Un compendio de mis deambulaciones literarias y filosóficas, y otros yerros.
 
8. La expedición lunar

8. La expedición lunar

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—Perdonad el retraso.

Semperviva entró agitada, casi jadeante, como si hubiese llegado al laboratorio corriendo por los pasillos del Consorcio. Sus colaboradores la esperaban para una reunión que no había podido empezar aún a causa de su ausencia imprevista. Se sentó y respiró profundamente un par de veces para recuperar el aliento.

—Ya os habrá dicho Bonafide que a primera hora me han convocado por sorpresa a una reunión de directores. Siento que hayáis perdido el tiempo esperando, no pensaba que se alargaría tanto. Pero creo que ha valido la pena. Tengo una gran noticia. Bueno, una buena noticia que tiene su parte negativa, también. Ahí va: habrá una nueva misión lunar dentro de poco y nos han dado una ventana de experimentación en ella. Lástima que el peso de los equipos que podemos cargar es ridículo.

Hubo gestos de alegría entre los presentes.

—¿Cuándo será? —preguntó Bonafide.

—Esa es la parte… menos buena. Dos semanas. Habrá que correr. Habrá que volar. En una semana hemos de presentar la propuesta en firme.

La alegría se convirtió en incredulidad.

—¡La próxima misión estaba prevista para dentro de varios meses! —dijo alguien.

—La han adelantado. No habrá alunizaje, solo ir y volver, así que los preparativos son muy sencillos.

—La agencia espacial no opera así —insistió el que había hablado, el astrofísico del equipo—, siempre planifica a largo plazo. He trabajado allí.

—Todo parece indicar que el único objetivo de la misión es precisamente la experimentación sobre la TA —respondió Semperviva—. Aunque nadie lo ha dicho claramente, de la conversación he deducido que los de ingeniería tienen algo a punto y necesitan probarlo. Están… no sé, obsesionados por los diálogos con las estrellas.

—¡Pero si han conseguido pararlos! —exclamó Bonafide.

—No, se está preparando una nueva convocatoria —replicó una chica.

—No me había enterado —intervino Semperviva—. En la reunión nadie lo ha dicho.

—Sé que se prepara al margen de los medios de comunicación y de las instituciones. Hay grupos que están organizándolo, se comunican de persona a persona y utilizando solo la TA. Quieren evitar que el gobierno lo impida, y por eso no lo harán público hasta el último momento. Aquí lo saben, claro —hizo un movimiento circular con el dedo apuntando a las paredes—. Si lo sé yo, también lo saben ellos.

—¡Eso está muy bien! —exclamó otro de los investigadores, muy joven—. El gobierno no tendría que intervenir. Si la gente quiere hacerlo, tiene que poder hacerlo. Es perfecto que la gente tome iniciativas al margen del gobierno. ¡Ya era hora!

—Pero sin una buena planificación no se debe afrontar un asunto serio —intervino Bonafide—. Y más en este caso, porque no sabemos dónde nos pueden llevar esos diálogos. Dejándolo en manos de la gente, de la masa, es imposible que haya una buena estrategia.

—¡Vale, vale! —cortó Semperviva—. Es el peor momento para enredarnos en un debate político. He insistido mucho para que nos dejaran experimentar en un viaje espacial. Ahora tenemos la ocasión: hemos de aprovecharla. Y hay muy poco tiempo para concretar el experimento.

Cuando se planteó seriamente la posibilidad de investigar la TA, pensó que lo primero que habría que determinar era la velocidad a la que se transmitía. Esa era una magnitud física, abordable para ella. Si estaba en el entorno de la velocidad de la luz, podría deducirse que el medio de transmisión era algún tipo de radiación electromagnética. Si era más baja, habría que buscar otra cosa, aunque eso era bastante improbable. Si la transmisión era instantánea, podría relacionarse con el entrelazamiento cuántico. Sin embargo, esa línea de investigación solo era viable si se podía experimentar con individuos situados a distancias muy grandes entre sí. Había que salir del planeta. Entre individuos situados en dos puntos cualesquiera de la Tierra, la transmisión se percibía como instantánea, pero no era un dato concluyente: esa percepción instantánea era compatible con una velocidad bastante menor que la de la luz. A diferencia de los experimentos puramente físicos, en los que solo intervienen procesos físicos e instrumentos de medida, en el caso de la TA la precisión de las mediciones estaba limitada por la velocidad de reacción de los individuos participantes. El emisor debía apretar un pulsador cuando enviaba el mensaje, el receptor tenía que hacer lo mismo cuando lo recibía: el inevitable retraso de uno y otro, por pequeño que fuera, dejaba margen suficiente para que algo viajando a la velocidad de la luz diera varias vueltas a la tierra. Para obtener resultados fiables, habría que disponer de sujetos muy alejados entre sí. De ahí el interés de Semperviva por experimentar con viajeros espaciales. Entre la tierra y la luna la luz viaja en 1.2 segundos. Todavía demasiado poco, en principio, pero tal vez un diseño muy inteligente de los experimentos permitiría obtener un resultado significativo.

—Habrá muy poco tiempo para preparar al tripulante con el que vamos a experimentar —apuntó Bonafide—. Habíamos hablado de entrenarlo a fondo, de que repitiera aquí cientos de veces lo que tendrá que hacer desde la luna y así tener registros fiables de su velocidad de reacción. En dos semanas será imposible hacerlo.

Se abrió un breve paréntesis de silencio reflexivo.

—Yo haría una propuesta, pero creo que no me la aceptarán —volvió a hablar Semperviva, y sonrió, como para introducir un punto de distensión—. Que Luxmundi vaya en esa nave. Ya está entrenado, ya tenemos todos los registros suyos que nos harían falta. Y además, nadie domina la TA como él.

Todos se volvieron a mirarlo. No participaba en la reunión, y de hecho no debería haber estado allí, pero el plan de trabajo previsto había quedado alterado por la ausencia repentina de Semperviva y Luxmundi llevaba toda la mañana esperando en un rincón de la sala, sin nada que hacer.

—Sería perfecto —siguió la broma Bonafide—. Tal vez lo admitieran a cambio del peso equivalente en equipos. No sería una gran pérdida, porque pesa muy poco.

—Y come muy poco, eso tampoco sería un problema —dijo otro.

Desde que llegó, Luxmundi se había hecho amigo de todos y todos bromeaban con él.

—Si queréis libraros de mí, la luna no está lo bastante lejos —respondió—. Nadie domina la TA como yo, lo dice vuestra jefa. Desde la luna me seguiríais oyendo.

—¿Quieres librarte de mí? —le había dicho ella a Carpediem uno de aquellos funestos días.

—¿Qué dices? —respondió él.

—¿Por qué no viniste ayer? ¿Por qué no contestas a mis mensajes?

—Me quedé sin batería, y luego tenía tal mogollón de mensajes que no vi los tuyos. He tenido muchos líos.

—¿Líos con… otra?

—¡Qué va! ¡Estás paranoica!

—Me la juego para que podamos vernos y luego ni te molestas en darme una explicación. No sabes el problema que voy a tener por haber venido a buscarte. Pero si no viniera yo, tú no moverías ni un dedo. Nunca haces nada para que nos veamos.

No quería pensar, eso fue lo que luego entendió: que no quería pensar. Por eso la ruptura fue tan larga, tan dolorosa. Ni siquiera quería ver. Para ella, él era su vida; para él, ella era el episodio presente. Era fácil de entender. Lo podía haber entendido, si hubiera querido pensar. Y también podía haberse dado cuenta de que, para él, el episodio presente se iba convirtiendo en el episodio pasado. Era incomprensible que no se hubiera dado cuenta. Que cerrara los ojos ante cada demostración de que él ponía cada vez más cosas por delante de ella, de que cada vez se esforzaba menos por quedar con ella. Era inexplicable que no quisiera ver que cuando estaban juntos, él estaba más pendiente de cualquier otra cosa que de ella.

Si lo hubiera pensado, tal vez hubiera podido saberlo desde el comienzo, desde la primera mirada en la que descubrió aquella conexión irresistible que la acabó arrastrando hasta él. Porque vivir al día formaba parte de la actitud que ella veía en él desde el principio; desde antes, incluso, de intercambiar las primeras palabras. Porque la inconstancia también formaba parte de aquella mirada, y la despreocupación, y no podía decir que no las hubiera visto, porque eran algunos de los elementos que contribuían a que le atrajera tanto. Ella era constante, disciplinada, preocupada siempre por cumplir las expectativas que los demás tenía sobre ella, y seguramente por eso le atraía aquella despreocupación, aquella facilidad por vivir la vida a su aire, sin pensar en el mañana, sin pensar en los demás. Pero si le atraía que él fuera inconstante y despreocupado, ¿cómo no pensó que ella misma iba a ser víctima de esa inconstancia y esa despreocupación?

Las bromas con Luxmundi no habían conseguido evitar que la tensión creciera en el grupo. La discusión que se abrió después solo sirvió para hacerles sentir que volvían a visitar todos los callejones sin salida en los que se habían ido metiendo desde que empezaron a investigar la TA, y un cierto sentimiento de frustración empezó a hacerse palpable. Incluso Semperviva parecía estar perdiendo su habitual aplomo.

—Necesitamos una hipótesis nueva, un enfoque diferente, atrevido, arriesgado, incluso… alocado —reflexionó—. ¿Alguien ha visto algo en sueños, alguien ha tenido un delirio… razonable sobre la TA?

Transcurrieron unos instantes de silencio total hasta que alguien se atrevió a romperlo y se reinició la discusión.

—Creo que somos demasiado cautos a la hora de aplicar el modelo del interaccionismo cuántico. Siempre queremos que las interacciones sean entre elementos físicos, y quizá en el caso de la TA no es así.

—¡Somos físicos! Si no hay elementos físicos, no hacemos nada aquí. Y además, como científicos hemos de aceptar que todo se basa en la física, no podemos suponer que hay por ahí espíritus flotando como fantasmas, sin ninguna conexión con los elementos físicos, y que mantienen entre ellos comunicaciones… espirituales.

—Es que a lo mejor el problema es ese, querer reducirlo todo a una sola cosa, a la materia física, a las propiedades básicas de los elementos de la materia. Lo queremos encajar todo en un esquema en el que no todo encaja. Y no me refiero solo a nosotros, y no solo en este caso. Eso mismo sucede en muchos ámbitos científicos. En todos. Los bioquímicos intentan explicar la vida a partir de la química, pero la verdad es que están muy lejos de crear vida en el laboratorio. Juntan las piezas y no les sale. Parece que la vida se les escapa, parece que… tenga vida propia. Hace falta química, sí, pero quizá en interacción con algo más. Y lo mismo pasa con los neurocientíficos intentando explicar el pensamiento a partir de las neuronas. Hacen falta neuronas para pensar, como hacen falta chips para implementar un algoritmo. Pero el algoritmo no aparece sólo por juntar chips. Es al revés: los chips existen para poder implementar algoritmos. El pensamiento no surge sólo por juntar neuronas, las neuronas existen para que el pensamiento pueda desplegarse. ¿Y si admitiésemos que en las interacciones básicas de lo vivo y de lo consciente interviene algo más, algo no físico, irreductible a lo físico, que acaba provocando fenómenos como la vida, la conexión entre los seres vivos, el pensamiento, la comunicación, y también la TA?

—¿Otro tipo de elemento, un elemento no físico? No, no vayamos por ahí —zanjó Semperviva—, no perdamos el tiempo en especulaciones filosóficas.

Se oyó a Luxmundi reír estrepitosamente en su rincón. Todos volvieron la vista hacia él, sorprendidos.

—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó Semperviva.

—Perdonad, perdonad, ya me callo —hizo un gesto como de sellarse los labios.

—No, hombre, dilo. Total, no tenemos gran cosa que hacer, aparte de diseñar unos experimentos para una expedición a la luna que despega dentro de pocos días. Venga, dilo.

—Pues… me ha hecho gracia porque me ha parecido como que… perdona, Semper, hablo de lo que no entiendo, me ha parecido como que estáis buscando algo que no sabéis lo que es, pero tenéis tanta prisa que no queréis perder el tiempo intentando averiguar qué es lo que buscáis.

Su ceguera con respecto a Carpediem, su incapacidad para ver lo que tenía delante de los ojos, tuvo raíces muy profundas. No solo estaba en juego el amor. Era mucho más que eso: la vida, la verdad, todo lo esencial. Su padre había comenzado a trazarle el camino por el que ella transitaba, y también sus abuelos habían intervenido después, y también sus profesores, también el maestro Advaita. Ella misma se había ido acondicionando ese camino a base de pensar por sí misma, de leer, de esforzarse por integrar lo que le enseñaban unos y otros. Y llegó un momento en que estaba convencida de ir trazando un itinerario seguro por la vida, orientado hacia la verdad, y avanzaba por él alegre y confiada, feliz al imaginar lo que encontraría al final. Pero ese camino desapareció un día, como pasa a veces al seguir una senda por el bosque, que va desdibujándose más y más hasta que se llega a un punto en el que solo hay árboles y matorrales. En algún momento todo dejó de tener sentido: su padre era un ingenuo, sus abuelos tenían una mirada muy corta, la meditación no llevaba a descubrir ninguna unidad de la conciencia, Dios era una fábula, la ciencia, un aburrimiento estéril. Y, desorientada entre los árboles, vio brillar la mirada de Carpediem, y en esa mirada vio otra vez un camino hacia la verdad. Aquella verdad sobrenatural en nombre de la cual decía su padre que valía la pena sacrificar todo lo demás, estaba allí, en aquella mirada. La esencia de la vida, la esencia de la realidad, estaba en aquella conexión inmaterial, ajena a lo físico, pero íntima y más real que ninguna otra cosa, que se había establecido entre ella y Carpediem. Aquella conexión era la verdad esencial, y como tal era eterna e inmutable, no podía desaparecer de ninguna manera. Si algo que veía o que pensaba parecía ir en contra de aquella verdad, no era verdadero, no podía serlo. Era parte del velo de Maya, del auténtico velo de Maya que hasta entonces le había impedido ver la verdad.

—¿Tú qué crees que debemos buscar?

—¡Yo qué sé! No soy científico. Os escuchaba para ver si aprendía algo, pero me parece que no he entendido nada.

—Ya que has empezado, continúa. Dominas la TA como nadie. ¿Qué es lo que no estamos teniendo en cuenta? Quizá tu percepción nos ayude a encontrar un camino viable.

—Eso de buscar una explicación física de la TA… No sé, yo no percibo que sea algo físico. Es una comunicación directa, de persona a persona, de mente a mente. Es como si las dos mentes se conectaran.

—Vale, pero esa conexión tendrá que hacerse a través de algún medio, ¿no? Eso es lo que buscamos. Acepto que el origen es la mente, y la mente todavía no la podemos explicar muy bien. Además, no es nuestro campo. Pero nosotros no queremos explicar la mente, sino lo que sale de la mente, por decirlo de alguna manera. Si lo comparamos con el habla, al hablar también se comunican dos mentes, pero lo hacen a través del sonido. Las cuerdas vocales producen una vibración en el aire, y esa vibración crea los sonidos que transmiten las palabras. Nosotros no queremos explicar el proceso de formación de las palabras en la mente, sino su transmisión. Queremos averiguar cómo funcionan las cuerdas vocales de la TA.

—No, no creo que no haya algo parecido, en la TA.

—¿Por qué?

—Las cuerdas vocales, todo ese proceso que explicas… en la TA no hace falta nada de eso. Yo creo que las cuerdas vocales son… una especie de instrumento. Creo que existen para superar una limitación que tenemos. Que teníamos. No nos podíamos comunicar directamente, no sabíamos hacerlo. Al hablar, lo que hacemos es: pensar, traducir a palabras y enviar las palabras. Pero con la TA esa limitación ha desaparecido. Pienso y envío lo que pienso. Solo eso. Ya no hacen falta cuerdas vocales.

—¿Y los DCT? ¿No son un transductor? Quiero decir, ¿no juegan el mismo papel que las cuerdas vocales al hablar?

—No sé, pero no me parece que los DCT hagan algo parecido. Si los llevo puestos puedo comunicar, y si no los llevo, no. Eso es todo lo que sé sobre ellos. Pero me parece que hay una diferencia importante con las cuerdas vocales. Al hablar tengo que traducir a palabras, y por eso hacen falta las cuerdas vocales, porque no envío lo que tengo en la mente, sino la traducción en palabras. En cambio, al comunicar mediante la TA no hay que traducir nada. Se envía directamente lo que tienes en la mente. Hacen falta los DCT, pero no por la misma razón.

—Bueno, traducir a palabras… tal vez las palabras se forman en el proceso de pensar. Tal vez no son cosas distintas. Tal vez pensamos con palabras, o tal vez concretamos el pensamiento al formularlo en palabras. Creo que cuando decimos «no encuentro las palabras» queremos decir «no tengo las ideas claras».

—Tal vez eso sea verdad, no sé, pero solo cuando se trata ideas. Ya sabes, cuando razonamos, cuando utilizamos la lógica, conceptos abstractos y todo eso. Me parece que en otros casos no es así. Puedo hablar de mi experiencia personal. Es lo único de lo que puedo hablar. Cuando quiero describir una emoción, a veces no encuentro las palabras. La emoción está ahí, la siento, sé sobre ella todo lo que puedo saber, pero no la sé traducir a palabras. Puedo escribir un poema, o pintar, pero… no es lo mismo. Siempre te quedas con la duda de si el otro sentirá lo que tú expresas. Con la TA es diferente. Por ejemplo, en la poetea yo transmito directamente lo que siento, y creo que el otro recibe exactamente lo que yo le estoy transmitiendo. No puedo estar seguro, claro, no puedo saber lo que el otro siente, pero yo sé que he transmitido lo que siento directamente, sin intermediarios. No he tenido que buscar las palabras ni nada parecido. Lo he soltado y ya está.

—Está bien, te entiendo. Aunque, claro está, eso son vivencias subjetivas tuyas. Quizá se acercan mucho a la esencia de la TA, pero nosotros, por desgracia, necesitamos datos observables, algo que se pueda medir y contar. Y, bueno, tal como la describes, la TA parece algo fuera del mundo físico, algo que siempre se nos va a escurrir entre los dedos, como si quisiéramos capturar agua con la mano. Por suerte, tenemos algo que se puede medir y contar, y tenemos que aferrarnos a ello: la velocidad. El espacio recorrido, el tiempo utilizado, la relación entre ellos.

—¡Bah! ¡Qué tontería!

—Tú eres la persona más importante para mí, Carpe. Lo que hay entre nosotros es algo muy especial, algo… fuera de lo normal.

—Sí, bueno, tú también eres muy especial para mí.

—Yo me siento unida a ti por una fuerza que no se puede explicar con palabras. No, no es una fuerza, es algo más, es… como si fuéramos lo mismo, como si hubiéramos sido lo mismo y algo nos hubiera separado, como si nos hubieran desgajado para hacernos dos seres individuales, y ahora que nos hemos descubierto, recuperamos aquella unidad con… con las miradas, con los besos…

—Bueno, no sé, somos dos personas distintas, tú eres tú y yo soy yo.

—Pero esta conexión, esta conexión… yo la siento como algo más fuerte que yo misma, más fuerte que mi voluntad. Te quiero y no puedo evitarlo, y aunque te odie por lo que me haces, te quiero. Es más fuerte que yo. Y algo así, esa conexión, esa fuerza, no puede acabar, no puede desaparecer. Estemos cerca o lejos, nos veamos o no, siempre existirá. No depende de nosotros.

Carpediem desviaba la mirada.

—¿Tú no sientes algo parecido, Carpe? ¿O soy yo, que estoy loca?

—Tú también eres muy especial para mí —la miró un poco de soslayo—, ya te lo he dicho.

Semperviva lo miró con incredulidad. De repente pareció como si todos los que se sentaban alrededor de la mesa hubieran dejado de respirar.

—¿Eso es una tontería? ¿Por qué?

—El espacio y el tiempo no tienen ninguna importancia. La comunicación es instantánea.

—¿Cómo estás tan seguro?

—Porque… —Luxmundi se detuvo y reflexionó un momento antes de continuar— Te podría contestar que porque yo lo percibo así, pero me dirías que eso es una impresión mía que no tiene ningún valor. Así que contestaré otra cosa: por los diálogos con las estrellas. Las respuestas llegan inmediatamente, y deben venir de muy lejos.

—No, no sabemos de dónde vienen. La investigación científica funciona justo al revés. Si conseguimos comprobar sin ninguna duda que la TA es instantánea, admitiremos la posibilidad de que las respuestas vengan de muy lejos. Mientras tanto, no sabemos nada con certeza.

—Bueno, pues vale. No sé.

Luxmundi desvió la mirada de Semperviva, recorrió las paredes esquivando cualquier otra mirada y finalmente acabó mirándose los pies, como ensimismado. Alguien se movió, y al hacerlo evidenció que nadie más lo hacía.

—Venga, Lux, habla. Todos nosotros formulamos todo el tiempo hipótesis extravagantes, ya lo has visto. La mayoría de las veces, al plantearlas y discutirlas, acabamos viendo que no van a ninguna parte y… bueno, buscamos otra. Di lo que piensas. Si ayuda, bien, y si no, nos quedaremos igual.

Todavía esperó un poco más antes de hablar.

—La distancia no importa cuando uno habla consigo mismo.

Ahora hubo una cierta agitación silenciosa y miradas sorprendidas.

—Pero… uno no comunica consigo mismo, en la TA. Comunicamos con los otros.

—En la TA, yo busco al otro dentro de mí mismo. Los DCT no sirven para enviar o recibir, no son como antenas. En todo caso, lo contrario. Son algo así como aislantes.

Silencio profundo. Un gesto de perplejidad. Algún gesto de negación. Alguna expresión reflexiva.

—Bueno, es una hipótesis interesante —respondió Semperviva hablando lentamente, como con cuidado—. Vamos a analizarla un poco. En realidad, el otro no está dentro de ti, está a una cierta distancia, ¿no?

—Hay una conexión básica, al margen del tiempo y del espacio, que se establece cuando conoces a alguien y, de alguna manera, lo interiorizas. Al conocer a alguien se produce entre él y tú un cierto… entrelazamiento. He usado esa palabra porque os la oigo decir a vosotros, para que me entendáis.

“El entrelazamiento cuántico hace que dos partículas sincronicen su estado instantáneamente sin que importe la distancia a la que se hallan”. Luego pensó que ya había estudiado algo de física cuántica antes y que ya había oído hablar del entrelazamiento; en realidad, aquella frase de su profesor de física no le descubría nada nuevo. Antes había oído hablar del entrelazamiento, pero… pero era solo física. Sí, entonces para ella la física era “solo” física. Algo que se estudiaba, algo que había que aprender. Algo que, como mucho, satisfacía la curiosidad. Una cierta verdad. Pero una verdad gris, pesada, como una piedra. Con paciencia, se desmenuzaba y quedaba a la vista su estructura. Y no se ganaba nada, porque cada uno de los elementos que la componían volvía a ser gris y pesado. La meditación, en cambio, el camino que mostraba, era una verdad luminosa. No, no lo era: lo había sido. Ahora todo era gris y no había quedado ninguna verdad. Ni ninguna curiosidad.

“El entrelazamiento cuántico hace que dos partículas sincronicen su estado instantáneamente sin que importe la distancia a la que se hallan”: cada vez que se lo repetía veía saltar una chispa, veía un cierto resplandor. ¿Y si…?

¿Y si la verdad estuviera en la física? ¿Y si la verdad estuviera en el fondo de la física? ¿Y si estuviera allí pero no pudiera encontrarse estudiando, sino que hubiera que adelantarse y salir a buscarla? «¿No crees que valdría la pena dejar todo lo demás y concentrarte solo en conseguirlo?» Pero… ¿Y si no la pudiera encontrar? ¿Y si dedicara su vida a buscarla y no la pudiera encontrar? ¿Se sentiría engañada, como le sucedió con las ideas de su padre? ¿Y si la búsqueda de la verdad fuera una búsqueda sin esperanza?

Su vida: ese era el camino sin esperanza. «El entrelazamiento cuántico hace que dos partículas sincronicen su estado instantáneamente sin que importe la distancia a la que se hallan». ¿No había ahí una cierta esperanza?

—Un cierto entrelazamiento… La hipótesis que estamos intentando validar o refutar en nuestra investigación es que la TA aparece como consecuencia de la irrupción de un fenómeno cuántico en el nivel macroscópico —Semperviva seguía hablando despacio, y su mirada se desplazaba de Luxmundi a sus colaboradores y de estos otra vez a Luxmundi, y no es que quisiera dejar patente que hablaba para todos, sino más bien que dudaba de para quién hablaba, si para él, para ellos, o para ella—. En principio, los fenómenos cuánticos se producen en el nivel de lo extraordinariamente pequeño, en el de las partículas que componen los átomos, como por ejemplo los electrones. En el nivel macroscópico, de lo que se ve a simple vista, no se constatan. Nosotros aquí queremos comprobar si el entrelazamiento, que es un estado que se produce entre partículas subatómicas, puede servir para entender la TA.

—Bueno, quizá hemos avanzado algo —dijo Bonafide—. El comportamiento entrelazado requiere que se parta de una situación inicial de entrelazamiento. En el caso de las partículas, sabemos que es así. En el caso de la TA, hasta ahora no teníamos ninguna pista sobre cuál podría ser esa situación inicial de entrelazamiento. Ahora tenemos una: el momento en que dos personas se conocen.

Siguió un nuevo silencio. Lo rompió otra vez Bonafide, intentando resumir el estado de ánimo general.

—Pero creo que esa pista nos despista.

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