Un compendio de mis deambulaciones literarias y filosóficas, y otros yerros.
 
La ciencia no demuestra la existencia del tiempo

La ciencia no demuestra la existencia del tiempo

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Representación de la energía oscura y la gravedad. De NASA/JPL-Caltech.

El tiempo es un concepto abstracto, una categoría que utiliza la razón humana para encarar la realidad cambiante. La ciencia lo utiliza en sus explicaciones, pero el concepto de tiempo es diferente en la física clásica que en la actual. Lo lógico es considerarlo un instrumento útil para la predicción del cambio. Otras visiones alternativas de la realidad no basadas en el tiempo no tienen por qué ser menos reales que la científica.

Aclaremos los conceptos, primero

Habrá quien piense que negar la existencia del tiempo es solo una provocación, una manera fácil de llamar la atención y atraer el interés. Parece obvio que el tiempo existe, porque todos experimentamos su transcurrir. “Antes”, “después”, “hoy”, “ayer”, “mañana”, son conceptos claros que todo el mundo sabe muy bien a qué se refieren, y todos ellos se basan en la existencia del tiempo. Y si ahora viene un filósofo, o alguien que se quiere hacer pasar por tal, y pretende enredarnos con sus sofismas para hacernos ver que nuestras ideas sobre el tiempo son inconsistentes o equivocadas, siempre quedará la ciencia para plantarle cara. Siempre le podremos contestar: «Mira, no sé cómo has conseguido hacerme ver que el tiempo desaparecía, pero vete con tus trucos a un científico. Él te pondrá en tu sitio».

Pues bien: que pierda toda esperanza quien piense de esta manera. Negar la existencia del tiempo no comporta negar la ciencia. No soy tan osado como para decir que la ciencia demuestra que el tiempo no existe, pero sí que estoy convencido de que la ciencia tampoco demuestra que el tiempo existe. Y también veo claro que todas las teorías científicas que consideremos válidas seguirán siendo igual de válidas cuando aceptemos que el tiempo no existe. Estoy convencido de que la ciencia no es incompatible con la negación de la existencia del tiempo. Y puedo demostrarlo.

Empezaré por algo que es tan obvio que siempre se pasa por alto: el tiempo es un concepto abstracto, y los conceptos abstractos no se refieren a cosas que existan. Quiero decir cosas que existan de la manera ordinaria en la que existen las cosas que no son conceptos. Una montaña existe, sin ninguna duda. Está en un lugar, podemos ir hasta ella y tocarla, tiene un determinado aspecto. Comparémosla con un concepto abstracto como, por ejemplo, la justicia. ¿Dónde está la justicia, dónde hemos de ir para verla, qué aspecto tiene? Cuando en una situación determinada decimos que hay justicia, está claro que no lo estamos diciendo en el mismo sentido en el que decimos que hay una montaña. Si hay una montaña, todos la podemos ver. Si hay justicia… ¿Todos la podemos ver? Es evidente que no. Y no hablo de ver en el sentido literal de percibirla visualmente, sino en el sentido amplio de percibirla de alguna manera.

Aclaro esto un poco más. Si llevo a un amigo ante una montaña, se la enseño y no la ve, y tiene intactas sus facultades sensoriales e intelectuales, y me pregunta dónde está y se la señalo, y me pregunta cómo es y se la describo, y sigue empeñado en que la montaña no existe, pensaré que me gasta una broma y no lo tomaré en serio. La montaña está ahí y él la tiene que ver. Pero si le enseño a mi amigo algo justo (por ejemplo, una decisión de un juez) y él me dice que no ve la justicia por ningún lado, y por mucho que le explico dónde veo yo la justicia él no consigue verla, no pensaré que me está gastando una broma: pensaré que mi amigo y yo opinamos de manera diferente sobre este punto. Tenemos diferentes conceptos de justicia. Mi concepto es aplicable a este caso concreto, a esta decisión, mientras que el suyo no lo es.

Tomemos un concepto menos abstracto: el de pez. Ahora mi amigo y yo discutimos si un delfín es un pez o no lo es. Los dos conocemos perfectamente todo lo que se puede conocer sobre los delfines, pero no nos ponemos de acuerdo. Tenemos diferentes conceptos de pez. Este caso parece distinto, porque podemos recurrir a un científico y acatar el dictamen de la ciencia. Viene el científico y dice que el delfín no es un pez. Por tanto, quien decía lo contrario tenía un concepto equivocado de pez. De acuerdo. La ciencia ha resuelto el problema. El que estaba equivocado rectifica. Pero ¿qué rectifica? ¿Rectifica sus ideas sobre lo que existe y lo que no existe? No. Ni siquiera rectificará sus ideas sobre cómo son las cosas que existen. Ni siquiera sobre cómo son los delfines, puesto que de antemano ya sabía todo lo que se puede saber sobre ellos. Lo único que sucedía es que lo situaba en un casillero equivocado en la clasificación científica de los seres vivos.

“Pez” también es un concepto abstracto. Los peces existen, pero eso solo quiere decir que existen seres a los que aplicamos el concepto de “pez”. Ellos siguen meneando la cola tranquilamente, y el grande se sigue comiendo al chico, si tiene hambre y ocasión, indiferentes por completo con respecto a los conceptos que les apliquemos o les dejemos de aplicar. Los científicos podrían cambiar en cualquier momento de criterio sobre lo que es y lo que no es un pez, y la vida bajo el agua seguiría exactamente igual. Por cierto, que no estoy muy seguro de si Plutón sigue siendo un planeta, como lo era cuando yo estudié el sistema solar en el colegio, o ya no lo es. Algo he leído por ahí que me crea dudas. El ejemplo de la discusión sobre si el delfín es un pez puede parecer poco verosímil, (¡es un mamífero!), pero seguro que mucha gente discute sobre si Plutón es un planeta. ¡Y muchos de ellos son científicos! Y también es seguro que Plutón, sea lo que sea, sigue girando a su ritmo, como lo ha hecho los últimos millones de años, y no va a cambiar a causa de la decisión que tomen los científicos.

Un concepto abstracto se forma suprimiendo características concretas de las cosas reales, y, por tanto, no existe en la realidad. Nos lo inventamos. Tomemos una sardina. Existe. Ahora decimos: «Esto es un pez, porque vive en el agua y respira por branquias”. Eso quiere decir que todo lo que vive en el agua y respira por branquias en un pez. Pero no existe nada que solo posea estas dos características. La sardina, por ejemplo, tiene escamas. Y no podemos añadir “tener escamas” al concepto de pez, porque hay peces que no tiene escamas. El “pez en sí” no existe, existen peces concretos. Y cuando decimos que el mar está lleno de peces, queremos decir que el mar está lleno de seres a los que se puede aplicar el concepto de pez.

Parece una tontería decir que el “pez en sí” no existe, pero es que algunos pensadores muy importantes lo han afirmado. Por ejemplo, Platón. Tal vez solo creyera en la existencia del “pez en sí” durante de la época en la que estaba más entusiasmado con su Teoría de las Ideas, pero lo que parece seguro que creyó hasta el final que la “justicia en sí” existe realmente. Y no hay mucha diferencia entre creer en la existencia de la “justicia en sí”, es decir, de la justicia como algo diferente de las cosas justas, y creer en la existencia del “tiempo en sí”, es decir, del tiempo como algo diferente de los acontecimientos que suceden en él.

El cambio del tiempo a lo largo del tiempo

En fin, podemos seguir hablando de montañas, de peces, de planetas, de la justicia, o del transcurso del tiempo, y nos seguiremos entendiendo. Pero que nos entendamos no quiere decir que exista el pez en sí o el tiempo en sí. No hablamos de eso. Hablamos de cosas a las que se les puede aplicar el concepto de pez, o de acontecimientos a los que se les puede aplicar el concepto de tiempo o alguna de sus variaciones. Pero los conceptos respectivos son inventos nuestros, no se refieren a cosas que existan en la realidad.

Vale, pero… en el caso del tiempo parece que hay algo diferente. Parece que es más básico, más esencial para la ciencia. La ciencia utiliza el concepto de tiempo, y resulta que la ciencia describe y explica la realidad, y lo hace con exactitud y precisión. Por tanto, el concepto de tiempo debe referirse a algo que es real. Si no fuera así, la ciencia no podría servirse de él para describir y explicar la realidad.

Sigamos este argumento. Ahora yo pregunto: ¿cómo es el tiempo, según la ciencia? Quizá no todo el mundo lo sabe, pero lo cierto es que el tiempo para la ciencia es ahora algo diferente de lo que era hace trescientos años. El tiempo de Newton era uniforme, regular, invariable, y el tiempo según la teoría de la relatividad varía en función de la velocidad. Durante trescientos años, la física se fundamentó en un concepto de tiempo que ahora sabemos que no es adecuado. Y no es ninguna tontería, la diferencia entre un tiempo y el otro. No es ningún matiz sutil. Antes era regular e invariable; ahora resulta que se acelera o se retarda según las circunstancias. Por cierto, esta última característica sirve también para rebatir otra de las creencias habituales sobre la naturaleza del tiempo. Muchos piensan que ha de existir porque lo percibimos, porque es una percepción básica, tal vez tan básica que no puede explicarse —«Si nadie me lo pregunta, lo sé, pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé», decía Agustín de Hipona—, pero fundamental. Quienes piensan así deberían preguntarse: ¿No es también una percepción básica, fundamental, que el tiempo tiene que transcurrir siempre al mismo ritmo? Pues que sepáis que para la ciencia actual no es así.

De hecho, tanto las leyes de la física newtoniana como el concepto de tiempo en el que se basan siguen siendo válidas actualmente, solo que a escala humana: son un caso particular, a escala humana, de una teoría más general en la que el tiempo es de otra manera. Para los humanos normales y corrientes que nos desplazamos a pie o en algún vehículo de los que tenemos a nuestro alcance, y que no salimos de nuestro planeta, el tiempo regular, uniforme e invariable de Newton ya nos va bien. Es “nuestro” tiempo, y por eso sus características nos parecen básicas y fundamentales. Y también lo creía Newton. Pero luego llegó Einstein y lo puso todo patas arriba.

Lo que se deduce de esto es que probablemente la ciencia no ha dicho aún la última palabra sobre el tiempo. Nuestro concepto ordinario del tiempo es el newtoniano, que es diferente del relativista. Probablemente, el concepto relativista también será superado por otro, para el cual el tiempo relativista será un caso particular. De hecho, la física se halla actualmente en una fase de transición, porque todavía no se han unificado las teorías relativista y cuántica. La física que las unifique es probable que incluya un concepto de tiempo diferente.

En definitiva: si pensamos que el concepto de tiempo es tan básico para la física que ha de corresponderse con algo real, ese “algo” sería diferente para un newtoniano que para un relativista, y seguramente también será diferente para la física futura.  El concepto de tiempo ha cambiado (¡a lo largo del tiempo!), pero la cosa a la que supuestamente se refiere ese concepto no puede cambiar a la vez. Por tanto, es perfectamente razonable suponer que esa cosa no existe, y por eso no le afecta que cambie el concepto.

De hecho, creer que el tiempo no existe no afecta para nada a la física, porque la cuestión no es científica sino filosófica. Me explico. Las teorías científicas que son explicativas y no han sido refutadas por la experiencia seguirán siendo (provisionalmente) válidas tanto si el tiempo que aparece en sus fórmulas es una cosa real como si es un mero artificio de cálculo que nos es útil para formularlas. Cuando hablamos de física tendemos a pensar que describe la realidad tal y como es, y que, por tanto, los conceptos que se usan en sus explicaciones tienen que corresponderse con realidades físicas existentes. Pero los matemáticos están acostumbrados a utilizar artificios de cálculo imposibles de encajar en la realidad física. Imposibles de encajar incluso en la lógica. Por ejemplo, la raíz cuadrada de -1. No puede haber un número que multiplicado por sí mismo dé como resultado un número negativo, y, por tanto, la raíz cuadrada de un número negativo no puede existir. Pero los matemáticos inventaron un símbolo para representar la raíz cuadrada de -1, que es i, le pusieron un nombre, que es “número imaginario” (ya se ve que no pretendían engañar a nadie), operaron con él y, ya que se ponían, inventaron toda una rama del álgebra, la de los números complejos. Podría pensarse que lo hacían por pura diversión (¡!), que es una pérdida de tiempo, un artificio inútil, si no fuera porque es útil. La transformada de Fourier, por ejemplo, en la que interviene el “número” i, la utilizan rutinariamente los ingenieros de telecomunicaciones para descomponer una señal en sus componentes de frecuencias. Nadie puede pretender que i corresponde a algo real, pero los físicos lo usan sin ningún problema.

Acerca del tiempo como útil de pesca

Recapitulo. Hasta ahora he expuesto las siguientes tesis sobre el tiempo en relación con la ciencia:

  1. El tiempo es un concepto abstracto, y los conceptos abstractos se crean a partir de la realidad y se aplican a ella, pero no corresponden a algo que exista en la realidad.
  2. El concepto de tiempo que emplea la ciencia ha ido variando a lo largo de la historia.
  3. El concepto de tiempo que emplea la ciencia en la actualidad no coincide con el ordinario, con el que nos manejamos los simples mortales.
  4. El hecho de que la ciencia emplee un determinado concepto de tiempo para hacer predicciones que se cumplen y para construir explicaciones que consideramos correctas, no quiere decir que ese concepto se corresponda con algo que existe en la realidad.

En definitiva: la ciencia utiliza multitud de conceptos como meros artificios de cálculo, y lo más razonable es pensar que el tiempo es otro de esos conceptos/artificios.

Supongo que a estas alturas todavía habrá alguien que piense que sigo escamoteando el naipe. «Todo eso está muy bien —puedo oír que dice—, pero dejémonos de una vez de sutilezas filosóficas. El hecho es que la física consigue prever el comportamiento de la realidad, y para efectuar estas previsiones utiliza el tiempo. Algo debe haber en la realidad que se corresponda con el tiempo, alguna característica básica de la realidad debe encajar con ese concepto. Porque si no fuera así, las previsiones de los físicos se cumplirían por casualidad. La situación sería la siguiente: se han inventado un concepto que utilizan para hacer predicciones sobre lo que sucederá en la realidad, esas previsiones se cumplen, y resulta que el concepto no corresponde a nada real. Pues entonces es azar o es magia. Pero magia de la buena, sin truco».

El concepto de tiempo funciona al aplicarlo a la realidad porque es muy adecuado para gestionar una característica de la realidad que sí parece ser básica, fundamental: el cambio. En la realidad hay cambio, eso es innegable. Los humanos, como el resto de los seres vivos, tratamos de sobrevivir en un mundo cambiante. Para conseguirlo, hemos desarrollado (o hiperdesarrollado) la razón, mediante la cual tratamos de entender ese mundo en el que vivimos y de esa manera prever sus cambios y prevenirnos ante ellos. Y el método que utiliza la razón —quien dice la razón dice la ciencia— consiste en “capturar” la realidad e interiorizarla, construyendo mentalmente una especie de maqueta, o de simulación, que nos permita verla evolucionar pero que esté en nuestras manos, que podamos manipularla, y que nos permita, además, anticipar los cambios futuros. Una simulación de la que tengamos el control, y que podamos hacer que se mueva hacia delante y hacia atrás (es decir, en el sentido en el que el cambio se ha producido realmente y también en el sentido inverso). Gracias a esta maqueta podemos, si es lo bastante buena, prever lo que sucederá si las cosas continúan por el camino que llevan y también lo que sucederá si alteramos alguna circunstancia con el fin de evitar algún problema o de conseguir alguna ventaja.

Esa simulación es un modelo teórico, un entramado de explicaciones sobre por qué y cómo suceden los cambios. Si nos remontamos a los orígenes, encontramos que primero las explicaciones eran de tipo mágico o religioso, luego se hicieron más racionales y naturalistas, y finalmente han llegado a producir la ciencia, que permite simulaciones casi perfectas, o perfectas del todo en muchos ámbitos. En la construcción de ese entramado de explicaciones utilizamos unos materiales básicos que nos sirven para poner los fundamentos, que son una serie de conceptos abstractos gracias a los cuales damos un orden básico, una organización estructural, a todo. A veces se les ha llamado categorías, y es una denominación útil para diferenciarlos de otros conceptos abstractos que comparativamente son más concretos porque se aplican únicamente a un ámbito de la realidad y no a toda ella. Por ejemplo, el concepto de “vida” es muy general, pero no se aplica a todo: hay cosas que no tienen vida. El concepto “peso” es más general, porque todas las cosas vivas tienen peso, y también cosas que no tienen vida. Pero no es absolutamente general, porque se aplica solo a los objetos físicos. Las palabras, por ejemplo, también son parte de la realidad, pero no pesan porque no son un objeto físico. A los conceptos que se aplican a cualquier cosa, de cualquier tipo, se les llama conceptos universales o categorías para distinguirlos de otros conceptos que son generales pero que tienen un ámbito de aplicación más restringido. Pues bien: el tiempo es un concepto universal o categoría. No conocemos nada que no exista en el tiempo, ni seres vivos, ni objetos físicos, ni palabras, ni pensamientos, ni emociones…

¿Qué pasaría si conociéramos algo que no existiera en el tiempo? No sabríamos qué hacer con ese “algo”, no sabríamos cómo procesar esa información, no sabríamos dónde meterla. Porque el tiempo es una característica básica de la manera en que organizamos la realidad, una categoría. En rigor, una cosa que no existiera en el tiempo ni siquiera podríamos conocerla, porque una premisa básica de cualquier cosa que podamos conocer es que existe en un tiempo. Si queremos pensar en algo que no existe en el tiempo, lo hacemos aplicando la negación a la idea de tiempo, porque poseemos el concepto de negación y sabemos aplicarlo, pero en ese caso, cuando lo aplicamos, el resultado es que no sabemos de qué estamos hablando.

Cualquier cosa que conocemos existe en el tiempo porque al conocerla la ubicamos en el presente. Pero ese presente, ¿está en la cosa? ¿Es una característica de la cosa, como parecen serlo la forma o el color, y percibimos esa característica al conocerla la cosa, igual que sucede con la forma o el color? Es evidente que no. El presente es ahora, y cualquier cosa que sucede ahora la ubico en el presente. Pero soy yo (el sujeto de conocimiento) el que la ubico ahí. La cosa es indiferente con respecto al presente.

El tiempo es, pues, una categoría, una forma básica de acuerdo con la cual ordenamos la realidad. Y es útil porque la realidad es cambiante, y el tiempo parece atrapar una característica básica del cambio. “Parece atrapar”: es como si tirásemos una red para atrapar la realidad y nos llegara cargada de cosas. Después, esas cosas las procesamos, las clasificamos y las ordenamos de acuerdo con otros conceptos: tamaño, forma, color…, pero la red del tiempo es la red básica. Continuamente estamos tirando y recogiendo esa red, y de lo que hay en las oscuras aguas en las que la sumergimos no sabemos más que lo que extraemos mediante ella. Y también podría decirse, forzando la metáfora hasta el extremo, que tampoco sabemos nada acerca de la vida que posiblemente bulle en esas profundidades, porque lo que recogemos con nuestra red nos llega ya muerto. Ordenado, eso sí, clasificado impecablemente de acuerdo con el orden básico del tiempo y de acuerdo con otras categorías, pero ese procesamiento al que lo sometemos lo desnaturaliza. En realidad, es como si las redes se lanzaran desde un barco conservero en alta mar y cuando el pescado llega al puerto y de ahí a nuestras manos, llega ya envasado en latas de conserva.

Alternativas al tiempo

Si la red del tiempo atrapa cosas, debe ser porque la realidad tiene características que lo hacen posible. De la utilidad del tiempo como categoría básica para entender la realidad podemos, tal vez, deducir algunas características de la propia realidad. Que es cambiante, con toda seguridad. Pero lo que no podemos hacer es decir que el tiempo es parte de la realidad. En el agua había peces, y algunos de ellos eran del tamaño adecuado para ser atrapados por la red, pero la red la hemos tirado nosotros; no forma parte de lo que hay en el agua.

¿Hay otras maneras de atrapar peces, además de la red? Sí, las hay. La caña de pescar, por ejemplo. ¿Hay otra manera que sea más eficaz que la red? En términos generales, quizá no: supongo que la mayor parte del pescado que consumimos ha sido capturada mediante redes. Del pescado que ha sido pescado, claro, no del procedente de la acuicultura. Pero para determinadas especies o en determinadas aguas son más adecuadas otras técnicas. Con respecto al tiempo: ¿Hay otro concepto, otra estructura, otra aproximación a la realidad, que permita sobrevivir en un mundo cambiante, además del concepto de tiempo? Cuesta imaginarlo, pero supongo que sí. Es bastante razonable pensar que los peces, ya que hablamos de ellos, no poseen el concepto de tiempo. Ni newtoniano ni relativista. Y bien que les va. Pero a nosotros nos va mejor: Los pescamos y nos los comemos. Por tanto, nuestra herramienta es más eficaz que la suya.

El concepto de tiempo parece ser una estructura básica de la razón humana. No es casualidad: hemos desarrollado (o hiperdesarrollado) la razón para atrapar fenómenos cambiantes, para prever los cambios y sobrevivir de manera más eficaz en un mundo cambiante, y el tiempo es una pieza básica de la razón porque es una pieza básica para la explicación racional del cambio. Es decir: el tiempo es una pieza tan fundamental en la razón, tan estructural, que sin ella la razón no se sostendría. ¿Exagero? Puedo citar a Kant, en mi defensa, que decía que la matemática se basa en el tiempo. Y no la matemática superior, sino la noción de sucesión, que da origen a los números naturales y a partir de aquí a todo lo demás. Sin el concepto de tiempo, no sabríamos contar. Y una “racionalidad” que no permita contar sería algo tan diferente a la nuestra que mejor sería llamarla de otra manera.

En definitiva: si queremos buscar alternativas al tiempo, tenemos que preguntarnos si puede existir un instrumento diferente a la razón humana para encarar la realidad cambiante. Y la respuesta es que sí. El de los peces, por ejemplo, sea cual sea. Otra cosa sería preguntarnos si puede existir un instrumento tan eficaz como la razón. Al fin y al cabo, a los peces los pescamos y nos los comemos, por lo que su instrumento para sobrevivir al cambio no parece tan eficaz como el nuestro. A esta pregunta, mi respuesta sería que dudo que podamos imaginar un instrumento tan eficaz, porque entendemos el mundo a través de la razón, y buscar a través de la razón una manera alternativa de entenderlo es francamente difícil, si no imposible.

Lo que sí creo es que podemos intentar captar el mundo, o percibirlo, o experimentarlo, o como queramos decir, utilizando vías no racionales en las que no interviene el concepto de tiempo. ¿Y no es esto lo que acabo de decir que es tan difícil? No, no es esto. Ahora digo que podemos experimentar el mundo al margen de la razón, y hace un momento decía que es muy difícil encontrar una manera diferente de entenderlo. Si queremos entenderlo, en el sentido de ser capaces de anticipar los acontecimientos e intentar modificar su curso en nuestro beneficio, la razón es el instrumento más depurado que ha producido la naturaleza a lo largo de millones de años de evolución. Es difícil competir con ella. Si lo que queremos es tomar contacto con el mundo de una manera que no sea racional, podemos llegar a tener otra percepción de él que no será tan útil para anticiparnos a los acontecimientos, pero que no tiene por qué ser menos “real” o “auténtica” que la racional, puesto que la racional está claramente distorsionada para que encaje con las categorías de la razón, y sobre todo con el tiempo. Lo que digo, en definitiva, es que una visión estética, pongamos por caso, o mística, de la realidad, en principio no es ni más ni menos auténtica que la racional, aunque con toda seguridad es menos útil para sobrevivir.

Si es menos útil, ¿qué interés puede tener? Parece que es una alternativa peor. Sí, habría que ignorar estas visiones alternativas de la realidad si estuviésemos pensando en sustituir una visión por otra. Pero no se trata de eso. No se puede sobrevivir siendo un artista o un místico a tiempo completo. Hay que comer, y para ello hay que conseguir comida, y para ello… No se puede renunciar del todo a la razón. La razón es imprescindible, pero también es cierto que nos provoca toda una serie de daños colaterales, muchos de los cuales están ligados al concepto de tiempo. En otras entradas desarrollaré más ampliamente esta idea, pero, en este punto, lo pertinente es decir que esos daños, esos sufrimientos, pueden ser amortiguados por incursiones esporádicas en visiones alternativas, intemporales, de la realidad. Es como si lleváramos unas botas de montaña: las necesitamos para seguir avanzando, pero nos acaban provocando dolor de pies y nos alivia liberar a nuestros pies de vez en cuando. Aunque luego tengamos que volver a calzarlas para reemprender la marcha.

Quiero remarcar, por último, que esas visiones intemporales no son menos reales o auténticas que la racional. Percibir el mundo de manera intemporal no tiene por qué ser una alucinación. Y no va, estrictamente hablando, en contra de la ciencia. Porque la ciencia utiliza el concepto de tiempo para hacer predicciones, pero no demuestra que el tiempo exista. Y espero que esto sí que haya quedado suficientemente demostrado.

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