Un compendio de mis deambulaciones literarias y filosóficas, y otros yerros.
 
El eterno retorno del amor

El eterno retorno del amor

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Vamos a suponer que cierto día o cierta noche, un demonio se introdujera furtivamente en la soledad más profunda y te dijera: «Esta vida, tal como tú la vives y la has vivido, tendrás que vivirla todavía otra vez y aun innumerables veces; y se te repetirá cada dolor, cada placer y cada pensamiento, cada suspiro y todo lo indeciblemente grande y pequeño de tu vida. Además, todo se repetirá en el mismo orden y sucesión… y hasta esta araña y este claro de luna entre los árboles y lo mismo este instante y yo mismo. El eterno reloj de arena de la existencia se dará la vuelta siempre de nuevo, y tú con él, corpúsculo de polvo». ¿No te echarías al suelo, rechinarías los dientes y maldecirías al demonio que así te hablase? O puede que hayas tenido alguna vez la vivencia de un instante prodigioso en el que responderías: «¡tú eres un dios y nunca oí nada más divino!». Si aquel pensamiento llegase a apoderarse de ti, te trasformaría como tú eres y acaso te aplastaría. Se impondría como la carga más pesada en todo tu obrar la pregunta a cada cosa y a cada paso: «¿quieres que se repita esto otra vez y aun innumerables veces?». O ¿cómo tendrías tú que ser bueno para ti mismo y para la vida, no aspirando a nada más que a confirmar y sellar esto mismo eternamente?

Nietzsche, La gaya ciencia

 

—Reconocerás que no es una manera muy normal de celebrar un aniversario.

—¡Cada año igual! ¿Quieres ser normal? ¿Para eso estamos juntos, para ser normales?

—No es eso. Pero si todo el mundo lo hace de otra manera debe ser por algo.

—Porque son normales. ¡Cada año igual, Vanessa! Si no te parece bien, ¿por qué no lo dices antes? ¡El momento para decirlo era mientras lo preparábamos!

—Bueno, bueno, no te enfades. No lo digo antes porque te veo tan animado con los preparativos, tan ilusionado… decidiendo los temas a tratar, como si fuera, no sé, una junta de accionistas… No digo nada porque no quiero frustrarte. Y porque me parece bien, ¿eh? Mientras lo hablamos y lo preparas, me parece bien. Pero cuando llega el momento… es una lástima, haber dejado los niños con nuestros amigos sólo para hablar. Tenemos muy pocas ocasiones para estar solos tú y yo.

—¡Pero eso que haces es peor, joder, seguirme la corriente y después echarte atrás! Lo teníamos todo preparado, y ahora… ¿Qué coño hacemos, ahora?

—Venga, no te enfades. Sigamos, no pasa nada. Va. ¿Qué toca ahora, el reparto de tareas domésticas? Ah, no, eso lo dejamos para el final. ¿La enseñanza de principios morales a los niños, el problema del orgasmo simultáneo…?

—Así no puede ser. Ya se ve que no tienes ganas. Ahora también lo dices para seguirme la corriente. Seguro que te apetecería más ir a bailar.

—Me gustaría que fuéramos más a menudo a bailar, ya lo sabes.

—¡Y está apuntado! ¡Mira! Si quieres cambiamos el orden y hablamos ahora de salir a bailar más a menudo.

—¿Un cambio en el orden del día? ¿Es reglamentario, eso?

—¡Venga, no te pongas sarcástica! Siempre acabas así. Antes hablábamos de las cosas con normalidad. Ahora sales en seguida con ironías y sarcasmos. Ya no te gusta hablar conmigo, ya no te interesa lo que digo. Ya me he dado cuenta. Antes te encantaba.

—¡Antes! Antes… antes hablábamos, y bailábamos, y hacíamos el amor, y todo… fluía, siempre estábamos contentos, encantados de estar juntos. Ahora… parece que sólo te guste hablar, analizar, y siempre estás serio, frío, no se ve… no se nota que te gusta estar conmigo.

—Siempre me he dedicado a analizar las cosas, lo sabes desde el principio. Desde antes del principio. Soy así, eso va incluido en el paquete.

—¡Oh, cariño, no discutamos! ¡Es nuestro aniversario! Va, por esta vez cambiemos los planes. Improvisemos. Vamos a pasear, a beber, a bailar, o… hagamos el amor. O de todo un poco.

—Vale.

—¿Vale?

—Vale. Nos olvidamos de lo que habíamos decidido, de lo que yo me había esforzado en preparar, y hacemos lo que a ti te apetece en este momento.

—No vale.

—Lo que no entiendo es esa obsesión por celebrar los aniversarios. Es una cosa convencional. Hoy es un día como los demás. A mí me parece muy bien celebrar que estamos juntos, pero lo podemos celebrar mañana, o pasado… o todas las semanas. ¿Por qué tiene que ser precisamente hoy?

—¿Y por qué tiene que ser precisamente hoy el día que hagamos ese… balance, análisis de situación y previsión de futuro que a ti te gusta hacer cada año? También lo podemos hacer otro día. A ti también te gusta celebrar el aniversario, reconócelo, pero a tu manera.

—Vale, lo hacemos otro día. El año que viene lo hacemos otro día, y el día del aniversario hacemos lo que tú quieras. Pero lo hablamos antes y nos ponemos de acuerdo. A mí me da igual, el día del aniversario. Lo que pasa es que me parece que es necesario revisar el estado de nuestra relación de vez en cuando para mantenerla en buenas condiciones, y hacerlo el día del aniversario es lo más fácil, porque es una fecha fácil de recordar. Pero me da igual, el puto aniversario.

—Pues… no te debería dar igual.

—¿Por qué? ¿Para ser como la gente normal? Ellos sí que lo celebran. ¿Quieres ser como ellos?

—Celebrar los aniversarios es… natural.

—¿Ah, sí? ¿Natural? ¡Es una costumbre, un convencionalismo social, un hábito cultural! ¡Joder, Vanessa, por favor!

—Un hábito cultural que se basa en… una necesidad natural. Como muchos otros.

—¿En una necesidad natural? ¿Celebrar un aniversario? ¿Te estás oyendo? Reconoce que lo que te pasa es que tienes ganas de bailar.

—Oye, no te pases Te estás poniendo ofensivo. Aquí no eres tú el listo y yo la tonta. Si digo que se basa en una necesidad natural es porque estoy convencida. Porque lo pienso.

—¿Lo piensas? Se te acaba de ocurrir ahora mismo.

—Lo pienso y tengo razones para pensarlo. Y puedo demostrarlo.

—¡Ja! ¿Puedes demostrarlo, ¿eh? Pues venga, demuéstramelo. A ver.

—Te lo demostraré, Ser Superior. Pero luego te tendrás que disculpar.

—Demuéstralo antes. A ver, ¿cómo me lo vas a demostrar?

—Filosóficamente, para que lo entiendas.

—¡Vaya! ¡Filosofaremos, ahora!

—Me basaré en una idea tuya: la concepción cíclica del tiempo. Es la más natural, según tú.

—No es mía. Es de Heráclito, de Nietzsche. Yo estoy de acuerdo con ellos.

—Vale, es tuya en el sentido de que la has hecho tuya. Supongo que estamos de acuerdo en esa idea.

—Sí, yo pienso que la concepción cíclica del tiempo es la más natural. Pero habría que concretar qué significa eso.

—También estaremos de acuerdo. Significa que los humanos experimentamos el tiempo de manera cíclica, como todos los seres vivos. El sol sale cada día, las estaciones se suceden cada año. Todo empieza, acaba y vuelve a empezar. En cambio, el tiempo rectilíneo, irreversible, es una abstracción racional, una construcción artificial que no está de acuerdo con nuestra experiencia. Porque nosotros cada día despertamos y volvemos a empezar, y cada primavera volvemos a enamorarnos…

—Ya veo por dónde vas.

—Pero estamos de acuerdo, ¿no?

—Sí.

—Pues eso. Y resulta que, como somos racionales y todo el día nos comportamos racionalmente, estamos obligados a vivir en el tiempo rectilíneo, unidireccional, en el que no hay marcha atrás, y lo que ha sucedido ya no volverá a suceder, y siempre estará en el pasado y nunca se podrá cambiar. Y si aplicamos eso a nuestra relación, quiere decir que cualquier mal momento que hayamos pasado, cualquier malentendido, cualquier enfado, cualquier… mal rollo, siempre formará parte de nuestra historia y siempre nos pesará. Siempre será un lastre que arrastraremos. Y a medida que vaya pasando más tiempo, y más cosas, ese lastre se irá haciendo más pesado cada día, hasta que ya no lo podamos arrastrar.

—¡Claro! Justamente es lo que yo pienso. Por eso hay que hacer balance periódicamente, para intentar evitar que en el futuro se repitan los errores del pasado. Justamente para eso, para contrarrestar los efectos negativos de ese concepto rectilíneo del tiempo, que es inhumano. Cada año hacemos una parada, y un replanteamiento. Y volvemos a empezar. Iniciamos un nuevo ciclo. Cambiamos el tiempo rectilíneo por el cíclico.

—Pues te equivocas con ese planteamiento. Porque es demasiado racional. El tiempo rectilíneo es el tiempo de la razón. El cíclico es el de la vida. Pero tú haces un análisis racional del pasado, y también una planificación racional del futuro. Todo racional. Intentas escapar de la razón y caes de cuatro patas en la razón.

—Bueno, no… no intento escapar de la razón. Somos seres racionales. Y nos va bien. Podemos aprovechar la razón para hacer que cada nuevo ciclo sea mejor, para que no repetir los mismos errores.

—A ver cómo lo digo. Quieres escapar del tiempo rectilíneo, que es irreversible, y por tanto tiene el problema de que los lastres del pasado siempre estarán ahí, lastrando el presente, y lo haces analizando el pasado, volviendo al pasado. Reconociendo que el pasado sigue estando ahí, que es importante, que hay que contar con él para siempre.

—Bueno, es que… no nos pasemos de irracionales. El pasado hay que tenerlo en cuenta. Para no volver a caer en los mismos errores. Me parece evidente.

—¿Ves? Todo ese rollo del tiempo cíclico no te lo crees, en el fondo. Lo piensas con la cabecita pero ahí se queda, en la cabecita. No lo sientes… con el corazoncito. A la hora de la verdad, sigues con la idea de que el pasado hay que tenerlo en cuenta. Que siempre estará ahí.

—Pero… ¿Qué alternativa hay? No podemos vivir a lo loco, sin pensar. Eso estará muy bien como idea, pero en la práctica lleva a tropezar siempre con la misma piedra.

—¿Qué alternativa hay, dices? El renacimiento. El tiempo cíclico. Cada nuevo ciclo renaces, y lo que pasó en el ciclo anterior ya no existe. Eso son las celebraciones de aniversario. Una purificación: volver a ser puro. Quitarte de encima toda la mierda que se te ha ido acumulando durante el último ciclo. Es como el baño en el río para quitarte el polvo del camino y sentirte otra vez limpio. Esto suena a bautismo y religión, pero, bueno, ya digo que se basa en una necesidad natural, la de renacer, la de resetear el ciclo. Y las religiones responden a necesidades naturales.

—Resetear el ciclo… bueno, eso ya me suena mejor. O sea, que según tú la celebración de aniversario es una especie de renacimiento.

—Es eso, justamente. Y cuando el aniversario que se celebra es el de una pareja, es también otra cosa muy importante: repetir el principio. Volver a empezar. En el tiempo rectilíneo te enamoraste una vez y eso ya es parte del pasado. En el tiempo cíclico repites el enamoramiento en cada nuevo inicio de ciclo, en cada celebración. Bueno, no lo repites todo exactamente igual, claro. Entre otras cosas porque la primera vez pasaste de no estar enamorado a estar enamorado, y las veces sucesivas pasas de estar enamorado, aunque menos, porque el paso del tiempo ha provocado un desgaste, a recuperar el enamoramiento inicial, a revivirlo. A hacerlo renacer, a empezar de nuevo, sin pasado. La primera vez no había pasado, sólo había futuro. Al rememorar esa primera vez te vuelves a sentir igual, sin pasado, sin lastre, sólo ilusionado por el futuro. Eso son las celebraciones de aniversario.

—¿Recargar la batería… del amor?

—Eso. La gente normal celebra el aniversario para recargar la batería. Me gusta la imagen de la batería, algo que almacena energía. Simboliza el tiempo cíclico, la recargas, recuperas la energía inicial y todo vuelve a empezar. Bueno… ahora que lo pienso mejor… no, no me gusta. Con cada ciclo de carga la batería sufre un desgaste, cada vez recupera menos energía y al final la tienes que tirar. Da igual, es sólo una imagen. En fin, me entiendes, ¿no?, celebrar es revivir, repetir el inicio, renacer a la misma vida a la que naciste la primera vez. Volver a enamorarte.

—¡Volver a enamorarte!

—Si eres capaz, claro. Si no, no hay nada que celebrar.

—Si eres capaz… Como el demonio del que habla Nietzsche, que te plantea volver a vivir otra vez la vida que has vivido, una y otra vez, y tú tienes que decidir si tienes el valor de aceptarlo o no. Sólo aceptarás si lo que has vivido ha valido la pena.

—Pues eso. No me creas a mí. Cree a Nietzsche. A mí déjame ser ese demonio y preguntarte: ¿Tienes el valor de volver a enamorarte? ¿Ha valido la pena y estás dispuesto a repetirlo, una y otra vez, desde el principio? ¿Sin pasado, con la misma ilusión, con la misma energía, con una energía tan grande que se llevará por delante todos los obstáculos?

—¡Oh, Vanessa! Sí, sí, sí… ¡Eres la hostia! ¡La rehostia!

—¿Ahora lo descubres?

—No, ahora… lo revivo. Y lo celebro.

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