Un compendio de mis deambulaciones literarias y filosóficas, y otros yerros.
 
7. Prohibición

7. Prohibición

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(1)

—La postura del Consorcio es clara: no queremos ningún otro de esos “diálogos con las estrellas” hasta que la situación esté controlada.

El director presidía una reunión extraordinaria en la que participaban tanto directores de proyectos de investigación como altos cargos de seguridad, y había hablado de manera muy enfática.

—Esta también es la postura del gobierno —añadió la mujer que se sentaba a su lado, que había sido presentada como delegada gubernamental—. Se la comunico personalmente porque de momento no habrá una toma de posición oficial, por razones de estrategia política, pero consideramos que ustedes tienen que saberlo y actuar de acuerdo con esta directriz. Trabajan en el centro mundial de referencia en la investigación sobre la TA, disponen de recursos muy cuantiosos y tienen una gran capacidad de influencia en sus ámbitos respectivos. Creemos necesario mantener una postura clara y unificada sobre este tema: no más diálogos con las estrellas en las circunstancias actuales.

Un instante de silencio.

—¿Podemos conocer las razones? —preguntó Sinequanon.

El director y la delegada gubernamental intercambiaron una mirada; ella hizo un ligerísimo gesto con el mentón en dirección al director.

—Resumiré —respondió él—. Esos “diálogos” son una iniciativa no controlada con un alto potencial de riesgo de desestabilización.

—Disculpe —replicó Sinequanon—, a este lado de la mesa algunos no estamos familiarizados con las claves del lenguaje de la política. ¿Podría concretar un poco más?

El director dudó un momento; hubo otra una mirada de inteligencia con la delegada gubernamental. Para Semperviva era evidente que se estaban comunicando mediante la TA y le sorprendió que no se preocuparan de disimularlo mejor.

—Es una iniciativa no controlada porque la ha puesto en marcha un grupo privado, cuyas motivaciones no tienen nada que ver con la seguridad pública ni con el bien común y que a los propios organizadores se les escapa de las manos. Cualquiera podría llegar a tomar el control y tal vez sus intenciones fueran indeseables. Por ejemplo, sustituir al parlamento democráticamente elegido y al gobierno legítimamente constituido. Por otra parte, el riesgo es enorme, en la medida en que no sabemos de dónde provienen las respuestas que parecen recibirse en esos diálogos. Se han planteado muchas hipótesis, les supongo enterados, y la mayoría son muy preocupantes desde el punto de vista de la seguridad. Que sean extraterrestres, por ejemplo, como piensa la mayoría, y en ese caso no conocemos ni sus intenciones ni su capacidad para imponerse a nosotros, si fuera eso lo que pretenden. O que la respuesta venga de aquí, que de alguna manera alguien haya conseguido hacernos creer que hablamos con extraterrestres para obtener una gran repercusión en la opinión pública y después poder manipularla a su antojo. Demasiadas incertidumbres, demasiado peligrosas.

Paseó la mirada por los rostros de los científicos, como intentando evaluar su reacción.

—Lo que yo no veo —intervino Semperviva— es cómo van a conseguir frenarlo. Usted mismo ha dicho que es una iniciativa privada. Quizá el gobierno podría prohibirlo, no sé si eso es posible, pero me parece que no serviría de gran cosa. La TA es indetectable.

—Por el momento —puntualizó Hicetnunc.

La delegada gubernamental volvió a tomar la palabra.

—Tiene usted una visión científica de asunto, como es lógico. Se centra en los hechos, los datos, las leyes precisas que los explican. Ese es su campo, el de la ciencia, pero el campo de la política es distinto. Nosotros gestionamos la opinión pública, y los hechos, los datos, incluso las leyes… no tienen tanta importancia, nunca son definitivos. Son piezas que hay que saber mover para conseguir objetivos superiores. Concretaré, antes de que me lo pidan. En este caso tenemos algo importante a nuestro favor: para esas comunicaciones telepáticas a larga distancia hace falta una participación masiva. Hace falta que mucha gente se ponga de acuerdo, y eso es difícil de conseguir. Es mucho más fácil introducir desacuerdos. Si… surgen dudas, aquí y allá, podremos convencer a una parte considerable de la población para que no participe. Y si se plantean diferentes iniciativas, diferentes preguntas, por ejemplo, diferentes convocatorias, si se divide a quienes sigan siendo favorables, eso también ayudará a frenar la participación. Ese es nuestro trabajo y sabemos hacerlo.

A la salida de la reunión, Semperviva y Sinequanon se buscaron en el pasillo.

—Parece que pasará mucho tiempo antes de que nos enteremos quién hay allá arriba —dijo Sinequanon.

—Mi padre me dijo que gracias a la meditación podría comunicarme con él después de que muriera.

—¿Por eso has venido?

—Sí.

—El Advaita nos enseña que todo es uno, en realidad: una única conciencia. Solo el velo de Maya, la ilusión de la apariencia, nos hace ver que cada uno de nosotros es un ser individual con una conciencia propia. ¿Entiendes lo que te digo, niña?

—Sí. Mi padre ya me lo había explicado.

—Bien. Entonces también sabrás que no es fácil llegar hasta ese nivel. Nada fácil. Es necesaria una gran dedicación. Te costará mucho esfuerzo.

—Pero… lo conseguiré, ¿no? ¿Lo conseguiré, al final?

—Pasará mucho tiempo antes de llegar a eso. Es un resultado que llegará cuando tenga que llegar. Cuanto más pienses en conseguirlo, más se alejará. Pero si persistes en seguir los sagrados principios del Vedanta Advaita, notarás que mientras tanto tu vida cambia a mejor.

Semperviva miró alrededor con desconfianza.

—Me parece que cometí un error de cálculo al estimar la incomodidad que me supondría trabajar en un centro de este tipo —dijo.

—Bueno, vivimos tiempos en que pasan cosas sorprendentes —se puso filosófico Sinequanon—. Quizá este es un lugar difícil para vivirlos, pero sin duda es también un lugar privilegiado. Tenemos toda la información.

—¿Sí? ¿Te lo parece? —respondió Semperviva— A mí no.

—Papá, eso del Advaita que tú me explicas, ¿Es lo mismo que Dios?

—¿Te han hablado de Dios en el colegio?

—No. Bueno, en el colegio también hablan a veces, y en otros sitios, pero fue la abuela este verano, los días que pasé con ellos.

—Los abuelos creen en lo que ellos llaman Dios, como mucha gente, y en el fondo hay algo de verdad. Pero tal como ellos lo entienden, esa creencia es una fantasía, como un cuento.

—Es que la abuela también dice algo parecido a lo que dices tú. Dice que después de morir nos volveremos a encontrar todos en el cielo, y que allí debe estar ahora mamá. Como si fuera… una estrella.

—Es una idea muy bonita, y es natural que mucha gente piense así. La mayor parte de la gente cree que existe la muerte. Cuesta mucho liberarse del velo de Maya, y ese velo nos hace ver que cada uno de nosotros es algo diferente de todo lo demás, que cada uno tenemos una vida propia y que, al morir, esa vida acaba y dejamos de existir. Y esa creencia, que existe la muerte, da mucho miedo, es terrorífica, y para soportar el miedo inventan la historia de que iremos al cielo y allí seguiremos existiendo. El velo de Maya también les hace creer que, de la misma manera que cada uno de nosotros es un individuo diferente, Dios también es un individuo, pero no lo vemos porque está en otro mundo, y que al morir iremos a ese otro mundo y estaremos con él. El velo de Maya hace que se vean dualidades por todas partes: yo y lo otro, el cielo y la tierra, la vida y la muerte, el cuerpo y el alma…

—Tú y yo… —dijo Semperviva.

—Pero todo es uno, en realidad. Tú y yo somos uno, aunque por ahora no puedas verlo así. Y vale la pena esforzarse para hacer caer el velo de Maya, porque cuando cae te das cuenta de que la muerte no es real. Entiendes que la veías porque formaba parte del velo, era como si llevaras puestas unas gafas de sol, lo veías todo oscuro porque lo mirabas a través de unos cristales oscuros, pero en realidad todo está lleno de luz. Al quitarte el velo de los ojos, dejas de ver la oscuridad y la muerte. Y es tan diferente, creer que existe la muerte o saber que no existe, que no hay nada que valga tanto la pena como dedicarte con todas tus fuerzas a hacer que caiga el velo.

El cambio de política con respecto a los diálogos con las estrellas empezó a notarse de forma inmediata, aunque un ciudadano corriente quizá percibiera solo acontecimientos puntuales de naturaleza diferente y sin conexión entre ellos. Algún personaje público declaró que empezaba a sentir miedo. Un intelectual respetado llamó a la reflexión serena antes de dar ningún otro paso. Conocidos opinadores sembraron dudas sobre la conveniencia de seguir adelante sin que hubiera una dirección clara, y propusieron que la decisión sobre si continuarlos o no, y sobre cómo habría que hacerlo, fuera tomada por expertos. Oportunamente, se hizo pública una carta firmada por muchos científicos y académicos de altísimo nivel en la que, en un tono muy moderado, se expresaba la necesidad de actuar con prudencia y se recomendaba una moratoria de esas comunicaciones mientras no se hubiera diseñado una estrategia rigurosa y fundamentada. Luego circularon rumores de que el grupo promotor de los diálogos ya no iba a hacer ninguna otra convocatoria. Tras algunas declaraciones ambiguas, finalmente se confirmó la noticia, aunque en principio no era una suspensión definitiva, sino un paréntesis que serviría para dar tiempo a que los expertos analizaran la situación y emitieran una opinión autorizada.

Hasta entonces el gobierno no se había manifestado oficialmente, aunque diversas autoridades habían mostrado reticencias a título personal, pero ahora anunció oficialmente que, a la vista de la inquietud creada en la opinión pública, de la trascendencia del fenómeno y de la propuesta de moratoria que se había hecho desde el ámbito científico, se desaconsejaba firmemente que por el momento hubiera más convocatorias de diálogos con las estrellas. También se exhortaba a los medios de comunicación a que no se hicieron eco de ellas si se producían, se solicitaba a la población que no participara, y se anunciaba que ningún medio ni institución oficial daría apoyo ni cobertura a ninguna iniciativa de ese tipo.

Semperviva había tenido que firmar la carta de los científicos.

—¿Lo has hecho porque estabas de acuerdo o porque te has visto obligada? —le preguntó Bonafide.

—Un poco de cada —respondió ella—. Si hubiera estado frontalmente en contra no hubiera firmado, ya me conoces. Pero también es cierto que es un terreno desconocido, y no sé si hace falta que nos lancemos a explorarlo con ese entusiasmo.

—¿No es eso lo que hacemos los científicos?

—Pues… sí. La verdad es que sí.

No temía a lo desconocido que pudiera haber allá lejos, entre las estrellas. No temía explorar ningún territorio desconocido que se extendiera ante ella. Al contrario, se sentía impelida a hacerlo, a descubrir, a conocer, a observar y luego tratar de explicar. Pero lo cierto es que los diálogos con las estrellas la ponían al borde de un abismo, y sentía a la vez la oscura atracción que la impulsaba a lanzarse y el pánico que le impedía acercarse tan solo a mirar. Un abismo que quizá no fuera sideral sino interior. Como si estuviera mirando las estrellas desde el borde de un lago y tuviera la sospecha de que quizá lo que estaba viendo en realidad era el reflejo.

—Ya sabemos que tu padre había empezado a enseñarte la meditación esa que hacía él y nos pidió que te permitiésemos seguir practicándola —había dicho su abuela cuando ella les planteó el tema—. Y, bueno, no nos parece mal, si tú quieres. No tenemos nada en contra de la meditación. Lo que no nos gusta son las ideas que hay detrás, las creencias. Nosotros somos cristianos, ya lo sabes. Tu padre había dejado de serlo, pero nosotros siempre mantendremos nuestra fe. Tu padre… era una buena persona, y estoy segura de que Dios le habrá perdonado y nos reuniremos con él cuando subamos también al cielo. Pero ahora somos los responsables de ti. Estamos encantados de que estés aquí, te cuidaremos muy bien, eres nuestra nieta, un encanto de nieta, una bendición. Pero… queremos que conozcas nuestra fe.

—A mí me gusta conocerlo todo —respondió ella—. Me gustan las historias que me explicas, lo del Niño Jesús, el nacimiento. Antes no sabía por qué celebramos la Navidad, no era nada más que una fiesta, y ahora lo sé. Y también me gusta la meditación, me gustan las dos cosas, y para mí una no está en contra de la otra.

—A mí lo que me preocupa es el tiempo que le dedicarás —intervino el abuelo—. Eres muy lista, te gusta aprender, tienes que sacar partido a tus cualidades. Las clases del colegio son poca cosa para ti, necesitas más clases, y eso quiere decir más tiempo.

—¡Oh, no hay ningún problema con eso! —respondió ella— Un día a la semana de meditación, solo con eso ya es bastante. Los demás días haré lo que queráis. Ya veréis que no habrá problema.

—El lado oscuro en el que caí no fue el primer amor.

—Lo sé. Ayer hice una broma sin gracia y no te sentó bien. Enseguida quisiste cortar la comunicación.

—Sí, perdona, sé que era una broma, pero me dolió un poco. No estoy acostumbrada a hablar de mí, de lo que siento, y seguramente por eso fui tan susceptible.

—Perdóname tú, fue una broma desafortunada. No volverá a pasar. Si quieres, cambiamos de tema.

—No, decidí empezar y acabaré. Quiero aclararte lo del lado oscuro. No fue el amor. El amor lo recuerdo con cariño.

Aquel recuerdo la obligó a detenerse. Solo fue un momento.

—Lo añoro.

Volvió a detenerse. Esta vez la pausa fue más larga. El impulso de cortar la comunicación era casi invencible. Pero se repuso.

—El lado oscuro fue lo que empezó a partir de aquel momento. La forma… enloquecida en que me dejaba arder en aquel fuego, ignorando todo lo demás, rompiendo con todo lo que había sido y había hecho hasta entonces.

—Locura de amor. Supongo que a todos nos ha pasado algo parecido. Aunque me cuesta imaginarte así. Me hubiera gustado verte. Sí, también a mí me hubiera gustado conocerte en aquella época.

—Aquel chico era muy diferente de mí. No teníamos nada en común, solo una intensa atracción mutua. Supongo que por eso lo nuestro no podía durar. El problema es que yo soy una persona persistente y él era inconstante.

—Y se cansó de ti antes que tú de él.

—Sí, y eso me dejó destrozada. Pero antes me había introducido en el tipo de vida que llevaba él, en la que lo único importante era pasárselo bien, y las drogas tenían un papel en eso. Bueno, no era exactamente así: siempre me dio la impresión de que en realidad no buscaba pasárselo bien, sino dejar de pasárselo mal. Parecía que sintiera la vida como algo insoportable y necesitara estímulos intensos para olvidarla: sexo y drogas. Ese fue mi lado oscuro. Ahí empezó.

—No entiendo que pongas al mismo nivel el sexo y las drogas. El sexo no tiene nada de malo, y además tú estabas enamorada.

—El sexo fue… maravilloso mientras estuve con él. Él me atraía tanto que hubiera querido que nos fundiésemos en uno solo ser, y el sexo me acercaba a eso. Además, veía que él sentía también algo muy intenso, que gracias al sexo conseguía salir momentáneamente de esa vida que tanto parecía hacerle sufrir y era yo quien lo provocaba, y para mí eso era la felicidad. Pero cuando aquello acabó fue como si me hubiera contagiado su actitud ante la vida, su desesperación, y también los recursos que utilizaba para combatirla. No sé de dónde venía aquella desesperación suya, si de los genes o de experiencias vitales, de algún trauma, pero la mía la provocó él. Supongo que debería decir que no pude superar que me dejara, que quedé traumatizada y que mi locura de amor se convirtió en locura sin más. Pero eso no sería del todo exacto. Ya me sentía disociada antes de que empezara lo nuestro, ya no sabía quién era antes de estar con él. Enamorarme de él fue una droga, la auténtica droga. Estando con él no veía los problemas, no sentía ninguna inquietud, no me angustiaba la crisis de identidad en la que había caído. Lo único importante era amarle, y mi identidad quedaba perfectamente clara: yo era la persona que estaba enamorada de él y de la que él estaba enamorado. Cuando acabó, no me vi capaz de afrontar ninguno de los problemas que ya arrastraba antes ni tampoco los que había provocado yo misma durante ese tiempo: el enfrentamiento con mis abuelos, la desatención de los estudios. Quise seguir manteniéndolos adormecidos, y conocía una anestesia que funcionaba: sexo y drogas.

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