Argumentos sobre la mesa
El argumento básico del determinismo físico contra el libre albedrío es el siguiente:
Premisa 1: Todo está formado por partículas materiales, incluyendo la mente humana.
Premisa 2: La dinámica de las partículas materiales sigue unas leyes físicas que son deterministas.
Conclusión: Por tanto, la dinámica de la mente humana por fuerza ha de seguir unas leyes deterministas.
Este argumento general suele formularse también en una variante más concreta, a la que llamaré el argumento de la stop-motion. Dice así:
- Si consideramos el estado de todas las partículas que forman el cerebro de un ser humano en un momento cualquiera, y también las partículas del entorno con las que puede interaccionar, su estado en el instante siguiente estará determinado por la aplicación a estas partículas de las leyes físicas que sean relevantes.
- Puesto que estas leyes son deterministas, cualquier función del cerebro, como puede ser tomar una decisión, está determinado por el estado de las partículas y la acción de las leyes físicas correspondientes.
Finalmente, de aquí deriva directamente un corolario muy efectista pero poco útil, el de la clonación:
- Si me clonaran partícula a partícula un instante antes de tomar una decisión, mi clon y yo tomaríamos necesariamente la misma decisión.
En definitiva, el determinista pretende haber demostrado que, sea cual se mi percepción subjetiva (y la suya, y la de todos) cuando decido algo, la decisión que tomo es la única que puedo tomar.
El argumento básico, a examen
De entrada, hay que hacer notar que la premisa 2 no es del todo cierta: en el nivel más profundo de las partículas materiales, el cuántico, se producen fenómenos no deterministas (el ejemplo fácil sería el mecanismo que mantiene al gato de Schrödinger semivivo y semimuerto). Pero es cierto que, tal como argumentan los deterministas, en nuestro nivel, el nivel macroscópico de las cosas a una escala similar a la nuestra, esa indeterminación ha quedado “absorbida” por el entorno a causa de la decoherencia cuántica, y las leyes físicas que rigen el comportamiento de la materia son deterministas. Aunque, admitido esto, también queda admitido que tenemos aquí dos niveles de organización de la materia, el cuántico y el macroscópico, y que las leyes físicas son diferentes en uno y otro, y que en el nivel cuántico no son deterministas. Retengamos este dato, como dicen los buenos narradores de historias, porque después será importante.
No cuestionaré la premisa 1: la mente humana está formada por partículas materiales. Si alguien cree que admitir esto es ceder demasiado antes de entrar en el cuerpo a cuerpo, le diré que la alternativa, pensar que la mente es de naturaleza no material, es una estrategia perdedora: el problema de la conexión entre una entidad inmaterial y una material es insoluble. Mente y cuerpo no podrían comunicarse.
Lo que voy a cuestionar es la deducción de la conclusión. Más específicamente: cuestionaré que de las dos premisas anteriores se siga que la mente haya de seguir unas leyes deterministas.
Mi línea de argumentación, que ya he desarrollado en otras ocasiones, pasa por cuestionar una afirmación que está implícitamente incluida en el argumento básico del determinismo: que una estructura compleja, como es el cerebro humano, compuesta por partículas materiales, siga una dinámica que pueda explicarse a partir de las leyes físicas que explican la dinámica de esas partículas componentes. La protesta que el determinismo formula una y otra vez, «¡Todo ha de seguir las leyes físicas!», es admisible o no según como se interprete.
- Es irreprochable si por leyes físicas se entiende leyes naturales. El cerebro es una entidad física, natural, y su comportamiento debe estar regido por leyes naturales, y en ningún caso puede violar las leyes físicas que rigen el comportamiento de las partículas que la forman. Eso excluye que el cerebro posea alguna capacidad sobrenatural, que el libre albedrío sea una facultad que flota sobre la materia sin ser contaminado por ella. Como he dicho antes, verlo así plantea un problema insoluble en la conexión mente-cuerpo: cómo mi decisión consciente puede hacer que mi brazo se mueva.
- Es falso, en mi opinión, si por leyes físicas se entiende únicamente las leyes de acuerdo con las cuales interaccionan las partículas físicas (macroscópicas). Las llamaré leyes mecánicas, para simplificar. Los sistemas complejos como el cerebro, e incluso seres vivos mucho más simples, adquieren dinámicas que no puede reducirse a una combinación de leyes mecánicas. Naturalmente que no las violan: si consideramos el cerebro como un mero objeto material, está sujeto a, por ejemplo, la ley de la gravedad: tiene un peso determinado. Si alguien tiene un accidente y como consecuencia sufre un impacto en el cerebro, este queda afectado por los efectos mecánicos del golpe, como cualquier otra sustancia material. Y todas las interacciones que ocurren entre las neuronas que lo componen, que parecen ser de naturaleza electroquímica, se producen también de acuerdo con las reglas mecánicas aplicables. Pero si no tratamos el cerebro como una simple masa de tejido neuronal, sino que examinamos su funcionamiento, qué estímulos lo activan, cómo los procesa, qué respuestas genera y cómo lo hace, la dinámica de esos procesos no puede reducirse a meras leyes mecánicas sobre las neuronas que lo forman. El pensamiento no son intercambios electroquímicos entre neuronas, aunque esos intercambios lo hacen posible, como tener piernas hace posible caminar. Cuando la materia forma sistemas complejos como un cerebro, aparecen dinámicas propias de esos sistemas que, sin violar las leyes mecánicas de los componentes que los forman, llevan a cabo funciones que no son simplemente una combinación de leyes mecánicas.
Revisemos la stop-motion
¿Cómo quedaría el argumento de la stop-motion teniendo esto en cuenta? Es cierto, naturalmente, que en el paso entre cada uno de los sucesivos estados de las partículas del cerebro y la siguiente, no puede haberse violado ninguna ley física. Por esta razón, es trivialmente cierto que si me clonan un nanosegundo antes de tomar una decisión, mi clon decidiría lo mismo que yo (él es yo). Pero es un error pensar que la visión stop-motion recoge la naturaleza de las operaciones de la mente, que son procesos y que, por tanto, deben analizarse como procesos. La visión stop-motion mira la película del pensamiento fotograma a fotograma, fijándose solo en las diferencias entre un fotograma y el siguiente. Quien mira la película de esta manera ha visto todo lo que hay en la película, pero no ha visto la película. Mucho menos ve el proceso del pensamiento quien analiza el funcionamiento del cerebro paso a paso, como si fuera una máquina de Turing.
¿Pero cómo puede ser que el funcionamiento de un sistema complejo sea tan diferente del funcionamiento de sus componentes hasta el punto de que el sistema haga algo que los componentes no pueden hacer? Uno tiene reticencias para aceptar que esto pueda suceder porque sabe que estamos hablando del cerebro, y su relación con la mente consciente está muy lejos de ser entendida. Y todavía menos se entiende el proceso de la decisión consciente. Pero si hablamos de sistemas puramente mecánicos, no solo es que algo así suceda, sino que hacerlo posible es la razón por la que existen. De niño aprendí y comprobé por mí mismo que la madera flota en el agua y que el metal se hunde, y entendí fácilmente que las barcas hechas de madera pudieran navegar, pero cuando me dijeron que los barcos grandes estaban hechos de metal, no me lo podía creer: ¡deberían hundirse! Luego entendí que no violan ninguna le física, sino que las aprovechan para conseguir el objetivo para el que están diseñados. Y los aviones vuelan, y los teléfonos móviles permiten enviar mi voz a miles de quilómetros…
Pero este es un argumento muy general. Podría aceptarse que el funcionamiento de los sistemas complejos no puede reducirse al de sus componentes y seguir negando que sea posible que en sistemas complejos pueda aparecer algo en apariencia tan contradictorio con el funcionamiento de esos componentes como es la indeterminación. En este punto, no puedo demostrar cómo sucede algo así en el cerebro, pero sí que puedo, al menos, mostrarlo en otro proceso mejor conocido: la evolución de las especies.
La película de la evolución
Si vemos la evolución como una stop-motion, veremos que en ningún paso del proceso se viola ninguna ley física, pero no habremos visto la película y nos habremos perdido el argumento: adaptación al medio y selección natural. Si, por el contrario, vemos el proceso, si vemos la película, veremos también que en ella hay indeterminación.
Intentemos explicar la evolución mediante leyes mecánicas. Para facilitar mi argumentación distinguiré entre materia inercial y materia viva. No son esencialmente diferentes; su composición es similar y, puesto que la materia viva es materia inercial, la afectan también las leyes mecánicas. La distinción se basa solo en que la materia inercial lleva a cabo únicamente movimientos, o cambios, que son el resultado de la acción de fuerzas mecánicas ciegas. No es que no posea actividad: es que su actividad puede explicarse, y calcularse, aplicando únicamente las leyes mecánicas a sus propiedades y condiciones mecánicas. La materia viva, por el contrario, forma parte de un organismo, algunas de cuyas actividades han de ser explicadas teniendo en cuenta la finalidad del organismo, que es básicamente sobrevivir y reproducirse. Esta distinción no implica ninguna toma de postura sobre el tema que estamos discutiendo, puesto que no estoy diciendo (todavía) que las leyes de la materia viva no puedan reducirse a las de la materia inercial. Solo digo que las leyes de la materia viva, sean o no reductibles a las mecánicas, no están presentes en la materia inercial.
Un ser vivo es una estructura compleja formada por materia inercial, puesto que la materia viva es, en cuanto a su composición, materia inercial. La materia inercial puede llegar a formar por sí misma (por las leyes mecánicas) estructuras estables, como por ejemplo un cristal o una montaña. Estas estructuras son estables porque, de alguna manera, aprovechan ciertas leyes mecánicas para compensar los efectos de otras leyes mecánicas que las podrían disgregar. Una molécula es ya una estructura estable, puesto que mantiene unidos los átomos que la componen gracias a unas fuerzas de enlace que son superiores a las fuerzas externas que normalmente actúan sobre ellas. No es una estabilidad permanente, ni la de esta ni la de ninguna otra estructura, puesto que en algún momento pueden llegar a actuar sobre cualquiera de ellas fuerzas más potentes que disgreguen sus componentes.
Un ser vivo es una estructura estable que posee las características que acabo de mencionar, gracias a las cuales sus componentes se mantienen unidos, pero que además es capaz de llevar a cabo lo que podríamos llamar una defensa activa, movilizando en su favor ciertas leyes mecánicas cuando hacerlo sea necesario para contrarrestar el efecto de otras leyes mecánicas que podrían ponerlo en peligro. Su actividad ya no es ciega: se orienta a la supervivencia y la reproducción. Su diseño lo hace actuar con esta finalidad. Cómo se da el salto desde la materia inercial a la materia viva, cómo se pasa de obedecer solo leyes mecánicas a orientar la actividad hacia la supervivencia y la reproducción, es algo que no es posible explicar en este momento. Muchos bioquímicos están convencidos de que llegarán a crear vida a partir de la materia inerte, y sin duda eso ayudaría a entender el salto, pero… de momento, están en ello.
Conocemos mejor el proceso mediante el que los seres vivos evolucionan. En ese proceso hay la misma diferencia con respecto a la evolución de la materia inercial que hemos visto al comparar una estructura material con un ser vivo: en los seres vivos la evolución no es ciega, sino que está orientada a mantener (y mejorar) a lo largo del tiempo las posibilidades de supervivencia y reproducción de las estructuras vivas. Para ello, la evolución sigue los principios de adaptación al medio y selección natural. En su defensa activa contra el entorno, en su lucha contra les leyes mecánicas que podrían destruirlos, los seres vivos cambian a lo largo del tiempo para adaptarse a las características físicas del medio en el que viven, de manera que desarrollen mecanismos para contrarrestar los efectos de estas leyes. Las especies que tienen éxito sobreviven. Las que no, se extinguen.
Visto así, la evolución no deja de ser un proceso mecánico en el que solo entran en juego leyes mecánicas. Se producen cambios en el medio, consecuencia de leyes mecánicas; se producen cambios en los seres vivos, consecuencia de leyes mecánicas. Cuando los cambios en los seres vivos contrarrestan los cambios en el medio, la especie permanece; cuando no, desaparece. Simplificando, sería como un juego de fuerzas: si son más poderosas las del medio, el medio destruye la especie; si son más poderosas las de la especie, la especie sobrevive en el medio. Pero, visto así, falta un elemento que es esencial en la evolución: la variabilidad.
Variación y replicación
Si partimos de lo que podríamos llamar una situación de reposo, que sería aquella en la que una especie está adecuadamente adaptada al medio, es esencial, para que esta situación continue, que la especie se reproduzca de manera que los descendientes sean idénticos a los ancestros. Así es como funciona la reproducción: una combinación compleja de leyes mecánicas hace posible que los seres vivos se repliquen. Pero esta replicación no puede ser siempre exacta y precisa (como uno esperaría de la acción ciega de las leyes mecánicas), puesto que, si lo fuera, las especies no podrían adaptarse a los cambios en el entorno. Si en el entorno se producen cambios que alteran la situación de reposo, hace falta que la especie cambie también para contrarrestar estos cambios; si la replicación fuera siempre exacta, no podría cambiar. Por tanto, un proceso mecánico inexacto es imprescindible para que se produzca la evolución de los seres vivos.
En la realidad, estas inexactitudes se producen, como bien sabemos: los seres vivos se replican a veces de manera imperfecta. Para simplificar, llamemos mutación a esta inexactitud genética. Es indiscutible que las mutaciones son esenciales para la evolución de las especies. Explican también su diversidad: diferentes mutaciones se han mostrado exitosas en la adaptación al medio y han dado lugar a caminos evolutivos diferentes que, con el tiempo, han ido distanciándose más y más debido a mutaciones sucesivas: mamíferos, aves, anfibios, reptiles y peces (y vegetales, protozoos, bacterias…). La mutación es tan esencial para la evolución como las leyes mecánicas, pero la mutación es, precisamente, algo que rompe la secuencia que debería producirse en aplicación de las leyes mecánicas ciegas. Podría decirse que la reproducción genética es, como mucho, un proceso pseudo-determinista.
Si ahora volvemos a la stop-motion de la evolución, apreciaremos que esa forma de verla no capta el argumento de la película. Si cada una de las escenas de la evolución fuera el resultado de la aplicación de leyes mecánicas deterministas a la escena anterior, la primera especie viva seguiría siendo la única que habitaría la tierra. En realidad, no: se habría extinguido ante el primer cambio ambiental importante, a causa de su falta de flexibilidad para afrontarlo. Como en las tramas de las películas, para que la evolución avance es imprescindible que haya sorpresas.
El determinista puede argumentar que la variabilidad tiene también causas físicas, que esas mutaciones son procesos físicos. Quizá en un fotograma aparezca algo que no se entiende si solo miramos el fotograma anterior, pero se entiende si miramos alrededor. Y es cierto, solo que eso implica que para entender la película hay que mirar fuera de la película. Es como si el guionista hubiera dejado sobre la mesa el story board sin acabar y su hijo se hubiera entretenido en dibujar un nuevo personaje en las últimas hojas: ahora, el guionista, que está al límite del plazo de entrega y no puede modificar nada de lo que ya ha hecho, tendrá que modificar la parte de la trama que todavía no ha desarrollado de forma que incluya ese personaje. Pero él no lo había previsto así.
La indeterminación, aunque solo sea pseudo-indeterminación, es parte esencial del proceso de la evolución. Si no existiera, la evolución no sería posible. Si miramos el fotograma actual de una especie en concreto, el fotograma siguiente no se sigue de él de manera determinista, teniendo en cuenta que la película de la evolución se graba a una tasa de un fotograma cada ¿miles? de años. Algo ha sucedido entre uno y otro que no estaba en el guion de fuerzas mecánicas actuando sobre materia inercial.
El origen de la indeterminación
Todavía podría argumentar el determinista que las mutaciones se producen por causas mecánicas, aunque sean de origen muy remoto con respecto a la trama evolutiva, como podría ser la radiación cósmica. Si ese rayo cósmico no hubiera incidido en esa cadena de ADN, esa rama concreta de la evolución no se hubiera producido: él ha sido la causa. Francamente, me parece un debate bizantino si el origen de la variabilidad que requiere el proceso evolutivo es una indeterminación absoluta o solo aparente. La evolución es posible gracias a que aparece en ella alguna indeterminación. Los rayos cósmicos podrían estar incidiendo durante eones sobre una extensión de materia inercial y no causaría en ella ninguna evolución. A no ser que produjeran (¿?) materia viva, en cuyo caso empezaría a rodarse la película de la vida. El hecho de que el sistema de reproducción biológica incorpore la posibilidad de alguna indeterminación es lo que hace posible que los seres vivos evolucionen, y el mecanismo físico concreto que provoca que el sistema reproductivo haga algo imprevisto no es más que un figurante en la película. De hecho, para los biólogos la mutación no es el único origen posible de las anomalías reproductivas; el figurante puede ser uno u otro sin que ello afecte a la trama: nadie se dará cuenta si no se fija mucho. Que un demonio de Laplace pudiera haber calculado exactamente que ese rayo cósmico alteraría esa cadena genética y que ello produciría los efectos que luego se han producido, no cambia la verdad esencial: el proceso evolutivo requiere indeterminación.
La mente debe disponer también de algún sistema que genere indeterminación, puesto que su funcionamiento también lo requiere, pero, a diferencia de la evolución, la mente es un mecanismo de reacción rápida. En muchas ocasiones la respuesta no puede esperar; la generación de alternativas de acción para su valoración y subsiguiente elección, debe hacerse al instante. No puede mantener una actitud pasiva, como la espera paciente de que llegue el rayo cósmico adecuado. Más bien hay que pensar en algo parecido al sistema de generación de valores aleatorios (o pseudo-aleatorios) de que disponen los ordenadores para cuando el algoritmo que ejecutan necesita un valor de este tipo. La mente debe poder lanzar los dados cuando lo necesita.
Pero todo esto suena un poco raro. Sabemos bien cómo funciona nuestra mente, y sabemos que (normalmente) no lanzamos los dados cuando nos ponemos a pensar. Todo esto suena un poco raro porque no estamos hablando del funcionamiento de nuestra mente, sino del mecanismo que la hace posible. Es como si estuviésemos analizando una jugada genial de un futbolista en términos de los movimientos de los músculos que la han hecho posible, con la diferencia de que el funcionamiento de los músculos lo conocemos bastante bien, y también la manera en que contribuyen a los movimientos de una persona. El funcionamiento del cerebro, en cambio, lo conocemos de forma mucho más limitada, y peor aún conocemos la relación entre este funcionamiento y nuestros procesos mentales. Es como si estuviéramos intentando entender la stop-motion mirándola fotograma a fotograma, y además los fotogramas se hubieran mezclado con los de otras películas y no estuviéramos seguros de si los fotogramas que estamos viendo son todos de la película que queremos ver.
La dinámica de las neuronas es de tipo mecánico, y por eso estamos buscando un generador de indeterminación. La dinámica de la mente es totalmente diferente, puesto que no es una dinámica entre fenómenos físicos, sino entre elementos de información. La mente maneja información y, en su nivel, la indeterminación se encuentra en la información disponible. No lanzamos una moneda para decidir: nos basamos en unos datos de los cuales no se deduce claramente un curso de acción concreto. La indeterminación se compone de suposiciones sobre lo que está pasando o lo que pasará, sobre cómo nos afectará lo que suceda, incluso sobre lo que seremos capaces de hacer. Esa indeterminación es tan esencial para la mente consciente que es, ni más ni menos, la razón por la que existe. Cuando aprendemos a resolver perfectamente las incertidumbres que plantea un determinado tipo de situaciones, la respuesta se automatiza y la mente consciente ya no tiene que intervenir: nos costó aprender a montar en bicicleta, el aprendizaje requirió mucha concentración y control, pero ahora no le dedicamos ni un milisegundo de atención consciente. A no ser que tengamos que activarla porque se produce una situación inesperada.
El proceso evolutivo también se basa en el manejo de información. La selección natural se ejerce mediante la prueba y error, y el mecanismo de prueba y error requiere conservar información sobre la prueba que se ha hecho para, si las consecuencias han sido positivas, poder repetirla. La evolución guarda esta información en los genes. En una especie perfectamente adaptada, los individuos trasmiten a sus descendientes la información que recoge los mecanismos adaptativos que han desarrollado a través de los genes. Y, como hemos visto, gracias a que hay una cierta indeterminación en la información transmitida, pueden desarrollarse adaptaciones mejores cuando las condiciones cambian. Esta variabilidad en el manejo de información que en la evolución se da a lo largo de diversas generaciones, se da en la mente humana cada vez que tiene que decidir.
Así pues, volviendo a la mente, lo único que podemos decir con seguridad es que el funcionamiento de las neuronas debe ser de tal manera que nos permita afrontar situaciones ante las que poseemos información insuficiente y tomar decisiones sobre cuya efectividad no tenemos una seguridad total. Parece que esto debe requerir algún tipo de indeterminación en el funcionamiento mecánico de las neuronas, pero lo cierto es que hasta que no lleguemos a entender la relación entre ese funcionamiento y el de los procesos mentales con tanta claridad como entendemos la relación entre el funcionamiento de los chips de un ordenador y las decisiones que toma, no podemos estar seguros de lo que sucede en realidad.
Y al final, si el determinista se pone muy pesado, si intenta convencerme que todo el universo es una gran máquina que funciona de acuerdo con las leyes mecánicas y que, por tanto, cualquier cosa que sucede está determinada por el funcionamiento global de la máquina, le diría que conservara, si ello le hace feliz, esa imagen de que existe un determinismo cósmico, pero que no puede negarme que existen indeterminaciones específicas y que algunos procesos, como la evolución de las especies, se basan en la existencia de esas indeterminaciones. Y que, por tanto, tengo derecho a creer que el proceso de decisión consciente contiene también algún tipo de indeterminación, puesto que también la requiere.
La carta cuántica
Y si sigue diciendo que no he demostrado nada, puesto que la existencia del determinismo cósmico implica que todos y cada uno de los sucesos que se producen en el cosmos están determinados y que, por tanto, lo cierto es que cuando decido algo no podía haber decidido otra cosa diferente, jugaré la carta cuántica. En realidad, a mí no me parece necesario hacerlo, a mí me basta con la pseudo-indeterminación, pero, si me conviene, tengo derecho a jugarla, puesto que los fenómenos cuánticos son parte del universo. El determinista suele responder a la jugada cuántica de dos maneras. Una ya la hemos visto: la materia macroscópica no está afectada por la indeterminación cuántica. Y la otra es que la indeterminación cuántica introduce azar, y el azar no es libertad.
Vamos con la primera. La materia macroscópica no está afectada por la indeterminación cuántica en el sentido de que un cuerpo material no es un electrón. Eso comporta que, por ejemplo, podamos determinar simultáneamente con absoluta precisión la velocidad y la posición de un ser vivo (o de un cerebro). Pero un ser vivo es un mecanismo que tiene un funcionamiento interno, y en ese funcionamiento interactúan las partículas que lo componen, y, en el fondo, las partículas más elementales se comportan de acuerdo con los principios de la mecánica cuántica. Que en algún proceso concreto a escala microscópica, como por ejemplo la replicación del material genético, pueda llegar a tener algún efecto la indeterminación cuántica, es algo que no puede descartarse, y si eso sucediera, la indeterminación ya sería absoluta. Por ejemplo: se ha comprobado que en el proceso de fotosíntesis de las plantas, la transmisión de un fotón desde la molécula que lo captura hasta la que transfiere su energía a un electrón, es altamente eficiente porque aprovecha efectos cuánticos. En este proceso se ejecuta una búsqueda de la molécula adecuada que hace algo así como revisar a la vez todas las moléculas que tiene a su alcance. Un proceso mecánico habría de revisarlas una por una, con lo que perdería parte de la energía en el proceso y ya no sería tan eficiente. Y resulta que el efecto cuántico que se aprovecha es también el que utiliza un algoritmo de búsqueda directa que se ha desarrollado en computación cuántica para incrementar exponencialmente la eficiencia de ciertos procesos de búsqueda. La computación cuántica se basa, como su nombre indica, en aprovechar efectos cuánticos en procesos macroscópicos. Y es que el nivel cuántico y el macroscópico no pueden estar separados por una barrera infranqueable. Nadie puede afirmar con certeza que en el nivel más profundo de procesos que no conocemos perfectamente, como la replicación genética o la decisión consciente, no se produzcan efectos cuánticos que repercutan en esos procesos.
Azar y libertad
Pero azar no es libertad, y esta es la segunda réplica del determinista a la carta cuántica. Podría concederme que la evolución no es un proceso determinista, pero puntualizando que tampoco hay libertad en él. Yo puntualizaría que, siendo un proceso indeterminista, no es un proceso aleatorio. Sigue una estrategia. Sin azar no hay evolución, pero solo con azar tampoco. El proceso evolutivo funciona de tal manera que aprovecha la indeterminación para conseguir la adaptación al medio mediante la selección natural. Hay leyes. Hay una dinámica que no tiene nada que ver con la de la materia inercial, y que funciona de acuerdo con unas leyes que también son diferentes, y que no son deterministas. Desde un punto de vista determinista, puede decirse que la replicación genética es un proceso en el que se producen errores. Desde el punto de vista de su funcionalidad, teniendo en cuenta que eso es lo que la hace ser útil y eficaz, habría que decir que es un proceso diseñado con la flexibilidad suficiente para adaptarse a los cambios del entorno, combinando (sabiamente) mecanicismo e indeterminación.
Pero es un proceso ciego, diría el determinista. Y tendría razón. La evolución funciona de manera ciega, pero seguramente sería más eficaz si alguien la controlara. Proyectemos la película de la evolución a la tasa habitual de 24 fotogramas por segundo, teniendo presente que se ha grabado a una tasa de algo así como un fotograma cada mil años. Uno se da cuenta de que la trama avanza, pero a trompicones. Recordemos el argumento: adaptación al medio y selección natural. Y lo que vemos es que a veces una especie acapara casi todo el protagonismo, pero luego se extingue y al cabo de un tiempo ya apenas queda rastro de ella. ¿Qué sentido tenía esa trama, si luego ha quedado totalmente olvidada? Si sucede esto es porque el entorno va cambiando, a veces como consecuencia de la actuación de la propia especie. Si un guionista hubiera previsto los cambios que iban a producirse, la especie habría cambiado para adaptarse antes de que fuera demasiado tarde. Si hubiera previsto los cambios que la propia especie iba a producir, hubiera modificado su conducta para que estos cambios no se volvieran contra ella: habría diversificado su alimentación para no provocar la extinción de la especie que se había convertido en su único sustento. La naturaleza es sabia, suele decirse, pero ese calificativo no tiene una base objetiva. En realidad, evoluciona por prueba y error.
La evolución avanza a trompicones porque en ella no hay guionista. La conducta humana es mucho más eficiente porque en ella hay un guionista: la mente que es capaz de tomar decisiones conscientes. Para adaptarse al entorno, prevé, en la medida de sus posibilidades, los cambios del entorno, prevé su propia conducta, valora las consecuencias y elige la forma de conducta que cree más prometedora. Para ello lleva a cabo, igual que la evolución, procesos indeterministas. Exactamente igual que en caso de la evolución, el hecho de que la conducta humana no esté estrictamente determinada es lo que le permite ensayar diferentes estrategias adaptativas. A diferencia de lo que sucede en el caso de la evolución, la mayor parte de estos ensayos son virtuales, sin riesgo, gracias a la capacidad anticipatoria de la mente.
La evolución requiere indeterminación. ¿Equivale esto a decir que es un proceso aleatorio? ¡No! Hay una trama, aunque, como no hay director, el desarrollo parece a veces caótico. Pero hay leyes: adaptación al medio, selección natural. Eso sí: no son leyes deterministas. Uno no puede calcular el siguiente salto evolutivo con la precisión con la que puede calcular el rebote de una bola de billar, pero hay una lógica: el azar no es la causa de la evolución. La evolución no es determinista (excepto, quizá, para el demonio de Laplace… hasta que se le bloquea con la carta cuántica), pero no es aleatoria: está en algún punto intermedio. Lo mismo podemos decir con respecto a la mente consciente: el azar no es la causa de las decisiones, aunque forma parte del proceso. Decidir no es lanzar una moneda, pero tampoco es hacer lo que por fuerza había que hacer. Hacer lo que por fuerza había que hacer también forma parte de nuestra conducta, pero es un reflejo o un automatismo, no una decisión consciente. El procesamiento de la información que lleva a cabo nuestra mente no es algorítmico, sino que tiene también algo de especulativo. Y las neuronas, que son las que llevan a cabo ese procesamiento, deben utilizar los recursos necesarios para hacerlo posible, como hace la naturaleza para que se produzca la evolución de los seres vivos. Cuáles son esos recursos… ya se irá viendo a medida que avance la película de la ciencia.
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