«Esta noche, a las dos serán las tres».
El niño frunce el ceño y se tapa los oídos.
—¡Nooooo! ¡No puede ser!
El padre sonríe.
—No te preocupes —y con suavidad le separa las manos de la cabeza—. No te preocupes. Solo hay que cambiar la hora de los relojes, nada más. Y se cambia sola.
—¡Pero los relojes nos dicen qué hora es! ¡Si los cambiamos, nos engañarán!
—No, hombre. La hora es la que marcan los relojes. Se cambian los relojes, se cambia la hora, y no pasa nada. Solo que dormiremos una hora menos.
—¿Y dónde habrá ido, esa hora? ¿La perderemos para siempre? ¿Viviremos una hora menos?
—No, la recuperaremos en el próximo cambio de hora.
—¿Y los que se mueran antes?
El padre suspira.
—Bueno, en realidad no la recuperaremos, es una forma de hablar. Y esta noche tampoco la perderemos. El tiempo es el que es, nadie lo puede cambiar. Solo cambiamos la hora de los relojes.
—Pero antes has dicho que la hora es la que marcan los relojes. Si cambiamos los relojes, cambiamos la hora. Y ahora dices que el tiempo no se puede cambiar. No lo entiendo. No puede ser.
—A ver cómo te lo explico. El tiempo es el que es, siempre está avanzando, nadie lo puede parar. La hora es solo una manera de medirlo, y eso sí que lo podemos cambiar. Imagínate… imagínate una fuente de la que siempre sale agua, siempre la misma cantidad, a la misma velocidad, y eso nadie lo puede cambiar. Pero ahora queremos medir el agua que sale. Cogemos, por ejemplo, recipientes de un litro y los vamos llenando durante una hora. Sabes lo que es un litro, ¿verdad?
—¡Papá!
—Vale. Pues eso, los llenamos durante una hora. Al cabo de una hora, contamos los que tenemos y así sabremos la cantidad de litros que salen en una hora. Por ejemplo, treinta. ¿De acuerdo?
—Sí, de acuerdo.
—Pues ahora resulta que no tenemos muchos recipientes de un litro, pero tenemos muchas latas de refresco, que son más pequeñas. Si en vez de llenar recipientes de un litro llenamos latas de refresco, al cabo de una hora también sabremos cuánta agua ha salido. Pero la cantidad de latas llenas que tendremos no será la misma que si fueran recipientes de un litro. ¿Qué te parece, tendremos más latas o menos?
Al niño no le hace falta pensar.
—Más, porque son más pequeñas. Cada lata se llenará antes.
—Correcto. Tendremos la misma agua, la que sale de la fuente en una hora, pero repartida en un número mayor de recipientes. La misma agua medida de manera diferente. ¿Sí?
—Sí.
—Bueno, pues el agua es el tiempo, siempre avanza igual, le da lo mismo que alguien se entere o no. Las horas, los minutos y segundos son solo maneras de medirlo, como los recipientes son maneras de medir el agua que sale de la fuente. Lo medimos como a nosotros nos conviene y cambiamos la medida cuando a nosotros nos conviene. Se cambia la hora para ahorrar energía, dicen, pero el tiempo sigue pasando, como el agua de la fuente sigue manando.
—Vaaaale.
—¿Lo entiendes?
—Sí.
—¿Te quedas tranquilo?
—¡No! ¡Me habéis estado diciendo muchas mentiras sobre el tiempo!
—¿Que le dijo qué?
—Pues eso, que los relojes no marcan el tiempo verdadero. Fue para que entendiera el cambio de hora.
—Y está así desde entonces.
—Sí. ¿Cree que tiene relación?
—¡Claro! El niño necesita seguridades, ya se lo he dicho otras veces. A ver si puedo arreglarlo. Hágalo entrar.
Cuando tiene el niño sentado ante él, el terapeuta le pregunta:
—¿Sabes qué hora es?
—Sí. Las doce y veinte —y señala un reloj digital que cuelga de la pared.
—No. La hora verdadera.
—No existe la hora verdadera —dice el niño, y suspira, y se queda mirando al suelo.
—¡Sí, hombre, claro que existe! La hora universal coordinada. Hora UTC, para abreviar.
—Pues mi padre dice que no —mira al terapeuta, entre la esperanza y el escepticismo.
—Tu padre quiere ponerte las cosas más fáciles, pero a veces no tiene en cuenta que a tú prefieres saber las cosas como son.
—Entonces… ¿Qué es eso de la hora UTC?
—La hora verdadera, la que marca el tiempo verdadero. Cuando se adelantan o se atrasan los relojes, se adelantan o se retrasan con respecto a la hora verdadera. Por ejemplo, en esta época del año. nuestra hora es UTC+1, que quiere decir que vamos adelantados una hora con respecto a la hora verdadera.
—Pero… entonces… la hora verdadera… ¿Cómo se sabe, si los relojes marcan una hora más?
—No, internamente todos los aparatos electrónicos funcionan con la hora UTC, pero cuando nos la enseñan le suman o le restan lo que haga falta en función de la época del año y del lugar donde estamos. En América, por ejemplo, no es la misma hora que aquí. ¿Lo sabías?
—Sí, claro, porque la tierra da vueltas y ahora aquí es de día y allí de noche.
—Pero todos, aquí y allí, sabemos cuál es la hora verdadera, solo que nuestros relojes añaden o restan lo que haga falta para que esté de acuerdo con el momento del día. ¿Lo entiendes?
—Sí, sí —dice el niño sonriendo.
—Yo te gusto, ¿verdad?
—No me puedes gustar. Eres la novia de mi amigo.
—Eso es una tontería y lo sabes. A uno le gusta lo que le gusta, no lo que quiere que le guste.
El chico sigue mirando al frente, como si pudiera ver algo que está más allá de la pared. Tararea el estribillo de la canción que está sonando.
—¿Sabes una cosa? —insiste la chica— Tú también me gustas —y le acaricia ligeramente el antebrazo, tímidamente.
Ahora el chico vuelve la cara hacia ella.
—¡Eso sí que no puede ser! ¡Tienes novio!
—¿A ti solo te gusta una canción, o una película, o una clase de helado?
—¡No es lo mismo!
—Aún me gustas más cuando hablas así, tan convencido —y le pasa el brazo por detrás de la espalda, hasta el hombro, y se aprieta ligeramente contra él, como abrazándolo de lado; él mueve apenas la espalda intentando separarse, pero sin ninguna convicción, como queriendo dejar constancia de que lo ha intentado—. Aunque digas tonterías.
—No son tonterías. Si fueras mi novia no me gustaría que… hicieras…
—…cosas…
—…cosas con otro.
—¿Y si no te enteraras?
—¡Eso da igual! —protesta él airadamente—. ¡Las cosas son como son, independientemente de que alguien se entere o no!
La chica retira el brazo y se separa.
—Sabes —dice—, en realidad la culpa es tuya.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Me haces ver que te gusto. Desde siempre, desde el primer día en que nos conocimos.
—Yo… no sé disimular. Es un defecto que tengo.
—Y a mí me gusta gustar. Me gusta mucho notar que gusto a alguien. No solo me gusta: me excita. Tú… me excitas mucho.
Y vuelve a acercarse, y se abraza a él, esta vez sin disimulo, y acerca la cabeza a la suya y le da un beso en el cuello. Él cierra los ojos y permanece inmóvil. Ella le acaricia la mejilla. Él intenta separase, pero sin poner ningún empeño. Abre los ojos y dice:
—No puede ser. Eres la novia de mi amigo.
—Mírame —responde ella, y con suavidad le sujeta la cabeza y le hace girarla hacia ella—. Déjame que te mire.
Él se deja hacer y, durante un instante, la mira directamente a los ojos. Traga saliva. Ella acerca la cara hasta que su nariz llega a tocar la de él. Inclina la cabeza para tocarle también con la frente y susurra con sensualidad:
—Da igual, no se va a enterar.
Él cierra los ojos, frunce el ceño y, con un movimiento decidido, se separa.
—¡No da igual! ¡Lo que da igual es que se entere o que no se entere! ¡Habrá pasado, y eso es lo importante! ¡Habrá pasado, y eso ya no se podrá cambiar nunca!
Ella suspira y se queda también mirando la pared. Pasa el tiempo y parece que ha desistido de sus planes.
—Es tarde —dice él—. Me voy a ir ya.
—¿Qué hora es?
—Casi las dos.
—Esta noche cambian la hora, ¿no?
—Sí. A las tres volverán a ser las dos.
Vuelven a quedar en silencio. De repente, en la cara de ella se dibuja una sonrisa.
—Tengo la solución —dice, y vuelve a abrazarle como antes, pero ahora él intenta separarse con más decisión; ella trata de impedirlo—. Ven, déjame que te diga una cosa. Tengo la solución.
Él suspira y deja de moverse.
—No insistas, no hay solución —dice en voz baja, como lamentándose.
—Sí —dice ella—. Son casi las dos y estamos tú y yo aquí, sentados el uno al lado del otro. Dentro de una hora, a las tres, volverán a ser las dos. Serán las dos y seguiremos estando tú y yo aquí, sentados, inocentemente. Lo que hayamos hecho durante esa hora será como si no hubiera pasado. No habrá pasado nada, porque esa hora habrá quedado anulada.
—No —dice él.
Y se separa, y se levanta, y se pone la chaqueta, y se vuelve hacia ella, y dice, a modo de despedida:
—Solo cambia la hora de los relojes. La hora UTC, que es la verdadera, no cambia.
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