Era la hora de tutoría. Ningún alumno había pedido cita, pero a menudo se presentaban sin más y yo, si no estaba ocupado, los atendía igual —después de recordarles, eso sí, que era imprescindible pedir cita—. En cualquier caso, parecía un buen momento para intentar desatascar el artículo estaba escribiendo; ya tenía comprometida la fecha de entrega e iba muy retrasado. Quizá me estaba haciendo mayor. Cada vez me costaba más. Cada vez me costaba más entrar en el juego de matices, réplicas, contrarréplicas, citas, menciones y, sobre todo, elección cuidadosa de cada una de las palabras, que requería un escrito académico. Esto último era lo que más me costaba. Últimamente me daba la sensación de que estaba desarrollando una especie de paranoia en relación con esta actividad. Ante cada frase que me venía a la mente, imaginaba un tribunal de adversarios cuyos componentes esgrimían contra ella una sarta interminable de objeciones: que, sin matizarla, la frase era ininteligible; que, tal como la había formulado, podía interpretarse que apoyaba alguna postura con la que yo no podía estar de acuerdo; que caía en uno de los errores típicos y tipificados de ese tipo de argumentaciones; que no aportaba nada nuevo; que parecía contradecir algo que yo había escrito en un párrafo anterior, o en una publicación anterior, o algo que no había escrito pero que se deducía de lo que había escrito… Cada vez me costaba más decidirme a escribir la siguiente frase, y, cuando finalmente lo hacía, quedaba en un estado de ánimo deprimido y resignado, como el jugador de ajedrez que se ha visto obligado a jugar en una posición en la que sabía que la única opción aceptable era no mover pieza. Además, el tema sobre el que debía escribir tampoco me interesaba nada: una matización a una crítica a un aspecto lateral de una teoría que no me parecía gran cosa. Últimamente, en los malos momentos, pensaba que no hacía más que chapotear por un terreno fangoso y que los resbalones y las caídas me impedían avanzar. Y en los momentos un poco mejores me decía que no era yo, sino la propia filosofía, la que había quedado reducida a un inútil chapoteo por el fango.
Puse en marcha el ordenador y, mientras arrancaba, cerré los ojos y me recosté en la silla intentando saborear los pocos instantes que me quedaban antes de volver a enfangarme.
—Hola.
Me incorporé, sobresaltado. La puerta estaba abierta y había allí una alumna que aún tenía la mano en el pomo.
—Adelante —respondí. Me ajusté las gafas y la miré. La reconocí. Era una morena de aspecto insignificante que a veces me observaba en clase como si estuviera viendo una película. No sabía su nombre.
—Quería comentar algo sobre el argumento del zombi.
—Sí, siéntate.
Mientras lo hacía, recordé algo.
—Tienes que pedir cita.
—¿Ah! ¿Sí? —respondió con genuina sorpresa.
—Sí. Pero te atenderé. Estoy libre. A ver, dime.
Tenía una mirada huidiza. Llevaba un anillo que le traspasaba la comisura izquierda de los labios y se lo tocó varias veces con la lengua antes de hablar.
—Según el argumento del zombi, pueden existir zombis.
No pude evitar sonreír.
—Es una manera… curiosa de expresarlo. No dice eso exactamente.
—Sí, ya lo sé, creo que lo entiendo. —Ahora se tocó el anillo con la mano derecha, dándose un par de tirones suaves—. Un zombi sería alguien… o algo… igual que nosotros, que las personas, quiero decir, pero que no tiene conciencia, que no es consciente de nada.
—Sí.
—Si nuestra mente solo es materia, o sea, el cerebro, o sea, si las neuronas son las que nos hacen pensar y tener conciencia, o sea, enterarnos de las cosas, entonces un zombi… —se quedó con la boca abierta, mirándome con unos ojos que parecían demandar ayuda y haciendo girar el anillo con la lengua.
—¿Sí?
—Entonces un zombi… ¿podría existir o no podría existir? Eso no lo tengo muy claro.
—A ver, piensa un poco. Nosotros somos materia y tenemos conciencia. Si existiera alguien que fuera igual que nosotros en todo lo que es material, pero no tuviera conciencia, ¿eso qué quiere decir, que solo se necesita materia para que exista la conciencia o que se necesita algo más?
—Que se necesita algo más, claro, ahora lo veo —sonrió y se dio un par de palmadas suaves en los muslos, aliviando la tensión—. Bueno, antes lo veía, pero… me he quedado en blanco. Claro. Si alguien es igual que nosotros, tiene los mismos átomos, las mismas células, las mismas neuronas, bueno, más o menos, pero no tiene conciencia, eso es que hace falta algo más que materia. Para tener conciencia, quiero decir.
—Exacto. El argumento del zombi pretende refutar el materialismo.
—Sí, sí. Y, claro, si eso es verdad, entonces pueden existir zombis. Por eso lo he dicho antes.
—Bueno, el argumento maneja un concepto abstracto, el zombi filosófico, que no es algo real. Solo es la posibilidad de que pudiera existir alguien igual que nosotros en lo que se refiere a la materia, pero privado de conciencia. Es un experimento mental.
—Pero… —sus ojos se iluminaron de repente, como si estuviera a punto de decir algo esencial— Pero si el argumento es válido, es gracias a que los zombis son posibles.
—Zombis filosóficos, te lo repito. Es un concepto que se usa como parte de un experimento mental y solo con la finalidad de elaborar una argumentación. No se pretende que sean algo real.
—Pero lo pueden ser —insistió, y su mirada adquirió más brillo aún—. Que lo puedan ser es necesario para que el argumento sea válido. ¿Sí o no? —ahora había incluso un tonillo desafiante en su voz.
—A ver, habría que distinguir entre posibilidad lógica, epistemológica y ontológica. La posibilidad…
—Eso no importa —cortó la chica, cada vez más segura y decidida—. Por mucho que me quiera volver loca con todas esas posibilidades, si yo fuera materialista, que no lo soy, o… bueno, no estoy muy segura, todavía lo estoy decidiendo, pero da igual, si yo fuera materialista y me vinieran con el argumento del zombi, no me dejaría convencer hasta que me reconocieran que los zombis pueden existir de verdad. ¡Es que si no pueden existir de verdad, el argumento pincha! Vale que es un experimento mental, o sea, que no es real, pero si se basa en algo que ya se sabe que es imposible, entonces a partir de ahí no se puede deducir nada. Es como si yo dijera: si existen los unicornios entonces… no sé, hay animales que se reproducen mirándose, y digo que con eso he demostrado que hay animales que se reproducen mirándose, y si alguien me dice que los unicornios no existen, yo le contesto que eso da igual, que… bueno, no sé, que existen en mi mente, y con eso ya hay bastante. Sería una tontería, ¿no?
No sé si fue por las palabras que empleaba, por lo que intentaba expresar mediante esas palabras, por la energía que parecía haberla animado de repente, o por la sensación de irrealidad que estaba adquiriendo la conversación, pero el caso es que quedé un poco confuso.
—Bueno, que algo pueda existir, que sea teóricamente posible que exista, no quiere decir que exista. Puede ser posible pero extremadamente improbable.
—Pero es posible, y por tanto puede existir.
—¡Los zombis no existen, joder! —me sorprendí exclamando con vehemencia.
—¿Cómo lo sabe? —disparó ella antes de que pudiera disculparme por el exabrupto— Si tuviéramos delante un zombi, no podríamos saber que lo es. Eso también tiene que ser así para que el argumento sea válido. Si viéramos un zombi y notáramos que es un zombi y no una persona, el argumento tampoco sirve de nada. Hemos quedado en que la única diferencia entre una persona y un zombi es la conciencia: la persona la tiene y el zombi no. Si noto que no es una persona, es porque hay algo en él que lo hace diferente a una persona, y entonces ya no sería un zombi.
No supe que decir. Ante mi silencio, ella matizó.
—No sería un zombi filosófico, quiero decir. Sería un zombi de película. Pero no estamos hablando de eso, ¿no?
—No, por supuesto.
Me concedí un instante para reflexionar.
—¿Cómo sabe que yo no soy una zombi? —justo cuando se me empezaban a aclarar las ideas, la pregunta me devolvió a la confusión. Incluso a la estupefacción.
Ella rio y vi que algo que le brillaba en uno de los incisivos. Se acarició con delicadeza el anillo de la comisura del labio con el mismo dedo que antes. Entonces me di cuenta de que llevaba un anillo igual en lo oreja derecha. Y de que se estaba haciendo dueña de la situación y de que yo no sabía qué hacer para impedirlo.
—No lo soy. De verdad.
—Me dejas más tranquilo —respondí con desánimo.
—Pero conozco uno.
—¿Qué?
—Es mi novio. Mi novio es un zombi.
—¿Qué?
—A ver. Aquí está el problema. Eso no puede ser, ya lo he dicho antes. Si yo sé que es un zombi, es que no es un zombi.
No supe qué decir. Enarqué las cejas intentando poner cara de escepticismo, de disuasión, de…
—Un zombi filosófico, quiero decir. De película está claro que no lo es: todos lo notarían, y yo más que nadie. Supongo —y exhibió una expresión pícara.
—Tu novio no es un zombi.
—Aquí está el problema, ya lo sé. Ya lo he dicho. Creo que lo es, pero, claro, no estoy segura. Si lo estuviera, no lo sería. No sería un zombi filosófico. Y yo creo que lo es. Por eso no estoy segura.
—Todo eso no tiene ningún sentido. Perdona, … ¿Cómo te llamabas?
—Nur.
Decidí actuar sin rodeos.
—Perdona, Nur, perdona que sea tan claro, pero creo que tengo que serlo: eso que dices no tiene ningún sentido. Estás diciendo… tonterías. Sí, perdona que sea tan explícito: tonterías.
—¿Dónde está la tontería? —Se puso seria. —¿No es verdad que si se acepta el argumento del zombi hay que aceptar que los zombis pueden existir?
—Zombis filosóficos, te repito.
—Sí, claro, filosóficos, no de película. ¿Y no es verdad que, si existieran, ahora mismo podría haber zombis filosóficos entre nosotros y no nos daríamos cuenta?
—Nur, no confundas un argumento filosófico, puramente conceptual, con la realidad.
Ella levantó lentamente la mano derecha hacia la boca. Pensé que iba a tocarse otra vez el anillo, pero en lugar de eso se mordió el dedo índice, como si estuviera pensando algo difícil.
—¿Está… insinuado… que la filosofía no sirve para nada, como dicen mis padres, y la mayoría de mis amigos fuera de aquí, y como decían casi todos mis compañeros de clase en el bachillerato? ¿Usted también cree que la filosofía consiste en pensar cosas que no tienen nada que ver con la realidad, como un… entretenimiento… intelectual? Porque está claro que no sirve para producir nada: mi padre me machaca con eso cada vez que sale el tema. Él es ingeniero y le gusta presumir de las cosas que hace y se pone como ejemplo. Si la filosofía no sirve para producir nada y si las conclusiones a las que se llega tampoco se pueden aplicar a la realidad… ¿De qué trata? ¿De qué estamos hablando? ¿Qué es lo que usted se dedica a enseñar?
—No, no, tampoco es eso. A ver, volvamos a empezar. El argumento del zombi…
—…se basa en que los zombis pueden existir, y creo que yo conozco a uno, y quisiera llegar a encontrar una prueba, un… criterio, para diferenciarlos. Algo así como el test de Turing, pero, claro, más avanzado, porque mi novio lleva veintidós años pasando el test de Turing. Desde que nació. Ese quiero que sea el tema de mi trabajo del semestre: la posibilidad de establecer un criterio para distinguir los zombis filosóficos de los humanos. Digo la posibilidad porque… no estoy segura que se pueda hacer, claro. En principio debería ser imposible, siendo zombis filosóficos. Pero si encontrásemos la manera, sería un gran descubrimiento, ¿no?
—No… existen… zombis.
—Bueno, es una de las conclusiones posibles del trabajo. Si encontramos ese criterio y se lo aplico a mi novio y da negativo, y lo mismo a algún otro… sospechoso, pues se podría decir que todo parece indicar que no existen zombis. Pero si resulta que da positivo… ¡Qué fuerte!, ¿no?
Intenté una estrategia envolvente.
—¿Por qué dices que tu novio es un zombi?
—No estoy segura, claro, pero creo que… en realidad no siente. Hace como si sintiera, pero en realidad no siente nada.
—¿Y por qué eres su novia, entonces?
Me miró con severidad.
—Esa es una pregunta personal.
—Perdona.
¿Qué podía hacer? No iba a echarla sin más, pero ninguna estrategia funcionaba con ella.
—Ese test debería consistir en preguntar para ver si realmente sienten de verdad. Si no sienten, yo creo que se tiene que notar de alguna manera. También debería haber preguntas de control, de esas que se pregunta lo mismo con diferentes palabras para ver si responden lo mismo.
Me eché hacia atrás, apoyando toda la espalda en el respaldo de la silla, crucé los brazos sobre el pecho, volví a la expresión de escepticismo y negué con la cabeza. Tal vez funcionara el lenguaje corporal.
—¿Un zombi puede saber que lo es? —continuó ella, indiferente a mi lenguaje corporal— Ya sé que parece una pregunta tonta, pero espere que le explique lo que quiero decir. Ya sé que, si no siente, no sabe lo que es sentir, y no puede saber lo que es un zombi porque tampoco puede saber lo que es una persona normal, de las que sienten, de las que sentimos. Él se creerá normal. Pero piensa, piensa de la misma manera que nosotros, más o menos, utiliza la misma lógica, solo que él es como un ordenador, aplica las reglas, pero no entiende nada. Bueno, sí que entiende, porque si no entendiera no podría seguir el hilo de una conversación. Entiende, pero no sabe que entiende, no… no siente que entiende, no sé cómo decirlo, es complicado. Digamos que entiende intelectualmente, pero no emocionalmente. Esa distinción la hizo usted el otro día en clase y me gustó mucho. Ahora supongamos que le hacemos entender, intelectualmente, claro, lo que es un zombi, o sea, la diferencia entre ser un zombi y ser una persona. Yo creo que, si llega a entender lo que es una persona, se dará cuenta de que él no lo es, y entonces se dará cuenta de que es un zombi. No sentirá que lo sea, claro, solo entenderá que él encaja con la idea de zombi. Y, por tanto, intelectualmente sabrá que es un zombi.
—Eso no tiene ningún sentido.
—Espere, ahora viene la parte más… buena. Descubrir un método para comprobar si alguien es zombi o persona estaría muy bien, pero lo he pensado mucho y creo que todavía podría comprobarse algo más. A mí me parece, aunque no estoy segura, es como… como una intuición que tengo, me parece que si un zombi llega a entender qué es la conciencia, puede llegar a darse cuenta de que él no la tiene, y quizá… bueno, no lo veo muy claro, pero quizá… quizá al darse cuenta de que no la tiene, ya se esté dando cuenta de algo, y al darse cuenta de algo, pues… ya puede decirse que tiene conciencia. Lo que quiero decir es que quizá al darse cuenta de que no tiene conciencia, descubre la conciencia y se convierte en persona. Quizá el problema de los zombis, o sea, la razón por la que son zombis y no personas, es solo que no han llegado a entender lo que es la conciencia y por eso no la tienen. Es como si no hubieran aprendido algo de pequeños. Aunque también podría ser una cosa genética, no lo sé, pero estoy bastante segura de que la madre de mi novio es persona. A su padre no lo conozco. Bueno, sea por lo que sea, el caso es que si es zombi porque no entiende lo que es la conciencia y se lo hacemos entender, creo que es muy posible que a partir de ese momento empiece a sentir como nosotros.
—Lo siento, te he dicho muchas veces que eso que todo eso no tiene ningún sentido y tú sigues insistiendo, bla, bla, bla, sin escucharme, sin hacerme caso. Esta conversación no tiene ninguna utilidad, así que la doy por finalizada. Tengo que pedirte que salgas de mi despacho. Adiós.
Ella puso cara de sorpresa e inició varias veces el movimiento de levantarse.
—Usted… usted… me parecía una persona… una persona… extraordinaria… intelectualmente, pero ahora veo que no… que usted no es… no es una persona. No siente. Oye mis palabras y no… no siente lo que le estoy diciendo. Como mi novio. Usted… usted también es un zombi.
No pude evitar que se me escapara una sonrisa irónica. Ella se levantó, al fin.
—Quizá los hombres son todos zombis. Eso explicaría muchas cosas.
Se dio la vuelta y caminó hacia la puerta. Al llegar, se detuvo un momento y luego se volvió otra vez hacia mí.
—Me ha sido muy útil, esta conversación. Descubrir que usted es un zombi me ha dado una idea sobre cómo plantear mi test.
Vaciló un momento.
—Le iba a dar las gracias, pero ¿para qué, si no siente nada? —añadió a modo de despedida.
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Sí, es interesante, da para reflexionar. Quizás, seguramente, haya más zombis de lo que parece.
O quizás la condición de zombi no es un ser, sino un estar.