esas estructuras que descubren son reales (serían, en todo caso, “reales”), a no ser que se considere que la verificación de sus teorías a través de la evidencia empírica verifica también sus supuestos ontológicos. Es decir, a no ser que se considere que esas creencias eran algo más que creencias: eran hipótesis científicas (o formaban parte de ellas). Se ha de considerar que eran científicas, puesto que se consideran verificadas mediante los criterios de verificación propios de la ciencia. Podría decirse que las hipótesis científicas que se someten a verificación son también creencias, pero lo cierto es que son algo más, en la medida en que hay un consenso sobre los criterios de acuerdo con los cuales pueden verificarse o falsarse, y ese algo más es lo que les confiere naturaleza científica. Ese consenso no existe en el caso de las “hipótesis ontológicas” (los antirrealistas ya saben que muchas teorías científicas se verifican exitosamente, y eso no les hace moverse de su posición), por lo que no veo la manera de promocionarlas a un estatus superior al de simples creencias.

Me parece advertir aquí la misma estrategia que en el caso del argumento del no-milagro: hacer ver que determinadas consecuencias ontológicas están implícitas en el éxito de la actividad científica. Y, al igual que entonces, creo que la derivación de esas consecuencias ontológicas es una tarea meta-científica, puesto que no están afectadas por la actividad científica. JZB muestra que las hipótesis ontológicas sí que afectan a la actividad científica orientando determinadas elecciones de los científicos, pero esta afectación no es sustancial, esto es, no tiene que ver con la verdad o validez de las teorías (formaría parte del contexto de descubrimiento y no del contexto de justificación). De la misma manera, las posturas meta-científicas sobre el estatus ontológico de los objetos y estructuras de las teorías científicas están afectadas por la actividad científica, puesto que la toman como punto de partida, y, de hecho, no se plantearían si esta no existiera, pero su verdad no puede deducirse de ella: no son ciencia, son meta-ciencia.

Lo que va del pragmatismo al realismo

He dicho antes que la postura de JZB sobre el realismo científico trata de mantener un equilibrio que resulta ser inestable. Esta inestabilidad se pone de manifiesto especialmente en su postura con respecto a la verificación de las teorías científicas. En principio hay razones teóricas para argumentar que una teoría nunca estará completamente verificada, y el propio JZB analiza dos de estos argumentos. El primero es que una verificación completa requeriría un número infinito de observaciones. Su respuesta es que el funcionamiento de nuestro sistema cognitivo y comunicativo se basa en nuestra capacidad de captar regularidades empíricas a partir de un número finito de observaciones, y por tanto “la verificación práctica de una hipótesis universal no puede requerir un número infinito de casos observados”. (Cuestión de protocolo, Cap. IV). Observemos que el propio JZB resalta que se trata de una verificación práctica: nuestra capacidad de captar regularidades empíricas no es infalible y siempre hay la posibilidad de que estemos equivocados, pero, a los efectos prácticos de nuestra vida cotidiana, damos por buenas un gran número de estas regularidades; el mismo criterio puede aplicarse a las teorías científicas. El segundo argumento afirma que una teoría podría ser falsa aunque todas sus predicciones que han sido empíricamente contrastadas se cumplan, pues podrían cumplirse por un motivo distinto al que especifica la teoría. La respuesta es parecida: “la noción de verificación práctica que hemos empleado antes sirve ahora igual: lo que queremos decir al afirmar que una teoría «ha sido verificada» no es que nuestras observaciones demuestren indudablemente la verdad de esa teoría, sino que consideramos que tenemos suficientes argumentos como para aceptarla como verdadera.” Así pues, se admite que la verificación nunca será completa, pero sí suficiente a efectos prácticos. La verificación tiene, por tanto, un carácter pragmático, y la verdad de las teorías verificadas debería heredar este carácter pragmático.

En otro capítulo desarrolla un modelo formal de contrastación de teorías basado en la teoría de juegos semánticos de Hintikka, y, a los efectos que me interesan, la postura es la misma: el juego de la contrastación entre verificadores y falsadores es posible y, sobre todo, puede tener un final, porque unos y otros se acuerdan un conjunto de reglas que deben seguirse, gracias a las cuales quedan acotados conjuntos potencialmente infinitos de aplicaciones empíricas, leyes especiales, etc. Nuevamente, la verdad de las teorías verificadas debería heredar las dependencias pragmáticas del proceso de verificación. Pero, al final, JZB desborda estas dependencias pragmáticas y afirma:

“Creo que esta forma de entender la contrastación de las teorías nos permite asumir sin complejos el hecho de que, como veíamos en el capítulo IV, una parte considerable del conocimiento científico esté verificado. Pensemos, por ejemplo, en el movimiento de la Tierra, en la tabla periódica de los elementos, o en la constitución celular de los seres vivos. Es hasta cierto punto un escándalo de la filosofía de la ciencia el que cosas de este tipo no puedan ser tomadas como conocimientos que tengamos garantías suficientes para aceptar como verdaderos.” (Cuestión de protocolo”, Cap. V, 8).

En realidad, no puedo juzgar con justicia si la protesta de JZB está o no fundamentada, puesto que no conozco las razones que tienen los filósofos de la ciencia a los que se refiere para mantener la postura que le escandaliza, pero, en cierta forma, yo también me siento (modestamente) acusado. Porque no creo que actualmente exista ningún filósofo que merezca la atención de JZB y defienda una astronomía geocéntrica. Yo tampoco lo hago, pero creo, como JZB, que el movimiento de la tierra está verificado a partir de criterios pragmáticos y, por tanto, su verdad está condicionada por esos criterios. Yo la acepto, y estoy seguro (apuesto a ciegas) que también lo hacen aquellos contra quienes arremete JZB, pero matizo que su verdad no es indudable. Y el propio JZB debería estar de acuerdo, puesto que ya lo hemos visto antes afirmar que en el proceso de verificación “no es que nuestras observaciones demuestren indudablemente la verdad de esa teoría”.

Pero uno podía plantearse: una teoría que ha sido verificada no infinitamente, pero sí exhaustivamente, ¿no sería razonable considerarla ya indudablemente verdadera? Para ello habría que salvar otro obstáculo que el propio JZB ha señalado: la posibilidad teórica de que pueda existir una teoría distinta que explique los mismos hechos. Aceptamos la que tenemos como verdadera por razones prácticas, porque explica bien los hechos y está exhaustivamente verificada, pero eso no excluye que pudiera haber otra que cumpliera esas mismas condiciones. Podría existir, y si existiera, hay buenas razones prácticas para que no la hayamos encontrado: ¿Por qué buscarla, si ya tenemos una plenamente adecuada? Pues bien: JZB quiere cerrar también la puerta a esa posibilidad. Dice:

“esto significa que cuando «verificamos» una teoría como la tabla periódica de los elementos, por ejemplo, lo que estamos haciendo es confirmar que los hechos conocidos son justo los que tendrían que ser si la tabla fuera correcta, y que esos mismos hechos permiten descartar todas las explicaciones razonables alternativas.” (Cuestión de protocolo”. Cap. VII, 6) .

Francamente, no veo en el juego de contrastación que plantea JZB nada que pueda servir para descartar teorías alternativas. Siendo un método de contrastación de una teoría, el resultado final solo puede ser una de dos posibilidades: la teoría queda verificada, o la teoría queda falsada, pero la posibilidad de que pueda existir otra teoría sobre los mismos hechos simplemente no se considera. No entiendo la afirmación de que los hechos descartan explicaciones alternativas; solo puedo imaginar una metodología en que los hechos sirvan para verificar o descartar una explicación concreta, no para excluir otras explicaciones que ni se consideran ni, seguramente, se imaginan. A no ser que se interprete que lo que se quiere decir es “Solo puede haber una verdad y tenemos suficientes razones para estar seguros de que es esta”. Al hacerlo, se estaría basculando desde una teoría de la verdad de tipo pragmático que se aplica durante el proceso de verificación, a una teoría de un tipo diferente, ontológicamente comprometida, que se aplica cuando el proceso de verificación se considera suficientemente completado. Percibir esta basculación es lo que me hace describir la posición de JZB como un equilibrio inestable.

Volvamos ahora a la idea de progreso científico entendido como incremento de la verosimilitud de las teorías. Ha quedado claro que la verosimilitud no se define en relación con algún tipo de verdad absoluta. El concepto no es lógico sino epistemológico: las teorías científicas no nos acercan cada vez más a la verdad, sino al conocimiento de la realidad. “La cuestión importante no es si existe una «verdad absoluta» por descubrir, que sirva como límite ideal de la investigación científica, sino si el conocimiento alcanzado en una época cubre un ámbito de la realidad relativamente mayor que el conocimiento poseído en la época precedente, y si lo hace con más rigor”. (Cuestión de protocolo”, Cap. V, 8). Sin embargo, esto se dice inmediatamente después de la afirmación anteriormente citada de que la ciencia nos descubre cada vez más tipos de estructuras reales. Nuevamente, lo que subyace aquí ya no es una concepción pragmatista del conocimiento, sino una epistemología realista: el conocimiento nos permite descubrir cómo es la realidad. JZB podría argumentar que, aunque es cierto que el criterio que orienta la búsqueda del conocimiento científico es pragmático, pues puede analizarse mediante una función de utilidad, la utilidad que se persigue es, precisamente, la obtención de conocimiento, y, por tanto, en la medida en la que los científicos obtengan aquel beneficio que esperaban obtener, lo que habrán obtenido serán conocimientos verdaderos. Pero en realidad todo el proceso sigue confinado en el círculo del pragmatismo, puesto que, para valorar si sus expectativas han sido satisfechas, tendrán que aplicar criterios que les permitan decidir si han obtenido conocimientos verdaderos, y, como hemos visto, estos criterios vuelven a ser pragmáticos.

En definitiva, el concepto de verosimilitud que defiende JZB es una buena manera de interpretar el progreso científico, y ofrece una formalización rigurosa que da cuenta de las diversas estrategias metodológicas que siguen los científicos en diferentes fases de su actividad. Entendido de esta manera, no solo no puedo criticarlo, sino que lo encuentro esclarecedor, y quiero hacer constar que he aprendido estudiándolo y me ha ayudado a entender mejor la metodología científica y otras cuestiones conectadas. Pero tengo que insistir en que el concepto se vuelve incoherente a partir del momento en que considera que el resultado natural de la actividad científica es (algunas veces y con todas las cautelas que se quiera) el conocimiento de estructuras reales o de teorías indudablemente verdaderas sobre aspectos de la realidad. Que existe la aspiración y la motivación de alcanzar ese conocimiento verdadero de la realidad, es indudable. Que muchos de los protagonistas del avance científico (casi todos) creen haberlo conseguido, también. Pero que estén justificados a creerlo porque el avance de la ciencia, o su metodología, garantiza la obtención de ese resultado, eso no.

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