Que yo sepa, nadie ha utilizado hasta ahora el concepto “metafísica recreativa”, y en consecuencia me siento obligado, antes de empezar, a esclarecer de alguna manera lo que quiero expresar mediante él. Siguiendo una venerable tradición, lo haré explicando su génesis. Y, puesto que lo que tiene el lector en su pantalla es una colección de relatos, utilizaré, para no desentonar, el mismo recurso narrativo. En consecuencia, esta introducción relata en qué circunstancias, por qué razones y con qué objetivos, alumbré el concepto. A su vez, permitirá también entender las motivaciones que me han llevado a escribir todo lo que viene después.
—¿Qué es metafísica? —preguntó la chica, haciendo saltar su mirada vivaracha de los ojos de uno a los ojos del otro.
Nos había dicho que era becaria de Biología Reproductiva y creo que, por una vez, el jefe y yo coincidíamos en algo: al verla, y antes de conocer su especialidad, los dos habíamos imaginado ya actividades reproductivas. El otro acto, el académico, había sido aburrido, como siempre, pero en el cóctel de confraternización que venía después, la casualidad, o una inconfesable causalidad, nos había llevado al jefe y a mí a confraternizar con aquella becaria en un rincón de la sala.
—¡Uf, qué aburrido! —dijo el jefe— No es un tema para tratar con una copa en la mano.
—Bueno, yo estoy bebiendo un refresco… —intervine.
—¡Otro aburrido! —dijo el jefe.
—Yo también —dijo ella.
—Bueno, tú porque eres bióloga y debes conocer los efectos que tiene el alcohol sobre los tejidos y los órganos —la disculpó el jefe—. Yo prefiero no saberlo. Carpe diem.
—Aristóteles define la metafísica como la ciencia de los primeros principios —traté de llevar la conversación por donde ella quería.
—Bueno, hasta ahí llego. Eso lo estudié en el bachillerato.
—¡Claro! —dijo el jefe, y me lanzó una mirada de suficiencia— Porque tú debías ser muy buena alumna —y le exhibió una sonrisa equívoca—. Tienes cara de inteligente. Además de guapa.
—Pero no es una ciencia —dijo la chica. Y me sentí triunfante: volvía a lo mío.
—No, claro que no —se entrometió el jefe—. Pero en su tiempo no había más que un tipo de conocimiento. No había distinción entre ciencia y filosofía. De hecho, Aristóteles también era biólogo, pero seguro que eso también lo sabes.
—Sí, claro. Fue el primero.
—La metafísica… —quise intervenir.
—Te explicaré una cosa divertida que quizá no sabes —me cortó el jefe sin contemplaciones—. La palabra “metafísica” suena muy seria y muy profunda. ”Más allá de la física” —dijo con solemnidad levantando hacia el techo la mano que no sujetaba la copa—. Y uno piensa que Aristóteles quería decir con ella que hay principios más fundamentales que los de la física, y bla bla bla…
—¿Y no era así?
—Sí y no. Ahí está lo divertido. La palabra sugiere eso, pero Aristóteles nunca la usó. La inventó mucho después un seguidor suyo, Andrónico de Rodas. Aristóteles había escrito sobre física y también sobre otro tema más abstracto, entre la física y la lógica, y para ese tema no se había estandarizado ningún nombre. Andrónico guardaba esos escritos al lado de los de física, y se dice que se refería a ellos diciendo: “los que están después de los de física”.
La chica rió.
—¡Claro! “Meta” se usa mucho en biología con ese significado: metazoo, metamorfosis… Meta-física sería lo que va después de la física, pero en la biblioteca. ¡Se refería a la posición de los libros! ¡Qué gracia!
El jefe sonreía satisfecho y movía circularmente la copa, acercándola un poco más a la chica en cada nuevo giro.
—La biología reproductiva también debe ser interesante —dije, intentando recuperar el foco.
—¡Incluso la teoría! —acotó el jefe, arruinando mi intento.
La chica volvió a reír, pero esta vez con poca convicción.
—Bueno, yo siempre he querido saber un poco más sobre filosofía, no le presté mucha atención en el bachillerato y ahora me arrepiento. Igual me cuelo en alguna de vuestras clases de metafísica.
—Él no tiene docencia este semestre —puntualicé con un entusiasmo quizá excesivo.
—¿Una clase? No, mujer, las clases son un coñazo. Pásate cualquier día por mi despacho y hablamos tranquilamente. En plan… personalizado.
—Uy, no, tampoco es eso —bajó la mirada y dio un sorbo breve, apenas una caricia del borde del vaso con los labios—. ¿Sabes lo que se dice a veces, eso de “no he leído el libro pero he visto la película”? —dijo con decisión, como si el sabor del refresco le hubiera infundido claridad— Pues en el caso de la metafísica, yo me conformaría con ver la película.
—Eso va a ser difícil. No hay atajos para la metafísica —sentenció el jefe con una solemnidad inesperada.
—Precisamente estoy metido en un proyecto narrativo en el que intento hacer la metafísica un poco más… ligera —improvisé.
El jefe me miró, y vi en su mirada sorpresa, primero, escepticismo, después, e irritación, al final. Todo en menos de un segundo.
—¡Ah! ¿Sí? ¡Qué chulo! —dijo la chica.
—Bueno, son narraciones, ¿eh?, son solo narraciones, no pretendo que se aprenda nada con ellas. Pero van… aliñadas, podríamos decir, con unas gotas de metafísica de forma que al leerlas, bueno, percibas… o… intuyas, algunos… temas… o problemas. Que te des cuenta de que hay algo más. Algo… más allá. Eso es lo que pretendo.
Había estado un poco balbuceante, sí, pero me sentí íntimamente satisfecho por haber conseguido dar una forma más o menos concreta a aquella idea que se me había ocurrido de repente. Y por haberlo hecho así, sobre la marcha, pensando qué iba a decir a continuación mientras iba hablando. Además, el balbuceo, cuando es filosófico, no queda gilipollas sino más bien interesante. Bueno, eso me parece.
—Uy, uy, uy… —me atacó el jefe por el flanco más débil— Eso suena a autoayuda.
—No, es más bien algo en la línea de los relatos filosóficos de Voltaire.
—Voltaire… Pero… ¿Voltaire tirando a Rousseau o Voltaire tirando a Sade? —siguió tirando el jefe con munición gruesa.
—¿Sade? —se sobresaltó la chica— ¿Qué tiene que ver?
—Nada en absoluto —respondí raudamente—. Era una broma de filósofos.
La chica dio otro sorbo a su bebida. Yo hice lo mismo. Ella parecía incómoda. Yo también. El jefe aprovechó para replantear su estrategia.
—Narrativa y metafísica… son agua y aceite —verbalizó su reticencia de forma más elegante—. Hay que elegir entre trascendencia e intrascendencia.
—¿Por qué? —protestó ella con convicción, y algunos elementos de mi sistema endocrino volvieron a activarse repentinamente— Debe ser muy difícil, supongo, pero yo creo que… a mí me gusta mucho leer, y creo que la narrativa puede expresar cualquier cosa. Solo hay que tener la habilidad, o la capacidad para conseguir hacerlo. Las dos cosas, supongo.
—Lo he titulado “Relatos de metafísica recreativa”.
Me salió así. ¿Por qué? ¿Qué quería significar con esa expresión? No sé. Luego he pensado que fue un arrebato poético. “Metafísica recreativa” rima con “Biología reproductiva”.
—¡Qué gracioso! —reaccionó ella.
—Si quieres te los envío a medida que los vaya escribiendo— se me ocurrió decirle. Me cuesta arrancar, pero cuando me embalo ya no puedo detenerme.
—¿A mí? —dijo, sorprendida— No sé… ¿Por qué?
El jefe me miró expectante, un poco curioso y un mucho burlón.
—Me iría muy bien conocer la opinión de alguien como tú —respondí, clavando mi pupila en su pupila azul.
—¡Ah! ¡Pues vale! —consintió ella después de un interminable instante de duda.
Y así fue como me vi obligado a escribir lo que sigue.
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