Un compendio de mis deambulaciones literarias y filosóficas, y otros yerros.
 
10. Ceremonia funeral

10. Ceremonia funeral

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«Practiqué la meditación durante años, ya sabes, y perseguía un objetivo muy concreto: la pérdida del yo y la fusión con todo y con todos. No lo conseguí, claro; ni siquiera me acerqué. Eso también lo sabes. Ni siquiera lo intenté en serio, me parece, lo de la fusión, y es que ahora pienso que en realidad nunca me lo creí. Ni me lo creí ni lo deseé. Nunca me pareció posible, pero es que además me daba miedo que pudiera pasar. Disolverme sería dejar de existir; esa supuesta fusión me dejaría reducida a la nada. Si no abandoné antes fue porque no podía aceptar como definitiva la pérdida de mi padre, y seguir con la meditación mantenía viva una cierta esperanza de reencuentro. También continuaba porque me sentía obligada a creer en aquello que él creía más importante, tan importante como para dejar a un lado todo lo demás. Pero nunca conseguí acercarme al supuesto objetivo, ya digo. Supongo que con el tiempo acepté que la pérdida de mi padre era definitiva, que ya no lo volvería a ver, acepté que él nunca volvería a formar parte de mi vida, y perdí el interés en todo aquello.

«Pero últimamente me siento más próxima a él de lo que me había sentido nunca desde que murió. No sé cómo decirlo. El caso es que ahora vuelvo a sentir como si no estuviera muerto del todo. Mejor: siento como si la muerte no fuera algo definitivo e irreversible. Porque la verdad es que no me pasa solo con mi padre: me siento más próxima que nunca a mi madre, a pesar de no haber llegado a conocerla. Y con mis abuelos, que murieron hace mucho menos tiempo: casi siento que podría hablarles y que me responderían. Creo que ha sido porque me he acostumbrado a utilizar la TA, y también por haber participado en el diálogo con las estrellas. Y por la experiencia de la poetea. Esas formas de comunicación tan íntimas entre las personas sin poner en juego ningún elemento físico me hacen sentir, y digo sentir y no pensar, que estamos todos mucho más próximos de lo que parece, mucho más unidos, que formamos parte de algo, de una misma cosa. Y esa sensación de proximidad, esa… conciencia de unidad, vamos a llamarla así, me parece de una naturaleza tan distinta a lo físico que podría no verse afectada por la muerte, que al fin y al cabo es un acontecimiento físico.

«A raíz de todo esto se me ha ocurrido algo que quiero contarte. Yo recuerdo a mis familiares muertos, pienso en ellos de vez en cuando, incluso en mi madre, pero nunca he hecho ningún esfuerzo por sentirme cerca de ellos. No sé cómo decir esto, porque yo misma no lo veo muy claro. Para mí morir siempre ha sido dejar de existir, por lo menos desde que soy adulta, y no tiene sentido intentar sentirte cerca de algo que no existe. Hasta ahora pensaba en ellos como algo que fue pero ya no es, como piensas en un emperador romano o una batalla de hace siglos, como el pasado, que fue presente un día pero que ya ha quedado atrás y ya no es nada. Y creo que esto me hacía sentir desarraigada. Desarraigada en sentido literal: falta de raíces, falta de un soporte que me mantuviera unida a algo sólido y estable. Intentar mantenerme erguida ha sido siempre intentar mantener el equilibrio y, sin una buena base, eso requiere un esfuerzo continuo, un esfuerzo extraordinario y agotador. Ahora siento la necesidad de acercarme a ellos, de recuperar la conexión, no sé, de volver a ocupar mi posición en la cadena, o en la red, o en la trama, de la que todos, ellos y yo, formamos parte.

«Se me ha ocurrido hacer una especie de funeral, por llamarlo de alguna manera. O una conmemoración. Diría un encuentro, pero sé que eso no es posible. Me gustaría dedicar un tiempo a pensar en ellos, en todos ellos, a hablar de ellos, a hablar con ellos, aunque sé que no me van a escuchar. Se me ha ocurrido hacerlo contigo, si tú quieres. Utilizarte como una especie de médium. Comunicar telepáticamente contigo e ir pensando en ellos uno por uno y transmitirte todo lo que se me ocurra, todo lo que me venga a la mente al pensar en cada uno, incluso todo lo que les diría, todo lo que les quiero decir, todo lo que guardo dentro y quisiera que supieran. Y quisiera que, después, cada vez que acabe mi… sintonización con cada uno de ellos y te haya volcado todo lo que me ha suscitado, cuando ya no me quede nada más por decir, tú, que lo habrás captado todo y que seguramente lo habrás captado muy bien, porque me conoces muy bien, como nunca nadie antes, y porque tienes una sensibilidad extraordinaria para captar las emociones y los sentimientos de los demás, me devuelvas todo lo que has sentido sobre mi relación con esa persona. No lo que has pensado, sino lo que has sentido, y que me lo transmitas de manera directa, íntima, a través de la poetea. No dirigiéndote a mí como una persona, Semperviva; quisiera que me sintieras solo como una espectadora, que fuera una comunicación despersonalizada, que comunicaras lo que sientes a todos, a todos y a nadie, al mundo, al universo, que hicieras como quien habla al viento. No sé si me entiendes. No sé si podrás hacerlo. Creo que sí. Estoy segura de que sí.

«Creo que será muy bueno para mí. Será como hacer que mi relación con cada uno de ellos se integre en la relación universal de todos con todos. Porque yo tengo un determinado recuerdo de mi padre, por ejemplo, una determinada imagen, y yo creo que él era esa persona que yo recuerdo, la que corresponde a esa imagen, pero en realidad él no era esa persona. No era solo esa persona, quiero decir. Era alguien diferente para otros, era alguien muy diferente para mi madre, seguramente, y también era muy diferente para mis abuelos, y para mi abuelo era diferente que para mi abuela, y también era diferente para sí mismo. Y esto es solo una forma de hablar que no acaba de expresar la realidad. Porque, para mí, él no era una cosa concreta que se pueda definir o que se pueda describir exhaustivamente. Era frío, pero también era afectuoso; era ingenuo, pero también profundo, era muchas cosas a la vez, y algunas de ellas contradictorias entre sí. Y estoy segura de que también era indefinible, o inabarcable, para mi abuela y para mi abuelo, e incluso para él mismo. Estoy segura de que él se veía a veces como alguien muy despierto y a veces como alguien un poco atontado, a veces decidido y a veces indeciso, a veces valiente y a veces cobarde. Estoy segura de que él se veía así porque yo también me veo así, y estoy convencida de que todos nos vemos así. Todos tenemos muchas facetas, y lo que somos realmente, si puede decirse que somos algo determinado, sería la totalidad de esas facetas, pero esa totalidad no la tiene nadie, ni siquiera uno mismo. Esa totalidad está flotando en la red de conexiones entre las personas. Cada uno de nosotros es inabarcable. Y ya sé que esto no es nada científico, al contrario, es lo más anticientífico que puede haber, pero siento que, de alguna manera, si yo te transmito las facetas que guardo de mi padre, estaré restituyendo esas facetas a esa red global y, de alguna manera, recompondré a mi padre, lo enriqueceré. Y a mi madre, y a mis abuelos.

«Y no es que ahora piense lo que pensaba mi padre, no es que piense que en realidad él, ellos, no han dejado de existir sino que siguen existiendo integrados en una especie de conciencia colectiva, o universal. No pienso eso, pero sí pienso que, en realidad, uno solo muere para sí mismo. Sé que suena raro, y un poco absurdo, quizás, pero creo que tiene mucho sentido. Te explico lo que quiero decir. Uno siempre se percibe a sí mismo, y eso es lo que le permite saber que existe. “Pienso, luego existo”, decía Descartes, y hay ahí algo profundamente verdadero. Se trata de ser consciente, me parece. Mientras soy consciente, mientras tengo conciencia de mí misma, sé que existo. El día en que deje de tener conciencia de mí misma, ya no sabré que existo. Uno muere y deja de tener conciencia de sí mismo y deja de saber que existe, y eso es radical, definitivo e irrevocable, según todos los datos de que disponemos. Pero eso solo es cierto en relación con uno mismo. Con respecto a los demás, la situación es muy diferente. Yo no tenía conciencia de mi padre. Yo lo veía y lo oía, y eso era para mí una prueba de que existía, pero cuando no lo veía ni lo oía también pensaba que existía. La existencia de los demás es muy diferente de la existencia de uno mismo, la muerte de los demás es algo totalmente distinto de la muerte de uno mismo. Si yo estoy pensando en una persona que sé que existe y en ese mismo momento muere, yo no percibo nada, sigo pensando en él como alguien vivo. Mi conocimiento de una persona no se ve afectado por el hecho de que esa persona esté viva o muerta, dejando de lado, claro está, el dato concreto de saber que está muerta y los sentimientos que eso me produzca. La muerte es un cambio radical para uno mismo y, en general, produce un fuerte impacto emocional en quienes le conocen, pero no cambia el conocimiento que estos tienen de él, el conocimiento de quién es, o quién era, de cómo es, o cómo era, de su carácter, sus aficiones, su manera de pensar. Lo único que sucede es que, en general, ese conocimiento no seguirá enriqueciéndose como consecuencia del contacto personal con él, aunque podría enriquecerse de otras maneras, como por ejemplo teniendo acceso a cartas, vídeos, o cosas así que uno no hubiera visto mientras estaba vivo, conociendo información nueva sobre él. Pero, en general, no solo no seguirá enriqueciéndose, sino que irá empobreciéndose y deformándose por el paso del tiempo, como pasa con todos los recuerdos. Uno muere para sí mismo de manera instantánea y definitiva, pero para los demás la muerte es un lento desvanecerse. En algunos casos, como Sócrates o Napoleón, ese desvanecimiento es muy lento. Incluso podemos decir que está detenido. Incluso podemos decir que en algunos casos es reversible, porque, por ejemplo, creo que Van Gogh está hoy en día más vivo para el mundo de lo que lo estuvo mientras todavía estaba vivo para sí mismo. Para los demás, tu vida es más larga que para ti mismo. Para los demás, algunos alcanzan la vida eterna.

«Lo que yo quiero es que mis padres y mis abuelos continúen vivos y llenos de facetas para el mundo, y para conseguirlo quiero volcar al mundo todas las facetas que guardo de ellos. Las volcaré en ti y pasarán a formar parte de ti, y en tus conexiones con los demás, irás transmitiendo alguno de esos aspectos de ellos, y así irán esparciéndose, y quedarán flotando para siempre en esa nebulosa que forman las conexiones entre las personas».

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