Ante el determinismo, las preguntas las hago yo
El problema del libre albedrío es para mí un caso asombroso de inversión de la carga de la prueba. Si uno cree que las cosas son como parecen ser, como le parecen a él y le parecen al resto del mundo, no está obligado a proporcionar pruebas de que son así. En cambio, quien crea que no son lo que parecen, quien crea haber descubierto una verdad más profunda que escapa a nuestra percepción, esa persona sí que está obligada a proporcionar pruebas que resulten convincentes. Esas pruebas habrán de ser más convincentes que las evidencias que nos hacen creer que son de la manera como las percibimos. Y no solo eso: tendrá que demostrar también por qué parecen ser de esa manera si en realidad son de otra. Por ejemplo, parece que la tierra que pisamos es inmóvil y que el sol se mueve por el cielo. En este caso, las cosas no son como parecen: cualquier persona con una mínima cultura sabe que esto no es así. Pero es que hay una abrumadora cantidad de pruebas que avalan que la verdad es que la tierra se mueve alrededor del sol, y también hay una explicación exhaustiva de por qué percibimos lo contrario. Sin esas pruebas y esas explicaciones, ninguna persona razonable lo creería.
Yo estoy en este momento escribiendo en mi ordenador. Al acabar la frase anterior, me he detenido un momento pensando la frase que escribiría a continuación y ahora estoy de nuevo escribiendo. ¿Qué me ha hecho volver a escribir? Que finalmente he decidido la frase que me ha parecido mejor. ¿Qué ha hecho que pulsara unas teclas y no otras? En general, mi decisión de pulsar precisamente esas teclas para componer la frase que tenía en mi mente. Digo en general porque a veces me equivoco de tecla. Esas veces no sé por qué pulso esa tecla errónea. Me gustaría que no fuera así: escapa a mi decisión. En cualquier caso, creo que cualquier persona que haya escrito alguna vez en un ordenador encontrará que esta descripción es también aproximadamente aplicable a lo que le sucede a él. Y esta descripción, que a todos nos parece apropiada, comporta que:
- Antes de que decidiera la frase, esta no estaba decidida. Yo no sabía qué frase iba a escribir exactamente, y es razonable suponer que, si yo no lo sabía, nadie más lo sabía.
- Yo he tomado una decisión. Se me han ocurrido, quizá, varias posibilidades, las he sopesado y al final he elegido la que me ha parecido más adecuada. O quizá el problema es que no se me ocurría ninguna; al final se me ha ocurrido una y, como no me ha parecido mal, la he escrito sin considerar más alternativas para no perder más tiempo.
- La frase no se ha escrito sola: la he escrito yo. Si no hubiera tomado la decisión de escribirla, la frase no se hubiera escrito. Yo he decidido escribirla y lo he hecho.
Los contrarios al libre albedrío consideran que todas, o por lo menos algunas, de las anteriores percepciones no son ciertas. Son algo así como ilusiones. En realidad, no había más alternativas: por fuerza tenía que elegir la frase que he elegido. O en realidad no ha sido mi decisión la causa de que escribiera la frase, sino otras fuerzas ciegas con respecto a las cuales mi voluntad no juega ningún papel. Frente a esto yo digo: bueno, a mí me parece que las cosas son así (y al resto del mundo cuando no está filosofando, también), pero soy una persona razonable y estoy dispuesto a aceptar explicaciones alternativas. Al fin y al cabo, la tierra se mueve y no lo parece. Decidme: ¿Cómo es el proceso que sucede realmente cuando yo tomo una decisión? ¿Cómo es que yo percibo que tengo ante mí diferentes posibilidades y que es mi voluntad la que decide entre ellas? La respuesta que recibo es: todo lo que sucede en el mundo es consecuencia de causas físicas deterministas; si tú crees que las decisiones humanas escapan a esa cadena causal, debes ser tú el que explique cómo es posible. Y ante esto, mi primer pensamiento es: no solo yo lo creo, tú también. Todas las decisiones que tomas, incluyendo la de llevarme la contraria, las tomas considerando diversas posibilidades y decidiéndote al fin por una. Tu libre albedrío te permite negar la realidad del libre albedrío.
Tal como yo lo veo, la negación de la evidencia que todos tenemos sobre nuestra libertad de decisión se lleva a cabo en aplicación de un principio, el determinismo, cuya validez universal no está demostrada. No está demostrada porque no conocemos la causa de todos los fenómenos que suceden en el universo. Ni la conocemos ni la podemos conocer, porque, para empezar, no podemos conocer todos los fenómenos que suceden en el universo. El determinismo es, por tanto, una hipótesis atractiva y esperanzadora de cara a las expectativas del conocimiento, una guía metodológica, una idea reguladora, pero no pasa de ser una hipótesis. Una hipótesis que no es capaz de explicar un insidioso contraejemplo: nuestra percepción de que decidimos libremente. Mientras no se proporcione una explicación convincente de esto, yo digo: es razonable suponer que el determinismo es cierto con respecto al mundo físico, pero es más dudoso que lo sea con respecto al comportamiento de seres vivos dotados de un cerebro de una cierta complejidad y, desde luego, no lo es en el caso de las decisiones que tomamos las personas.
Salgo de la trinchera y debato: mis razones
Así pues, podría atrincherarme en esta postura, que es la del sentido común, y nadie podría sacarme de ahí mientras no me presentara una explicación determinista convincente de la decisión consciente, y esto es algo que estoy seguro que no veré. Pero no puedo dejar de reconocer que la visión que tiene la ciencia de la realidad apunta al determinismo, y que la ciencia ha sido capaz de proporcionarnos una enorme cantidad explicaciones fiables sobre muchos aspectos de la realidad. Esto me obliga a salir momentáneamente de la trinchera para responder a un argumento que no es trivial: el de la compatibilidad entre decisiones conscientes y consecuencias físicas. Antes de que yo decidiera, en mi entorno había un determinado estado de cosas; después de mi decisión, el estado de cosas es diferente, y lo que ha sucedido en medio es que yo he decidido. La frase que he escrito no estaba ahí hace un momento, y toda la secuencia mecánica, electrónica y neuronal que la ha hecho aparecer, se ha iniciado en mi decisión. Pero mi decisión no me parece que forme parte de una cadena de eventos físicos: la he tomado yo libremente. ¿Cómo puede haber actuado sobre los elementos físicos necesarios para producir el efecto que buscaba?
Cuando se debate sobre estos temas se suele hacer una distinción entre causas y razones. Las causas son eventos físicos que producen otros eventos físicos. Las razones, en cambio, son los motivos que nos llevan a tomar una u otra decisión, sin que esto implique que las decisiones son siempre racionales. En el ámbito de nuestra conciencia, no decidimos como consecuencia de causas, sino de razones. Utilizando esta terminología, el problema que he planteado podría enunciarse preguntándose cómo puede ser que las razones actúen como causas. Parece que, en cierto sentido, es necesario que sea así, pero, en cierto sentido, es imposible que sea así. Es necesario que sea así si las cosas son lo que parecen: yo decido escribir una frase y mis dedos acaban golpeando las teclas; por tanto, mis razones para elegir esa frase han acabado provocando las pulsaciones de las teclas. Pero es imposible que sea así, porque hay suficiente evidencia de que nuestras decisiones las tomamos mediante nuestro cerebro, y también hay suficiente evidencia de que todo lo que sucede en nuestro cerebro son fenómenos físicos. ¿Cómo se sale de esta paradoja?
La verdad es que he sido compasivo con el determinista al plantear el problema como lo he hecho. En realidad, pienso que el problema solo existe si partimos de una concepción de la causalidad excesivamente simple, que solo es de aplicación a fenómenos físicos poco estructurados, pero que ha de modificarse para dar cuenta del funcionamiento de mecanismos, más aún para dar cuenta del comportamiento de los seres vivos, y más aún para dar cuenta del comportamiento humano.
En un mecanismo construido para implementar un determinado objetivo (por ejemplo, una bicicleta) aparecen leyes nuevas, basadas en las antiguas, que en cierta manera restringen la aplicación de las antiguas y en cierta manera las aprovechan para alcanzar el objetivo. Para entender el funcionamiento del mecanismo, el objetivo es relevante, pues explica su diseño y las leyes que se aplican en su funcionamiento. Si pedaleas, la bicicleta avanza: esa ley nueva, propia de las bicicletas, se explica perfectamente a partir de leyes físicas conocidas, pero decir que la causa del comportamiento de la bicicleta son solo esas leyes físicas más elementales, sería una descripción muy incompleta del proceso. Sería no entender lo que es una bicicleta. Está hecha para que avance cuando pedaleas, y eso es lo esencial en ella.
Un ser vivo actúa de acuerdo con leyes que son nuevas en el sentido que he dicho antes, y gracias a ellas puede conseguir sus objetivos, pero además en este caso hay una enorme distancia entre sus objetivos y las leyes físicas básicas. Una combinación de las leyes básicas no permite entender su comportamiento. La causa de sus acciones es alcanzar sus objetivos, y para ello utiliza las leyes físicas, pero estas no son la causa. Un animal posee un centro de decisión, que implementa una determinada función de comportamiento: dados unos ciertos valores de entrada, se producen ciertos valores de salida. Es ese centro de control el que explica su comportamiento, y las leyes que lo rigen constituyen la función que se calcula en su cerebro. Esa función está implementada gracias a unos determinados componentes físicos que funcionan de acuerdo con las leyes físicas y, ciertamente, la cadena causal que explica el comportamiento del animal pasa a través suyo, pero ellos no son causa mecánica de nada; no transmiten movimiento, transmiten instrucciones. Sin embargo, todavía es cierto que podría establecerse una secuencia causal mecánica desde las entradas hasta las salidas. Esto describiría la mecánica de su comportamiento, pero no lo explicaría, puesto que para ello hace falta tener en cuenta su diseño y sus objetivos.
Es la información, no la física
Un sistema de control de un aparcamiento es un mecanismo parecido a un animal bastante simple, con la ventaja de que conocemos perfectamente su diseño y el funcionamiento de cada una de sus partes hasta el mínimo detalle. Implementa una función muy simple, de acuerdo con la cual puede explicarse su comportamiento: cuando un vehículo con matrícula autorizada llega a la salida, le abre la barrera; si no es así, no la abre. Esa es la ley que determina su actuación, y está implementada mediante una serie de elementos físicos cuyo diseño hace que se llegue a ese resultado. Pero resulta que en algún momento de la cadena causal que se activa en una operación del sistema, hay un elemento que es una imagen: la imagen de una matrícula. Quiero decir que hay esa imagen y nada más que esa imagen. La única conexión entre los elementos de captación y los elementos de decisión y ejecución es una imagen. La decisión, es decir, el resultado de la función que determina el comportamiento del sistema, depende del contenido de esa imagen. El soporte físico en que se representa no tiene ninguna importancia, ni tampoco los detalles. Cuando una determinada matrícula causa la apertura de la barrera, no es ninguna característica física la que actúa como causa. El elemento físico, la placa de matrícula, no produce ningún efecto mecánico sobre el sistema de control. Hay una interacción física que permite captar la imagen de la matrícula, naturalmente, pero esa interacción física no es la causa de nada: no son los fotones que inciden sobre el elemento captador los que acaban haciendo que se abra la barrera. Lo que utiliza el sistema para decidir es la información simbólica que transmiten esos fotones y que el sistema extrae de ellos. En la cadena causal que acaba provocando la apertura de la barrera, uno de los elementos, que es esencial, es la información.
En el caso de los animales con sistema nervioso central sucede lo mismo. No es la acción de los estímulos captados mediante los órganos sensoriales lo que desencadena una secuencia mecánica que acaba produciendo un movimiento: es la información que se contiene en lo que esos órganos perciben. Puesto que no conocemos perfectamente el funcionamiento del cerebro de los animales, podría decirse que esta manera de explicar su comportamiento es especulativa. En caso del sistema de control del aparcamiento no lo es, puesto que sí conocemos perfectamente su funcionamiento.
Una vez que entra en juego la información, ya no tiene sentido decir que las cadenas causales son puramente físicas. Están formadas por elementos físicos que actúan de acuerdo con las leyes físicas, pero el diseño de ciertos mecanismos y de los animales hace que las leyes que explican su funcionamiento no sean físicas. Entre los elementos que los componen, las interacciones son físicas y se explican mediante las leyes físicas. Pero eso no es suficiente. El mecanismo o el animal está diseñado para que esas interacciones produzcan un determinado objetivo, y las leyes que explican su funcionamiento tienen que ver con ese objetivo.
Si hablamos de razones y causas, la causa de la apertura de la barrera es que la matrícula está autorizada, y eso es una razón. El diseño del sistema permite que esa razón tenga consecuencias físicas. Ese sistema no razona, pero el diseño permite que las decisiones se tomen a partir del análisis de la información captada, y que, por tanto, se decida en base a razones.
Yo no sé cómo es exactamente el proceso que hace que mis razones acaben convirtiéndose en causas físicas, pero puedo señalar casos en los que sucede esto: cualquier sistema informático. El determinista, en cambio, no puede explicar mi proceso de decisión consciente, y mucho menos la íntima convicción que todos tenemos (incluyéndole a él) de que es la causa de nuestros actos. Y digo que es solo una íntima convicción por no decir que es la verdad más concienzudamente verificada de la historia: durante cientos de miles de años, miles de millones de personas han comprobado muchas veces al día durante toda su vida que, cuando han decidido mover un brazo, el brazo se movía si no había impedimento físico, y que nunca, en circunstancias normales, el brazo se movía por sí mismo sin decisión previa de moverlo. Sería razonable conceder alguna relevancia a esos resultados experimentales.
En definitiva, nuestras razones pueden ser las causas de nuestras acciones porque tenemos un cerebro diseñado para extraer información relevante de los datos sensoriales que le llegan, presentar esa información para que nuestro circuito de decisión consciente la procese, y generar después las señales necesarias para producir las acciones que hemos decidido. El circuito de decisión consciente también está formado por neuronas, por supuesto, pero está diseñado para procesar información de acuerdo con reglas, algunas de las cuales son innatas y muchas otras aprendidas. El proceso es similar al que lleva a cabo un sistema de control basado en reconocimiento de matrículas o cualquier ordenador, pero con la diferencia que no es determinista. Ya expliqué que es necesario que no lo sea para que podamos aprender, puesto que si no es posible una cierta variabilidad en las respuestas ante situaciones en que la información disponible no lleva a ninguna conclusión clara, no podríamos ensayar respuestas diferentes y descubrir nuevas reglas en función de los resultados obtenidos. Y también es diferente en el sentido de que es consciente, puesto que, como también expliqué, prever las consecuencias que nuestras acciones tendrán sobre nosotros mismos y las decisiones que podamos tomar en función de esas consecuencias, mejora exponencialmente la eficiencia de nuestra conducta.
Gracias a ello, el circuito de decisión consciente no se limita a calcular el resultado de aplicar una determinada función de decisión a los datos disponibles, sino que también puede decidir cuál es la función de decisión más adecuada para aplicar en cada caso, e incluso crear una nueva, bien sea para probar su eficacia, bien sea porque la deduce a partir de la experiencia que tiene a su disposición. Eso se expresa a veces diciendo que el circuito de decisión consciente es capaz de “recablear” los circuitos de decisión de nivel inferior. Los fenómenos electroquímicos que se producen en las neuronas que forman estos circuitos no son la causa física del comportamiento, sino que, gracias a su diseño, procesan las razones que al final acaban desencadenando la decisión; esta decisión activa los procesos físicos necesarios para llevarla a cabo. Como sucede en el sistema de control de aparcamiento, en el que los circuitos electrónicos analizan la imagen, deciden cuál es la matrícula que contiene, comprueban si está autorizada y, si lo está, finalmente activan un relé para provocar la apertura de la barrera. La causa de la apertura de la barrera es la activación del relé, y la causa de la activación del relé es que la matrícula está autorizada, lo cual se ha decidido mediante la actividad de una serie de circuitos electrónicos que están diseñados para conseguir este objetivo.
Fui yo, no mis neuronas
Uno lee por ahí que las decisiones las toman mis neuronas, y que mi sensación de tomarlas es solo la representación en mi conciencia de ese hecho físico. Supongo que quien dice eso no sería capaz de decirle a un programador que las decisiones del programa las toma el microprocesador, y que el programa que él ha diseñado es solo la forma como él se representa esas decisiones. No sería capaz de decírselo porque en ese caso conocemos perfectamente de qué manera las decisiones lógicas del programa acaban siendo materializadas. En el caso de las decisiones conscientes no conocemos el proceso, y eso da pie a especulaciones extravagantes. Se dice, por ejemplo, que de la misma manera que nuestra percepción del color es una representación mental de ciertos fenómenos físicos que la provocan pero que no muestra realmente cómo son esos fenómenos físicos, nuestra percepción de la decisión no muestra cómo son realmente los procesos físicos subyacentes. Ni falta que hace: sería como si para aprender a conducir hubiera que conocer todas las cadenas causales de tipo mecánico gracias a las cuales las acciones del conductor producen los efectos deseados. La diferencia entre una percepción y una decisión es, a los efectos que nos importan, absoluta. El color está producido por unos fenómenos físicos que yo capto y me represento mentalmente para extraer de ellos información sobre el entorno; mi decisión, en cambio, nace en mí, es un acto mío, como caminar. No representa nada: la decisión y mi percepción de la decisión son lo mismo. Yo camino gracias a mis piernas y decido gracias a mis neuronas. Decir que son las neuronas las que deciden por mí es tan extravagante como decir que son mis piernas las que me caminan a mí.
También se suelen aducir una serie de estudios científicos como prueba de que mis neuronas deciden por mí. En lo que me parece un caso extremo de sesgo de confirmación, se dice que eso ha quedado probado al verificar experimentalmente que un instante antes de que un sujeto manifieste que ha tomado una decisión, se ha producido un aumento de potencial eléctrico en unos determinados circuitos neuronales de su cerebro que se creen asociados al proceso de toma de decisiones (experimento de Libet). Este resultado supone un pequeño avance en el conocimiento del funcionamiento del cerebro, sin duda, pero, dado el estado actual de este conocimiento, es cuanto menos atrevido considerar que demuestra que la decisión la toman los circuitos neuronales con independencia de la voluntad del sujeto. No conocemos bien la relación entre sucesos neuronales y mentales, y, por tanto, para decir que el experimento demuestra que la decisión la toman las neuronas, el determinista ha de creer que el experimento demuestra también que el potencial eléctrico registrado en el experimento ES el acto de toma de decisión. Y no veo en qué se basa para creer que el experimento demuestra eso, como no sea en que si fuera así podría considerar demostrado lo que él cree.
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