Un compendio de mis deambulaciones literarias y filosóficas, y otros yerros.
 
1. Realismo: ¿filosofía o ciencia?

1. Realismo: ¿filosofía o ciencia?

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Presentación

Inicio aquí la publicación de una serie de entradas en las que analizaré la postura del profesor Zamora Bonilla sobre el realismo científico. Su formato y contenido serán tan diferentes de lo que suelo publicar en este blog que me siento obligado a aclarar antes que nada mi motivación e intenciones.

Todo empezó con un breve debate que mantuve recientemente en la red social antes conocida como Twitter (y rebautizada por su actual propietario con una ominosa X) con el profesor Jesús Zamora Bonilla, a quien a partir de ahora me referiré, por razones de economía de lectura y escritura y con el máximo respeto, como JZB. Soy gozoso seguidor suyo en esa red (es @jzamorabonilla y lo recomiendo: un poco de todo y mucho humor), y eso me ha permitido estar al tanto de la presentación que ha llevado a cabo en ella durante el mes de agosto de 2023 de sus publicaciones académicas o “papers”. Atrajo especialmente mi atención el titulado “Moulines y el realismo”. El tema del realismo me interesa, y estoy presentando en Youtube una serie de charlas en las que, lateralmente, defiendo una interpretación antirrealista de la ciencia. El artículo en cuestión traslucía una postura más bien contraria a la mía. Lo leí y escribí algunos comentarios, a los que el profesor JZB tuvo la amabilidad de responder, y se inició así el breve debate que he mencionado al inicio. El formato de los mensajes de esa red de incógnito nombre hace muy difícil mantener un intercambio riguroso sobre cualquier tema que requiera rigor; debo suponer, además, que JZB, cuyos méritos intelectuales son inconmensurables con respecto a los míos, tiene entre manos asuntos mucho más interesantes que responder a mis ocurrencias. Pero lo cierto es que el final de aquel debate me pareció prematuro y un poco abrupto. Tengo muchas más cosas que decir sobre el tema, y he decidido escribirlas aquí.

Lo que sigue es un análisis crítico de la postura de JZB sobre el realismo científico. Habría que empezar con una definición del concepto en cuestión. Dicho con brevedad, es la postura que defiende que las entidades o estructuras postuladas por las teorías científicas existen independientemente de las propias teorías. Es decir, estas entidades o estructuras son reales, podría decirse, y de ahí el nombre de “realismo”. El debate entre realismo y antirrealismo podría concretarse en la siguiente pregunta: cuando un científico dice “ahí hay un electrón”, ¿hay que entender su afirmación literalmente? Por ejemplo, ¿hay que interpretarla de la misma manera que cuando cualquiera de nosotros dice “ahí hay un conejo”? Queda claro que no es una pregunta científica sino filosófica, es decir, no se trata de poner en duda si la afirmación del científico es válida o no desde al punto de vista de la ciencia. En principio consideramos su afirmación como válida; de lo que se trata es de intentar interpretarla, teniendo en cuenta que el objetivo de la ciencia es proporcionar conocimientos válidos sobre la realidad. Desde ese punto de vista, hay básicamente dos posibles interpretaciones de la afirmación del científico: “Sí, ahí hay un electrón en el mismo sentido que ahí hay un conejo”, y “no, el científico habla de electrones en un sentido diferente”. La primera sería una respuesta realista, según la cual la afirmación del científico comporta que en el mundo hay electrones, con todos los innumerables matices que puedan hacerse a continuación. La segunda sería una respuesta antirrealista, según la cual las entidades o estructuras contenidas en las teorías científicas no se corresponden con cosas que existen en la realidad y, por tanto, su afirmación no comporta necesariamente que existan electrones.

El realismo es la postura más sencilla de las dos, porque básicamente queda expresada en la caracterización que acabo de hacer. El antirrealismo, en cambio, requiere alguna aclaración adicional, puesto que, si el electrón no es una cosa existente, ¿qué es? La respuesta pasa por considerar que la existencia del electrón queda de alguna manera restringida al seno de la teoría de la que forma parte, es decir, el electrón es un “objeto teórico” dentro de esa teoría, que se define y se describe en el ámbito y con los recursos explicativos propios de esa teoría, pero que de ahí no se deduce su existencia independientemente de ella. Dentro de esta respuesta genérica caben muchas posturas más específicas, y la más habitual es el instrumentalismo: los objetos teóricos son simples instrumentos de los que el científico se vale para construir sus explicaciones. Estas explicaciones deben ajustarse a la realidad, es decir, deben tener contenido empírico contrastable (deben permitir, por ejemplo, predecir observaciones), pero los objetos teóricos que utiliza para llegar a ellas son solo instrumentos explicativos intermedios.

Para analizar la postura de JZB me centraré no tanto en el artículo que dio origen a la discusión, puesto que su objetivo es rebatir la postura de otro filósofo, sino más bien en uno posterior: “Realismo versus antirrealismo: ¿Problema filosófico o preocupación científica?”. (Debo advertir que muchos de los artículos están publicados originalmente en inglés, que yo siempre los citaré en castellano, y que todas las traducciones son mías). El análisis de las tesis expuestas allí me llevará, incidentalmente, a examinar otras publicaciones del autor, sobre todo su libro “Cuestión de protocolo. Ensayos de metodología de la ciencia”.

Finalizo esta introducción señalando las dos líneas maestras en las que, en mi opinión, se basa la postura de JZB sobre el realismo y el antirrealismo:

 1. Argumentar que, en realidad, básicamente no es un problema filosófico sino científico, como insinúa el título del artículo que se acaba de citar.

 2. Una buena parte de las aportaciones de JZB a la filosofía de la ciencia tienen que ver con su defensa de la tesis de que el principal objetivo de la ciencia como actividad dedicada a la obtención de conocimientos (o de los científicos que la llevan a cabo) es la búsqueda de la verdad, y que esto provoca que se persigan, y se obtengan, teorías cada vez más verosímiles. Por tanto, aunque no pueda asegurarse que las teorías científicas que hoy se consideran válidas han de interpretarse literalmente en todas sus afirmaciones sobre lo que existe, sí que podemos estar seguros de que, a medida que la ciencia progresa, nos acerca más a la realidad.

Como ya había finalizado, esto es una postdata. El breve debate con el que empezó todo ya no está entre nosotros, puesto que JZB, tal como advierte en su perfil, borra la mayoría de sus X (¿los iguala a 0?) al poco tiempo de publicarlos. Nada que decir: quien avisa no es traidor.

¿Filosofía o ciencia?

En mi muy humilde opinión, la postura de JZB sobre el realismo se expone siempre con una cierta ambigüedad. En el artículo en el que voy a centrar mi análisis comienza afirmando que la elección entre una actitud realista o antirrealista sobre las teorías científicas es una elección que tienen que hacer los propios científicos en su actividad como tales, y no alguien desde fuera (el filósofo). De entrada, la postura parece clara, aunque argumentarla ya no parece tan fácil. Pero a continuación leemos que eso no quiere decir que no exista el problema filosófico del realismo científico, sino solo que “importantes aspectos” tradicionalmente asociados con este problema, pueden ser provechosamente entendidos como problemas científicos. A falta de una mayor concreción, el único camino que queda es analizar la argumentación que se expone sobre los aspectos que desaparecen de la arena filosófica para pasar a la jurisdicción científica y valorar si es razonable ese cambio de jurisdicción.

El primero de los argumentos en defensa de esta tesis viene a decir algo con lo que es imposible estar en desacuerdo: los científicos son gente seria y saben de lo que hablan. No solo estoy de acuerdo, sino que yo todavía habría ido más lejos: a menudo ellos son los únicos que saben de qué están hablando. Y estoy tan de acuerdo que más adelante utilizaré esta obvia verdad en defensa de alguno de mis planteamientos. Mientras tanto, me alegra coincidir con JZB: nadie puede venir desde otro ámbito (el filosófico) a interpretar lo que los científicos quieren decir cuando dicen: “Ahí hay un electrón”. Pero a continuación se plantea otro argumento que, en mi opinión, desvía ya el alcance de este planteamiento.

Escribe JZB que si el significado literal de las afirmaciones de los científicos sobre la existencia o no de determinadas entidades que utilizan en sus explicaciones debe ser juzgado por filósofos, el significado literal de las afirmaciones que estos filósofos hacen sobre las afirmaciones de los científicos podría ser a su vez juzgado de la misma manera, y así sucesivamente, de manera que no podría llegarse nunca a una conclusión definitiva. Se combate aquí la idea de que la filosofía de la ciencia pueda ser una especie de auditoría de la ciencia que examina críticamente el resultado del trabajo que ha llevado a cabo el científico. Es obvio: ni el filósofo está preparado para ello, ni hay ninguna necesidad de que lo haga. En una auditoría podría producirse la situación que plantea JZB: el auditor verifica los cálculos de los contables, esto es, los repite para comprobar si se han efectuado correctamente, pero la corrección de sus propios cálculos podría también suscitar dudas y, en ese caso, sería razonable requerir una auditoría de la auditoría, y así sucesivamente. Pero esta situación no se parece a la del filósofo de la ciencia, puesto que él no repite los cálculos del científico. Simplemente los acepta, más o menos, quizá con un cierto grado de duda, como lo hace el propio científico. No pretende decidir si son correctos o no, sino interpretarlos a la luz de una problemática que le interesa a él como filósofo pero que no interesa al científico como científico, porque no tiene nada que ver ni afecta en nada a su actividad. A partir de aquí, otro filósofo puede venir (vendrá) a negarle el derecho a que sus conclusiones sean consideradas verdaderas, y ahora el riesgo de una regresión al infinito no es posibilidad sino certeza: desde que, según el canon filosófico occidental generalmente aceptado, Tales afirmara que todo es agua, cada filósofo se ha creído obligado a cuestionar las conclusiones de la mayor parte de sus predecesores y contemporáneos. Pero son debates filosóficos, no científicos: nadie está auditando al científico.

Así pues, estamos de acuerdo en que el zapatero debe atenerse a sus zapatos. Pero la cuestión pertinente aquí es si la pregunta sobre la relación entre ciencia y realidad forma parte de la actividad científica o de la filosófica, y yo creo, y muchos (¿casi todos?) conmigo, que forma parte de la filosófica. Y hay una manera muy fácil de probarlo: la respuesta que se dé a esta pregunta, sea la que da el realismo, sea la que da el instrumentalismo, no interfiere en modo alguno ni cambia para nada la actividad ni los resultados de la ciencia. Si un día los filósofos celebrasen el Gran Simposio Definitivo sobre el tema y finalmente llegasen a una decisión unánime sobre la verdad del instrumentalismo o el realismo (o…), en el universo que se abriría a continuación, la actividad científica sería exactamente la misma con independencia de cuál hubiera sido esa decisión. Pero aún más clara es la situación si invertimos los papeles. El científico dice “Ahí hay un electrón” y JZB niega al filósofo el derecho a cuestionar nada de esa afirmación. Naturalmente. Pero es que al filósofo las afirmaciones existenciales del científico sobre el electrón le traen sin cuidado: de hecho, el filósofo se plantea la realidad o no del electrón porque el científico afirma que el electrón existe, y porque él (el filósofo) admite que esa afirmación es una verdad científica. Si no lo admitiera, si pensara que el electrón no existe desde el punto de vista de la ciencia, si pensara que el científico está equivocado como científico, ya no tendría sentido que se dedicara a analizar su realidad desde el punto de vista de la filosofía. Si el filósofo se plantea la existencia real del electrón no es de la misma manera que el científico. Este se plantea si esa existencia es necesaria, o imprescindible, en el seno de su teoría a fin de que esta ofrezca una buena explicación del ámbito empírico que pretende explicar. Al filósofo, en cambio, la existencia del electrón le da igual: si mañana los físicos celebraran el correspondiente Gran Simposio (ellos sí lo hacen a veces) y decidieran que es mejor prescindir de la existencia del electrón (lo cual, a diferencia del inimaginable resultado del simposio filosófico, es posible, porque cosas parecidas han sucedido en el pasado; incluso es probable, en la medida en que la física sigue evolucionando), esto no debería provocar ningún cambio en las posturas de los filósofos de la ciencia. El asunto no es ese. El asunto es la existencia de las entidades o estructuras postuladas por las teorías científicas independientemente de las propias teorías. Que existen (o no) en el seno de esas teorías no se discute. No lo discuten los filósofos: lo deciden los científicos. Cuando JZB plantea: «Por ejemplo, la historia de la ciencia está llena de casos en que los investigadores han rechazado la existencia de algunas entidades o la verdad de algunas hipótesis: como filósofos, ¿vamos a no tomar literalmente lo que los científicos están diciendo en estos casos?» solo se puede responder: por supuesto que no; vamos a tomarlo literalmente. Pero a continuación hay que añadir: el asunto no es ese.

En el artículo de referencia, JZB aplica su criterio de demarcación decididamente pro-científico a tres asuntos. A la reflexión sobre cada uno de ellos dedicaré yo las tres siguientes entradas. Los dos primeros analizan respectivamente dos argumentos asociados con el realismo: el argumento del no-milagro y la continuidad de la referencia. El tercero ofrece un desarrollo de la tesis anteriormente mencionada sobre la búsqueda de la verosimilitud, o acercamiento a la verdad, como objetivo cognitivo de los científicos.

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