Un compendio de mis deambulaciones literarias y filosóficas, y otros yerros.
 
23. El instante decisivo

23. El instante decisivo

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—¿Qué haces tú aquí? —preguntó Dea al verlos entrar. Al aparecer en su mente, la pregunta le produjo una sensación punzante. A Dea le irritaba que estuviera allí, y se lo transmitía también con la mirada.

—Tenemos que estar juntos. Le he pedido a Luxmundi que me guiara y mientras veníamos le he transmitido mi plan.

—¿Qué plan?

—Creo que aún podemos hacer algo.

­—¿Acceder al sistema informático del Consorcio desde aquí?

—Acceder directamente al ordenador cuántico.

—Se puede llegar al corazón sin pasar por el cuerpo —dijo su abuela.

—El corazón es una parte del cuerpo —respondió ella—. Y no veo qué necesidad hay de llegar hasta él si no eres cardiólogo o forense.

—Ya me entiendes, Semper. Dos personas enamoradas pueden transmitirse su amor sin necesidad de sexo.

—Entonces… ¿Para ti el sexo no transmite nada más que fluidos corporales?

—Desde que te has vuelto así de… rebelde, siempre encuentras la manera más fea de decir las cosas. El sexo puede transmitir amor. Debe transmitirlo. Si no, no tiene sentido. Pero el amor también se puede transmitir sin sexo.

—Pues llamamos amor a cosas diferentes. Lo que yo llamo amor te lleva al sexo como el hambre a comer.

—No, lo que te lleva al sexo es el instinto. Eso es el hambre de sexo, un impulso físico, el mismo que sienten los animales. Pero nosotros también podemos sentir amor y aprovechar el sexo para transmitirlo. O transmitirlo sin sexo, directamente, de una forma más pura.

—¿Cómo? ¿Por telepatía?

Semperviva sentía una gran curiosidad por ver la reacción de Dea cuando le explicara el plan. Quedó decepcionada.

—No se pierde nada por probar. Es una prueba sin coste. Pero no hacía falta que vinieras aquí. Sería mejor para todos que no supieras dónde estamos.

Dea desconectó inmediatamente y Semperviva percibió que entablaba comunicación con Luxmundi. Al cabo de un momento volvió a ella.

—Parece que él se lo cree. Puede que salga bien —le transmitió.

—He pensado que tendríamos más probabilidades de éxito si estábamos todos juntos. Si podíamos mirarnos a los ojos y transmitirnos… no sé, ánimos. Quizá sea una tontería, pero me pareció importante. Y también quería enterarme de lo que vaya pasando en tiempo real. Podremos saberlo, ¿no?

—Podremos saber inmediatamente si hay corte de comunicaciones, claro. Seguro que lo habrá. No me parece probable que esté causado por la radiación anti-TA que emiten los dispositivos clandestinos. En todo caso sería al revés: cortan las emisiones de los transpondedores para no interferir con la emisión de esos dispositivos. También hemos preparado antenas para detectar si se recibe radiación anti-TA, pero no hemos podido probar si funcionan. La información más fiable nos la dará Motupropio, que ha insistido en colocarse un par de DCT trucados para ver qué sucede. Se los quitaremos al menor signo de dolor. Por él sabremos quién ha tenido éxito, nosotros o ellos.

—Siempre quieres tener razón. Eres muy lista y siempre encuentras la manera de enredarme con las palabras, pero lo que me da pena es que no haces ningún esfuerzo para intentar entender lo que te digo. Solo te esfuerzas para hacerme quedar como una tonta.

—Uno discute para demostrar al otro que tiene razón. Si siempre te gano, debe ser porque soy más lista, tú lo has dicho. Y si soy más lista, deberías darme siempre la razón.

—¿Ves? Ya estás otra vez.

Las líneas multicolores que representaban la intensidad de la señal recibida desde los satélites temblaban en la pantalla, como si las estuvieran observando a través de la ventanilla de un tren que circulara por un tramo de vía en mal estado. En la parte superior, un contador se iba decrementando con regularidad insultante. El viejo tiempo absoluto de Newton seguía pautando el devenir humano y a nadie le importaba que se hubiera quedado obsoleto. Una voz metálica lo recitaba sin emoción para que Luxmundi pudiera ver con los ojos cerrados cómo se aproximaba el instante de la bifurcación más decisiva. Todos sabían cuáles eran los dos caminos que se abrían tras ese instante, nadie sabía cuál de los dos tomaría el universo. Alguno pensaba que era el propio universo el que estaba a punto de bifurcar, pero eso tampoco menguaba la incertidumbre: no podía saber en cuál de los dos universos resultantes seguiría viajando él, su conciencia presente, y no podía decidir tomar uno u otro como si fuera un viajero en la taquilla de la estación.

Semperviva trataba de imaginar lo que estaba sucediendo en la conciencia de Luxmundi. Ella había querido hacerle entender qué es un cúbit y cómo debía modificarlo tras entrelazarse con él, pero no tenía demasiada confianza en que eso fuera posible. ¿Cómo podía haber transmitido a Luxmundi la información necesaria para que hiciera lo que le pedía si ella misma no estaba segura de que fuera posible hacerlo? Decidió analizar el origen de sus dudas. Temió que se repitiera lo que había sucedido al analizar fríamente las ideas de su padre sobre la conciencia universal, que se diera cuenta de que en realidad aquello era algo imposible y solo lo creía porque quería creerlo. Y cuando aparece la sospecha de que quizá te estás engañando a ti mismo, ya no puedes seguir fingiendo que no ves el truco que estás utilizando.

De la representación de la cosa a la cosa representada. ¿Podía hacerse, eso? Que pudiera hacerse era solo una hipótesis, pero ahí no estaba el origen de la duda. Era una hipótesis que ella consideraba probable, aunque ciertamente removía hasta los cimientos la visión de la realidad que todo el mundo acepta como válida. Era una hipótesis probable y ahora iba a ponerse a prueba: ese el procedimiento habitual en la investigación. El problema no estaba ahí, el problema estaba en la representación. Dudaba de que la representación que había transmitido a Luxmundi de lo que es un cúbit tuviera la viveza suficiente para permitirle llegar hasta la cosa representada, hasta el cúbit mismo. Pero eso también era un problema asumible, también era un riesgo que ya estaba descontado. Lo único que tenía de especial ese problema es que estaba teñido de emoción: temía haber fallado y eso le dolía, temía no haber sido capaz de hacerlo bien y eso la hacía sentirse culpable. Pero podía dejar de lado esa emoción, ella podía hacerlo, y entonces veía que era razonable pensar que algo así podía suceder, un error humano siempre puede producirse, como también era razonable pensar lo contrario: que le había transmitido una imagen lo suficientemente clara como para permitirle saltar desde ella hasta la realidad. Aunque esa imagen, la imagen de un cúbit… ahí estaba el problema, en la propia imagen. En la naturaleza de la propia imagen.

Un cúbit es una abstracción. No es una cosa. Se puede implementar a partir de diferentes cosas, un bosón confinado, un ion atrapado, pero no es una cosa. Ni siquiera las partículas cuánticas que lo implementan son cosas. Cualquier físico estaría de acuerdo en definir un bosón como una excitación puntual de un campo, incluso aceptaría definir de la misma manera un electrón, y difícilmente puede considerarse que una excitación puntual de un campo sea una cosa. Y un cúbit ni siquiera es eso: es una entidad lógica, no física. Ella había transmitido a Luxmundi una representación visual del cúbit, la esfera de Bloch, pero en el ordenador cuántico no había ninguna esfera de Bloch. Esa representación solo es útil para conectar la base matemática de los cálculos de la mecánica cuántica con el funcionamiento de las puertas lógicas que son el motor de los ordenadores cuánticos, pero Luxmundi no sabía nada de espacios vectoriales complejos ni de puertas lógicas. Un cúbit no es una cosa, es una abstracción que, además, Luxmundi no podía entender. Todos estaban esperando que sucediera algo que era imposible.

Pero… ¿Por qué seguía pensando en cosas? Ella era Semperviva, la que afirmaba que el constituyente básico de la realidad son las interacciones, no las cosas. Que llamamos cosas a conjuntos monótonos de interacciones, retículas que evolucionan continuamente y que eventualmente se desintegran o se funden con otras, como bandadas de estorninos en un día de invierno. Muchas veces le habían reprochado que no sacara más consecuencias de su modelo, que no lo aplicara más decididamente. Ella se decía que era cuestión de prudencia científica, la misma prudencia que le había llevado a insistir en que lo llamaran modelo en vez de teoría, y tanto insistió que consiguió que se estandarizara esa denominación. Pero tal vez había algo más detrás de esa prudencia. Sí, había otro motivo: no quería pensar que estaba difundiendo una verdad, la verdad. No quería verse como alguien que conocía la verdad y la enseñaba. No quería verse como su padre. No quería que en algún momento alguien llegara a sentir hacia ella la misma mezcla de desprecio y compasión que ella llegó a sentir hacia su padre cuando dejó de ser una niña y se dio cuenta de que él era un ingenuo y un ignorante. Nunca había querido tener hijos: no quería que se desengañaran de ella. Por ese motivo, ella misma no quería creerse del todo su modelo. Era como si quisiera dejar la puerta abierta a que, en un futuro hipotético, cuando alguien dijera: «Parece mentira que en su tiempo Semperviva fuera tan valorada teniendo en cuenta las tonterías que decía», otro pudiera contestarle: «Bueno, ella tampoco se las creía del todo».

Si lo que hay son interacciones y no cosas, la relación entre una representación y la cosa representada debía verse de otra manera. Sería una relación entre representaciones e interacciones, no entre representaciones y cosas. Y no era suficiente con sustituir “cosas” por “retículas de interacciones” y decir que Luxmundi tendría que ir de la representación a la retícula en vez de tener que ir de la representación a la cosa. No, decirlo así no cambiaba nada, y pensar que lo que hay son interacciones lo cambiaba todo. En primer lugar, el cúbit es algo abstracto, pero no por eso es menos real que una cosa, porque las cosas tampoco son reales. En segundo lugar, lo único que puede dar consistencia real a algo abstracto como un cúbit es lo único que puede dar consistencia real a una cosa concreta: las interacciones que lo componen, puesto que no hay nada más. Un cúbit es también un complejo de interacciones, una retícula, como todo lo demás. Y, en tercer lugar, la relación entre una representación y aquello que representa no puede ser más que otra forma de interacción. Lo que parece diferenciar un cúbit o cualquier otra entidad abstracta de una cosa es que vemos el cúbit como una creación humana y, por tanto, como algo que no tiene existencia fuera de la mente: las entidades abstractas son solo ideas. Pero deben ser algo más que eso, puesto que las aplicamos a la realidad. Gracias a los cúbits podemos obtener resultados reales.

La idea de cúbit la crea una mente humana, y lo hace a base de establecer interacciones entre otras ideas igualmente abstractas y algunas cosas de la realidad. En cambio, las cosas de la realidad parecen estar ahí, como esperando que una mente se acerque a ellas y las capte. Pero no hay cosas, y conocer no puede ser más que una forma de interaccionar. Decimos que al conocer una cosa la captamos como si nos apropiásemos de ella, pensamos que al captarla la metemos en nuestra mente encapsulada en forma de idea. Pero si en la realidad no hay cosas y en nuestra mente sí, es que la cosa no se capta, sino que se crea en nuestra mente. Un cúbit es una entidad abstracta, la ha creado nuestra mente, pero también lo es una partícula subatómica, y lo sabemos, sabemos que es una excitación localizada de un campo y lo llamamos cosa. Algo sucede allí, un bullir de interacciones, un removerse continuo como una gusanera, pero al llamarlo cosa, estamos creamos la cosa. Y todas las demás cosas, las grandes, las macizas, las que se pueden ver y tocar y parecen tener una realidad indudable, están formadas por esas partículas que sabemos que no son cosas.

Conocer es crear, siempre lo es. La necesidad de triangular el conocimiento con los demás, la necesidad de vivir en el mismo mundo que ellos, nos obliga a crear el mismo mundo que ellos, las mismas partículas, las mismas cosas. Las creamos, ellos y nosotros, todos creamos las mismas cosas, todos creamos más o menos el mismo mundo. Por tanto, el salto prodigioso desde la representación de la cosa a la cosa representada no es un salto en absoluto, se reduce a una nueva forma de interaccionar con la representación, puesto que la representación es la cosa. Una forma de interaccionar que circule en sentido contrario. La representación es útil porque mantiene toda una red de interacciones que son eficaces para la finalidad que le damos. Estas interacciones ya existen, solo hay que saber recorrerlas de manera activa, desde la conciencia hacia fuera y no desde fuera hacia la conciencia. Ella no sabía hacer eso, pero entendió que era teóricamente posible y tenía motivos para creer que Luxmundi sabía hacerlo.

—A ver: se puede transmitir amor sin sexo. Eso es lo que dices, ¿no? —condescendió Semperviva.

—Sí. Y puede haber sexo sin amor.

—Vale, en todo eso estamos de acuerdo, y en que el sexo sin amor es menos… interesante. Y en que el deseo sexual nace de un impulso instintivo: en eso también estamos de acuerdo. Lo que yo digo es que, aunque el sexo nazca de un impulso instintivo, y aunque podamos hacerlo solo para satisfacer ese instinto, o para sentir placer, también lo podemos utilizar para transmitir amor, y que es la manera más eficaz de transmitir el amor. También lo transmitimos a través de un beso, por ejemplo, pero la boca no existe para besar, existe para comer y respirar. O a través de caricias, y las manos no existen para acariciar. En el sexo hay besos, hay caricias, y hay mucho más. Hay el contacto físico más íntimo que se puede dar entre dos personas. Por tanto, se puede transmitir más amor que de cualquier otra manera.

—¡Lo físico no es lo más importante! Las palabras… que te digan cosas bonitas, eso te hace sentir querida.

—Que te hagan cosas bonitas todavía más.

—¡Semper!

—¿Qué? ¿No es verdad, eso que digo? Y además no es incompatible. Te pueden decir cosas bonitas mientras te hacen cosas bonitas. Si no tienen la boca ocupada, claro.

—¡Oh, Semper!

—Y está el orgasmo, que es… una explosión de amor.

—No deberías tener esas… experiencias, a tu edad. Todavía no eres lo bastante madura.

­—Si uno puede hacer algo, eso demuestra que está bastante maduro para hacerlo. Mira, abuela, vamos a hablar claro. El sexo es bueno, el sexo con amor es lo mejor que puedes tener en la vida. Tú lo deberías entender, cualquiera debería entenderlo. Si no quieres entenderlo es por motivos religiosos: tu Dios lo prohíbe. Y para mí ese es un motivo suficiente para no creer en él, que me quiera privar de lo mejor que puedo tener en la vida.

—¡No puedo! —gritó Luxmundi. Y en el silencio de aquel recinto subterráneo en el que nunca se oían voces humanas, sonó como el lamento agudo de un saxo en mitad de la noche.

¡Sí, sí que podía! Antes le había transmitido una íntima desconfianza; ahora podía transmitirle una íntima confianza. Pensó en las entrañas del ordenador cuántico desde esta nueva perspectiva: las cosas existen porque nos las representamos. Antes había tratado de que Luxmundi se representase el cúbit real, había querido triangular con él como si le estuviese señalando un árbol o una casa que ambos pudiesen ver. Pero eso no podía funcionar. Mirando hacia donde miraba ella, Luxmundi no podía ver lo que veía ella, porque ella había acondicionado sus ojos durante mucho tiempo para conseguir ver el cúbit; en realidad, había estudiado mucho para ser capaz de crearlo en su mente. No podía triangular, solo podía transmitir. Transmitir a Luxmundi el cúbit que ella había creado, como el ave que desembucha el alimento que previamente ha ingerido para transmitirlo a sus crías. Poetea: eso es lo que tenía que hacer. Transmitirle directamente su idea del cúbit, como él transmitía sus emociones durante la poetea. Pensó en las entrañas del ordenador cuántico, conectó con Luxmundi y, de improviso, le volcó esa representación sin articular mentalmente una sola palabra. Nunca había hecho nada parecido, pero sintió que lo había hecho bien, que había hecho lo que quería hacer. La voz metálica salmodió «Cinco» y ella percibió que Luxmundi se desconectaba de ella. Vio que volvía a cerrar los ojos.

—Cuatro. Tres. Dos. Uno. Cero.

Las líneas multicolores que representaban la intensidad de la señal recibida desde los satélites descendieron todas simultáneamente y se quedaron inmóviles, como si el tren se hubiese detenido en la estación. La voz metálica prosiguió impasible:

—Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco.

El tren reemprendió su marcha traqueteante. Motupropio sonreía y negaba con la cabeza. Luxmundi sonrió también y conectó con ella. Inmediatamente, se sintió inundada de una emoción cálida, amorosa. Luxmundi la estaba abrazando a través de la poetea, la estaba besando. Ella se levantó para abrazarlo también físicamente, necesitaba hacerlo con urgencia, pero en ese momento vio que él abría mucho los ojos, como mirándola con incredulidad, abría también la boca y sacudía la cabeza espasmódicamente. Quería respirar y no podía. El abrazo telepático se había interrumpido bruscamente. En su lugar, nada.

«En el día de hoy, algunos grupos de ciudadanos han participado en una nueva convocatoria del denominado “diálogo con las estrellas”, a pesar de la prohibición expresa por parte de este gobierno y de las advertencias que se han hecho sobre las graves consecuencias que tal acción podía comportar. Desde el anterior episodio, diferentes agencias gubernamentales han trabajado intensamente en el análisis de los datos recabados y en la preparación de contramedidas para evitar que los atacantes volvieran a provocar situaciones como las que sufrimos en la anterior convocatoria. Esos trabajos condujeron a establecer que el ataque se produjo mediante un fenómeno imperfectamente conocido al que se ha llamado “efecto túnel telepático”, que permitió interferir en los DCT de quienes mantenían en aquel momento comunicaciones telepáticas. Las contramedidas puestas en marcha han permitido evitar que en esta ocasión se vieran afectados los DCT, y no parecen haberse repetido los efectos que tantos ciudadanos sufrieron en la anterior ocasión. Desgraciadamente, esta vez los atacantes han ampliado sus objetivos y han aprovechado el efecto túnel telepático para afectar también a los dispositivos experimentales conocidos como chips de autocontrol que voluntariamente llevan implantados algunos ciudadanos que han sido condenados por la comisión de delitos graves. No se había dispuesto ninguna contramedida contra este ataque, puesto que no era posible prever que se produciría. Sus efectos han sido muy graves, comportando, en todos los casos conocidos hasta ahora, el fallecimiento de los portadores.

«Este gobierno lamenta profundamente la irresponsabilidad de los ciudadanos que, pese a las reiteradas advertencias, han abierto frívolamente la puerta por la que han entrado quienes quieren acabar con nosotros. Pero este gobierno garantiza que algo así no volverá a suceder. Para la tranquilidad de todos, ha decidido iniciar los trámites legales por la vía de urgencia para prohibir la fabricación, venta y utilización de los DCT. Es una medida radical, pero nos obliga a ella el desconocimiento de los medios de que dispone el atacante y la constatación de que la TA es el medio que le ha permitido llegar hasta nosotros y atacarnos con tanta saña. Lamentablemente, nos vemos obligados a tener que elegir entre tranquilidad o TA, entre futuro o TA, entre vida o TA, y estamos convencidos de que la inmensa mayoría de los ciudadanos eligen la tranquilidad, el futuro y la vida.»

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