Un compendio de mis deambulaciones literarias y filosóficas, y otros yerros.
 
22. Probar la teoría

22. Probar la teoría

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«Creo que aún podemos hacer algo. Creo que tú aún puedes hacer algo. Pero si te dijera directamente lo que puedes hacer, me parece que no lo entenderías y no podrías hacerlo. Antes he de explicarte otras cosas. Si llego a conseguir que veas las cosas como yo las veo en este momento, quizá funcione.

«Tengo que explicarte un poco de física cuántica y de mi modelo, ya sabes, el modelo de interaccionismo cuántico, porque lo que te quiero transmitir solo lo entiendo a partir de ahí, y no veo la manera de hacértelo entender si no es como lo entiendo yo. Empiezo ya. Tenemos poco tiempo.

«Desde el punto de vista físico se suele considerar que hay dos niveles en la realidad: el macroscópico, o sea, el de las cosas que vemos, y el cuántico, del que forman parte partículas muy pequeñas, como los átomos y sus componentes, que no los vemos y solo los conocemos indirectamente. En estos dos niveles, las reglas son diferentes. Las del nivel macroscópico ya las conoces más o menos, es el mundo en que nos movemos, no hace falta entrar en más detalles. En el nivel cuántico, las cosas suceden de otra manera. Tengo que hablarte de algunos fenómenos que suceden en ese nivel: el entrelazamiento, la indeterminación, la superposición y el colapso. Lo simplificaré todo lo que pueda sin dejar de lado lo esencial.

«El entrelazamiento hace que dos partículas respondan de manera sincronizada a determinadas interacciones, independientemente de la distancia que las separe. Alguna vez me has oído hablar de él. Mientras dos partículas están entrelazadas, para ellas no existe el tiempo ni la distancia: una cambia a la vez que la otra, esté donde esté. Eso no sucede nunca en nuestro mundo. No puede suceder, de acuerdo con las reglas que conocemos. Pero en el nivel cuántico, sucede.

«Los otros fenómenos, la superposición, la indeterminación y el colapso, te los explicaré a partir de la paradoja del gato de Schrödinger. Seguro que también has oído hablar de ella. Imaginemos un gato encerrado en una caja junto con una partícula cuántica. Esta partícula puede estar en uno de dos estados, da igual cuáles sean, los llamaré pulgar-arriba y pulgar-abajo. Hay también en la caja un dispositivo que detecta el estado de la partícula y actúa en consecuencia: si ese estado es pulgar-abajo provoca la muerte del gato, mientras que si es pulgar-arriba, no. Si vemos la situación desde nuestra perspectiva, la macroscópica, no hay ninguna paradoja: la partícula estará en uno de los dos estados y el gato estará vivo o muerto. Pero en el nivel cuántico, la situación es diferente: la partícula no está en uno de los dos estados sino en los dos a la vez. Pulgar-arriba y pulgar-abajo, las dos cosas a la vez. Esto es la superposición: los sistemas cuánticos pueden estar en una superposición de estados. Y en esta situación imaginaria en la que la vida del gato depende del estado de la partícula, se podría pensar que el gato estará a la vez vivo y muerto, puesto que el pulgar está a la vez arriba y abajo.

«Ahora imagina que abrimos la caja y miramos el estado de la partícula. Veremos que está en uno de los dos estados posibles. ¿En cuál de los dos? Quizá supongas que un físico competente sería capaz de determinarlo de antemano si tuviera todos los datos necesarios. Es lo que sucede en nuestro mundo, el macroscópico: si conocemos el estado de las cosas y las leyes que las rigen, sabemos cómo evolucionarán. Pues bien: en el ámbito cuántico, no es así. Eso es la indeterminación. Cuando quieres observar el estado concreto de un elemento cuántico, no puedes saber con certeza qué te encontrarás, solo puedes saberlo con una determinada probabilidad. Podríamos calcular las probabilidades de que encontremos al gato vivo o muerto, pero no tenemos una certeza al respecto. El estado del gato está indeterminado mientras no comprobemos cuál es en realidad.

«Solo queda un concepto, el de colapso. Así es como se suele llamar al cambio brusco que se produce al abrir la caja: la partícula pasa de estar en una superposición de estados a estar en uno concreto. ¿Por qué sucede esto? Porque, al abrir la caja, la partícula interacciona con los elementos del entorno y esto produce que su estado quede fijado, como pasa en el mundo macroscópico, en el que no hay superposiciones de estados. Los sistemas cuánticos colapsan, esto es, pierden sus propiedades específicamente cuánticas, al interaccionar con elementos del mundo macroscópico. Más en general, este fenómeno se llama decoherencia: la interacción con el entorno hace que se pierda la coherencia cuántica. Desaparecen la superposición, la indeterminación y también el entrelazamiento, si lo había.

«Lo que dio origen a mi modelo fue que no podía aceptar que coexistieran dos mundos con reglas diferentes. La paradoja del gato de Schrödinger muestra el absurdo de esta idea al poner en contacto uno de esos mundos con el otro. Es lo que sucede con cualquier tipo de dualismo: si algo está formado por dos cosas de naturaleza totalmente diferente, esas dos cosas no podrán interactuar entre sí. La idea de que el gato pueda estar a la vez vivo y muerto parece verosímil porque se hace una especie de truco de prestidigitación: se presenta como un elemento secundario, accesorio, puramente instrumental, la conexión entre la partícula cuántica y el gato. Ese mecanismo que mata o mantiene vivo al gato en función del estado de la partícula, y que se nos quiere hacer pensar que lo mantiene a la vez vivo y muerto porque la partícula está a la vez con el pulgar arriba y con el pulgar abajo, parece un elemento auxiliar en ese montaje, pero es fundamental: a través de él se transmite la superposición de estados desde la partícula cuántica al gato. Y eso es imposible. Ese elemento no puede existir. Si existiera, tendría que ser o bien cuántico, o bien macroscópico, y en ninguno de los dos casos funcionaría el montaje. Si ese elemento fuera cuántico, colapsaría inmediatamente al interaccionar con el gato. Si fuera macroscópico, provocaría el colapso de la partícula cuántica. En ningún momento llegaría a existir una dependencia cuántica del gato con respecto a la partícula.

«No puede haber dos mundos diferentes con reglas diferentes. Debe haber algo que compartan, y entonces ya no serán totalmente diferentes. Ese terreno común, el campo neutral donde se encuentran e interactúan, los abraza a ambos y, por tanto, será más básico que ellos: ese sería el componente más básico de la realidad. O bien hay un solo mundo pero no hay en él unas reglas comunes a todo lo que hay en él, o bien hay muchos mundos y cada uno de ellos tiene sus reglas. Mi modelo adopta estas dos perspectivas, que en el fondo son la misma. Hay un solo mundo, pero no es nuestro mundo macroscópico, sino uno más amplio al cual pertenece nuestro mundo macroscópico con sus reglas y el mundo cuántico con las suyas.

«Privilegiamos nuestro mundo, el mundo macroscópico, porque vivimos en él, lo vemos, lo tocamos, y nos parece evidente que ese es el mundo real, el mundo objetivo. Cualquier otra realidad tiene que encajar con él. Pero el único privilegio de ese mundo es el que le damos nosotros por el hecho de vivir en él. En realidad, ese mundo es una imagen que nos hemos formado al seleccionar como válidas, como objetivas, un tipo de interacciones únicamente, las que encajan en una relación triangular entre yo, lo que hay a mi alrededor, y los otros. Solo es real, solo es objetivo, aquello con lo que yo puedo interaccionar de la misma manera que lo pueden hacer los otros. Algo que solo yo pueda conocer, algo que yo pueda conocer pero no mostrar, no cuenta como auténtico conocimiento: yo creo conocerlo pero no forma parte de la realidad objetiva. La realidad objetiva ha de ser intersubjetiva: todos la hemos de ver igual. Aquello que no cumple esa condición, no es objetivo y, por tanto, no es totalmente real.

«La existencia de un mundo que encaje en estas estructuras triangulares de nuestro mundo objetivo, solamente es posible porque existen entre él interacciones relativamente estables. Si yo le digo a otro que mire hacia un lado para que vea lo que yo estoy viendo, pero cuando él mira aquello ya ha cambiado, nunca verá lo mismo que yo y nunca llegará a existir para él y para mí un mismo mundo, un mundo objetivo. Nuestro mundo, el mundo objetivo, existe porque existen en él interacciones estables que permiten que se mantenga la triangulación intersubjetiva en la que se basa la objetividad. Eso no quiere decir que todas las interacciones que ocurren son estables, sino más bien que hemos seleccionado las que lo son y hemos considerado que esas son las reales. Estamos hechos para percibir ese mundo y para vivir en él: nuestros órganos de los sentidos, nuestro sistema nervioso, todo en nosotros ha evolucionado para que nuestra vida se apoye en esas interacciones estables. Y gracias al lenguaje hemos reforzado la capacidad de compartir, transmitir y, por tanto, reforzar ese mundo de interacciones estables. Sobre esa estabilidad hemos construido una estructura de conceptos tales como objeto, espacio, tiempo, cambio, que la describe y nos permite entenderla y explicarla, y pensamos que a nuestro alrededor lo que hay son cosas que se distribuyen en un espacio y que cambian a lo largo del tiempo. Creemos que lo que hay, lo real, lo objetivo, son cosas, con unas determinadas propiedades y unas determinadas relaciones: esos son los constituyentes básicos de nuestro mundo.

«Yo empecé a dar vueltas a la idea de que esa forma de entender la realidad era la causa de nuestra dificultad para entender el nivel cuántico y también de las paradojas que plantea. La mayoría de los físicos considera, o consideraba, no sé, que la decoherencia es una especie de frontera entre dos mundos: lo que hay antes de la decoherencia, o el colapso, sucede en un mundo con unas reglas determinadas, y lo que hay después sucede en otro mundo con otras reglas. Pero a mí me parecía que la decoherencia es más bien la última frontera de nuestra visión del mundo, esa visión según la cual el mundo es un conjunto de cosas con sus propiedades y relaciones. Lo que hay más allá ya no encaja con esa visión. Lo que hay más allá de la decoherencia, el nivel cuántico, sencillamente no encaja con lo que hay más acá porque lo que hay más allá no puede describirse de ninguna manera razonable diciendo que allí hay cosas. Allí no hay cosas, no hay nada parecido a las cosas. La superposición, por ejemplo, es una manera de describir lo que sucede en el nivel cuántico desde la perspectiva macroscópica, resultado de analizar lo que hay allí aplicando categorías propias del nivel macroscópico. Se buscan cosas porque lo que hay en nuestro mundo son cosas, se buscan cosas con estados diferenciados porque así son las cosas en nuestro mundo, tienen estados diferenciados: en nuestro mundo hay gatos, y los gatos no pueden estar a la vez vivos y muertos. Al no poder encontrar en el nivel cuántico esas cosas con estados diferenciados, se describe la situación diciendo que las cosas que hay allí están en una superposición de estados.

«El mundo cuántico y nuestro mundo son un mismo mundo, puesto que se puede pasar de uno al otro, solo que hay que hacerlo a través de la decoherencia. Pero si ambos mundos son el mismo, ese mundo, el mundo común, el total, no puede estar formado por cosas. Las cosas son el elemento básico de una determinada manera de organizar la realidad que es útil en nuestro mundo, en nuestra burbuja macroscópica, pero que pierde toda la utilidad en otros ámbitos del mundo total. Mi modelo surgió cuando encontré una alternativa a las cosas, un elemento que fuera común a ambos mundos y que pudiera utilizarse como base para explicarlos, y también para ver que en realidad son el mismo. Ese elemento es la interacción. Mi modelo se basa en que el constituyente último de la realidad son las interacciones. Ya sé que es muy abstracto, y todavía es más raro cuando lo expresas matemáticamente, pero lo que surge a partir de ahí es más claro. No hay dos mundos, solo hay un mundo, aunque bastante diferente del que consideramos nuestro mundo. Y no hay dos conjuntos de reglas, sino… bueno, aquí la cosa tampoco es fácil: hay muchos conjuntos de reglas.

«La idea básica es que las interacciones pueden formar estructuras que alcancen una cierta estabilidad, y en esas estructuras las reglas que se aplican están determinadas por las interacciones que intervienen, no al revés. Es decir: no hay unas reglas universales que deban cumplir todas las interacciones que suceden en la realidad, sino que ciertas interacciones encuentran ciertas formas de agruparse con una cierta estabilidad, y los equilibrios sobre los que han conseguido esa estabilidad es lo que nosotros llamamos reglas, o leyes. Pero no están escritas en ningún sitio, no están predeterminadas de ninguna manera. La estabilidad, que se caracteriza por la repetición, o monotonía, que es como se le llama en mi modelo, siempre es relativa porque no hay sistemas aislados. Todo interacciona con todo, o todo puede interaccionar con todo, y por esta razón, en cualquier momento pueden desaparecer determinadas estructuras estables y crearse otras nuevas. Nuevas realidades con sus propias reglas nuevas.

«En mi modelo, esas estructuras de interacciones más o menos estables se llaman retículas, y las reglas que son la base de su estabilidad conforman su dinámica interna. Hay también una dinámica externa, que se da en la interacción entre retículas, y que lleva a que tal vez alcancen entre ellas una nueva estabilidad, creando una retícula nueva, o tal vez no. Y tal vez esa interacción haga cambiar mucho su dinámica interna o tal vez no, y tal vez lleguen a desaparecer como retículas o tal vez permanezcan o tal vez se conviertan en una retícula con una dinámica interna diferente. Las cosas materiales serían retículas con un alto grado de monotonía, es decir, con dinámicas internas y externas muy estables. Nos hemos especializado en captar esas retículas, porque gracias a su estabilidad podemos utilizarlas para fundamentar en ellas los triángulos de intersubjetividad a los que me he referido antes. Pero esas retículas estables están formadas por una enorme cantidad de otras retículas interaccionando entre sí, que a su vez están formadas por otros conjuntos de retículas, y así sucesivamente. Y en cada nivel tienen sus propias dinámicas, y todas las retículas que conforman una retícula estable no tienen por qué tener las mismas dinámicas. No tienen por qué tener la misma estabilidad. De hecho, “estabilidad” es un concepto totalmente relativo. Es un concepto macroscópico, de nuestro mundo, es el aspecto fundamental, de nuestro mundo, pero solo porque es indispensable para que nosotros existamos. Lo que sucede en el mundo global son interacciones entrelazándose de diversas maneras, solo eso.

«Percibimos retículas estables, y al analizarlas nos asombramos de que sus componentes mantienen dinámicas que percibimos como inestables de acuerdo con nuestro criterio macroscópico. En realidad, profundizar en el conocimiento de la estructura de la realidad es ir descubriendo que lo que antes parecía una interacción básica resulta ser una interacción entre retículas con sus propias interacciones y dinámicas, con sus propias reglas. La decoherencia solo resulta incomprensible si se piensa que la realidad es una especie de muñeca rusa en la que al pasar al nivel inferior volveremos a encontrar estructuras y reglas del mismo tipo que las que habíamos encontrado en el nivel superior. Sufrimos el síndrome de Gulliver: el mundo microscópico ha de ser una reproducción a menor escala del mundo macroscópico. Ese esquema no funciona. El mundo macroscópico solo es la visión que tenemos a nuestra escala, y esa visión solo tiene sentido, solo es útil, en esa escala.

«Nunca había querido plantearme qué somos nosotros, las personas, de acuerdo con ese modelo. Era una idea que me perturbaba. “No es mi especialidad”, me decía. Creo que la razón última es que mi modelo es un modelo físico, y las interacciones son físicas, y no podía aceptar que las interacciones más humanas, las… afectivas, por ejemplo, fueran también físicas. O que interacciones físicas y afectivas se combinaran y llegaran a formar algún tipo de retícula, aunque el modelo por sí mismo no determina que las interacciones hayan de ser de algún tipo concreto, y en principio nada impediría que esos dos tipos de interacciones llegaran a adquirir una cierta dinámica.

«Cuando dijiste que la TA se basa en un entrelazamiento básico que se establece entre dos personas cuando se conocen, me di cuenta de que esa era una de las interacciones que no pueden formar parte del mundo objetivo, porque le falta la conexión con el entorno que es imprescindible para crear un triángulo de subjetividad: sería una interacción privada entre dos personas. Que no sea objetiva no quiere decir que no exista, y si tú tienes razón, la TA demuestra que existe. Y si en la TA uno busca al otro dentro de sí mismo, eso da lugar a una nueva objetividad, porque no podemos rechazar la existencia de la TA, pero no se ajusta al modelo triangular tradicional. Sería una objetividad subjetiva, por decirlo así.

«¿Recuerdas la conversación en la que planteaste eso? Fue en una reunión en el laboratorio en la que estábamos discutiendo cómo enfocar los experimentos que podríamos llevar a cabo en la expedición lunar. Cuando alguien planteó que quizá deberíamos pensar en interacciones en las que intervienen elementos no físicos, yo corté ese debate y tú te reíste de que no quisiéramos perder el tiempo intentando averiguar qué era lo que estábamos buscando. Yo me acuerdo muy bien de esa conversación. He reflexionado mucho sobre todo lo que dijiste aquel día. Que la TA no consiste en enviar palabras a través de un canal de comunicación diferente al habla o la escritura, sino que es una conexión directa entre mentes. Que se basa en un entrelazamiento previo. Que en la poetea tú transmites directamente lo que sientes, sin intermediarios. Y en otra conversación posterior me dijiste que sientes una especie de conexión despersonalizada con el entorno, “una conciencia difusa”, dijiste, a la que te diriges, y de la que, a la vez, crees formar parte.

«La reflexión sobre aquellas conversaciones, la primera en el laboratorio y la segunda el domingo que salimos a pasear junto al mar, me llevó a pedirte que oficiaras, por decirlo así, aquella ceremonia de rememoración de mis familiares. Al hacerlo me sentí en parte una apóstata, porque era como si hubiera sacado un pie fuera de la física, como si hubiera aceptado realidades que van en contra de la ciencia. Pero no del todo, porque ese pie no había quedado en el vacío, sino que se apoyaba en algo que era firme, aunque no pudiera entenderlo del todo.

«Pienso que la TA ha abierto una brecha en nuestro mundo, el mundo macroscópico, el de la realidad ordinaria. De repente hemos adquirido la posibilidad de establecer un tipo de interacción que no encaja con ese mundo. Ese mundo lo hemos creado basándonos en las interacciones monótonas a nuestra escala a lo largo de miles de años, y de repente ha aparecido una forma de interacción que no encaja con los conceptos y las leyes que lo sostienen. Y gracias a ella, algo que siempre ha estado ahí, la conexión directa entre personas, algo que en realidad todos sentimos, pero que no queremos aceptar como real porque no puede triangularse para hacerlo objetivo, se convierte en plenamente real. Es algo subjetivo, pero que no podemos negar que es también objetivo. De hecho, ahora, con la TA, ya podemos triangular esa conexión: alguien nos puede colocar a ti y a mí en habitaciones diferentes y sin posibilidad de comunicación física, puede pedirme a mí que te envíe un mensaje determinado, y luego puede ir hasta donde está tú y comprobar que has recibido el mensaje. La TA es subjetiva y objetiva.

«Ante la aparición disruptiva de ese fenómeno tan extraordinario, yo mantuve una posición distante y desconfiada. Como científica, me decía que la TA no era de mi incumbencia, que esa no era mi especialidad. Como persona, no me interesaba demasiado porque no me interesaban demasiado las personas. Pero ahora veo que mi distanciamiento era una medida de seguridad, porque en realidad me atraía tanto que temía perder el control si no iba con cuidado. Como científica, aparecía una posibilidad de abrir enormemente el campo de aplicación de mi modelo conectando lo físico y lo psíquico. Como persona, creo que no me interesaban las personas porque la relación con las dos personas que más me habían interesado había acabado mal, muy mal, dolorosamente mal, y yo me decía que la culpa era mía porque creí haber conseguido con cada una de ellas una conexión extraordinaria, sobrenatural. Me decía que lo que acabó pasando en los dos casos era una prueba de que esa conexión no había existido, de que solo la había imaginado. Pero, bueno, no es momento de hablar de mí. Si lo hago es porque quiero que entiendas bien lo que voy a pedirte, y pienso que conocer mejor mi actitud sobre la TA quizá te ayude.

«El problema que tenemos ahora mismo es que queremos interferir el funcionamiento del ordenador cuántico del Consorcio, hackearlo, podríamos decir, y el procedimiento que habíamos previsto no vamos a poder llevarlo a cabo. Pero quizá haya otra manera de lograrlo. Para explicártelo tengo que explicarte antes unos pocos principios básicos del funcionamiento de los ordenadores cuánticos.

«La computación cuántica aprovecha determinadas características del ámbito cuántico para conseguir en algunos casos una potencia de cálculo incomparablemente mayor que la de los ordenadores convencionales. Los ordenadores convencionales pertenecen a nuestro ámbito macroscópico, el de las interacciones monótonas, y esta monotonía comporta unos límites de potencia en los cálculos. Los ordenadores convencionales trabajan con bits, ya sabes, que pueden tomar uno de dos valores: 0 o 1. En sus cálculos, los ordenadores hacen que estos bits cambien de valor cada vez que hace falta para llevar a cabo las tareas programadas. Para incrementar la potencia podemos aumentar el número de bits y la velocidad a la que pueden cambiar de valor, pero esto último tiene un límite físico, y aumentar el número de bits comporta aumentar el tamaño, la energía consumida, el calor disipado… Los ordenadores cuánticos aprovechan algunas de las características del ámbito cuántico que antes te he explicado, principalmente la superposición. En lugar de trabajar con bits binarios, trabajan con cúbits, que contienen los dos valores superpuestos, 0 y 1. Esto le da una potencia mucho mayor. No voy a entrar en detalles porque sería demasiado complicado, pero, abreviando y simplificando, al superponerse los valores de los bits se superponen también las operaciones que se efectúan sobre ellos. Es decir, un cálculo que en un ordenador normal comportaría tener que hacer sucesivamente la misma operación para cada una de las combinaciones de los posibles valores de los bits con los que se opera, en un ordenador cuántico se efectúa mediante una única operación que calcula a la vez el resultado de todas las posibles combinaciones de valores de los cúbits con los que se opera. No hace falta que lo entiendas demasiado; lo único que hace falta que entiendas es que para que un ordenador cuántico funcione correctamente superponiendo los cálculos, ha de trabajar con cúbits, que son elementos cuánticos que se encuentran en superposición. Y para que esta superposición se mantenga es necesario que, mientras se calcula con ellos, estos cúbits se mantengan aislados del entorno macroscópico, porque de lo contrario aparecería la decoherencia y adoptarían un estado concreto, como sucede en el mundo macroscópico. En el diseño de un ordenador cuántico, el aislamiento de los cúbits es fundamental. Pero, naturalmente, ese aislamiento solo es eficaz contra interacciones físicas. ¿Qué sucedería si se produjera una interacción de un tipo diferente?

«“Piensa en las estrellas —me dijiste una vez—. Quieres comunicar con alguien que está en las estrellas.” Eso te pido yo ahora: piensa en los cúbits del ordenador cuántico, quieres conectar con ellos. Lo que teníamos previsto es que yo pudiera modificar un cúbit por medios físicos, a través de un programa que introduciría gracias a un exploit que preparó Cumlaude. No va a ser posible hacerlo de esa manera. Pero quizá tú puedas hacerlo de otra manera.

«“En la TA, yo busco al otro dentro de mí mismo”, dijiste. Que los DCT no son como antenas sino más bien como aislantes. Aquello le daba la vuelta a todo. Entonces intuí que si aquello era cierto se abrían posibilidades extraordinarias, pero entonces no era capaz de concretarlas. Ahora voy cobrando conciencia de alguna de esas posibilidades. En nuestra mente, en nuestra conciencia, nos representamos todo, las personas y las cosas. Cuando pensamos, utilizamos esas representaciones, esas ideas, pero cuando queremos actuar tenemos que salir al exterior y proceder de acuerdo con ellas. Nuestra mente es el lugar donde trazamos los planos, por decirlo así, y la realidad que nos rodea es el lugar donde los aplicamos. Yo concebía la TA de acuerdo con este esquema, suponiendo que funciona igual que el lenguaje: pensamos lo que queremos decir, lo exteriorizamos, el otro lo capta y reconstruye en su mente de manera más o menos fiel las ideas que le hemos transmitido. Pero tú dijiste que no era eso, que con la TA comunicas directamente con la otra persona. Sin salir al exterior, por decirlo así. Lo que creo ahora es que nosotros, los humanos, habíamos establecido unos determinados tipos de interacciones con los otros y con el entorno, unas interacciones externas o indirectas. El principal medio a través del que se instrumentan esas interacciones es el lenguaje. Ese era el camino que habíamos encontrado, y era un camino útil. Por eso se ha consolidado y se ha ido perfeccionando con el tiempo. Pero ahora hemos encontrado la manera de establecer otro tipo de interacciones, a las que podemos llamar internas o directas. Lo hemos conseguido en relación con las otras personas: nos dirigimos a la huella que esa persona ha dejado en nosotros y llegamos hasta la propia persona. De la representación de la persona a la propia persona directamente. Una vez que hemos encontrado ese camino, ¿no podemos seguirlo también para llegar hasta otros aspectos de la realidad?

«Las retículas tienden a la estabilidad, pero no porque haya ninguna fuerza que les impulse a ello, sino simplemente porque las dinámicas estables perduran y las inestables desaparecen. Es lo mismo que sucede en la evolución de las especies: las variantes que alcanzan mayor estabilidad con el entorno perduran; la que no la consiguen, acaban desapareciendo. De la misma manera, las retículas tienden a extenderse, a integrar cada vez más interacciones. Tampoco hay ninguna fuerza ni ninguna necesidad en ello. Sucede simplemente que toda retícula está en permanente interacción con el entorno, y continuamente se generan dinámicas con lo que podríamos llamar su periferia. De estas interacciones, las que incrementan la estabilidad, a costa quizá de modificar las propias dinámicas internas, podemos considerar que han pasado a formar parte de la propia retícula. Los seres vivos son un ejemplo muy claro de este proceso: de los organismos unicelulares se pasa a los multicelulares, se forman tejidos, órganos, aparatos, sistemas, y se forman también grupos de individuos, sociedades, culturas. La TA es un paso más en ese proceso de integración.

«Creo que en ese proceso tú vas un paso por delante. Utilizando el mismo tipo de interacción directa que utiliza la TA, un tipo de interacción que va desde nuestra representación interna de algo hasta la realidad que queremos representar, eres capaz de llegar no solo a otras personas, sino también a elementos físicos. Eso es lo que te pido que hagas ahora. Te propongo hacer algo parecido a lo que hicimos en aquella ceremonia de rememoración de mi familia. Ya lo estamos haciendo, de hecho. Ya te estoy transmitiendo adónde quiero que llegues, lo que hay en el ordenador cuántico, cómo funciona, cómo me parece que podrías llegar hasta allí y cómo podrías interaccionar para que consigamos nuestro objetivo. Yo conozco el ordenador cuántico; si tuviera la capacidad que tienes tú, no haría falta tu intervención. Tú tienes esa capacidad, pero no conoces el ordenador cuántico, y por eso es necesaria esta comunicación entre nosotros, esta interacción mediante la que pretendo no propiamente informarte, porque sería imposible que lo aprendieras todo en un espacio tan breve de tiempo, sino transmitirte directamente mi conocimiento, hacer que tú percibas lo que yo percibo del ordenador cuántico, transmitirte mi representación de él. Nuestro éxito depende de que sea capaz de hacerlo. Y, después, de que tú seas capaz de hacer lo que te pido.»

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