Un compendio de mis deambulaciones literarias y filosóficas, y otros yerros.
 
20. Un exploit

20. Un exploit

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—Semper, tengo que saber qué está pasando.

—Creo que es mejor que te mantengas al margen, Bonafide. Puede haber consecuencias y tú tienes una familia.

—Ya sé demasiado, no podemos fingir que estoy al margen. Pero sé demasiado poco para poder hacerme una idea de la situación. Empiezo a sentirme utilizada. Siento tener que decírtelo, porque estoy segura de que no es tu intención.

—¡No, no se te ocurra pensar eso! Me vi envuelta en una situación… difícil, complicada, y necesitaba tu ayuda. Recurrí a ti por eso, porque te necesitaba. No podía darte más información ni quería hacerlo para no comprometerte, y sabía que de todas formas me ayudarías. Pero, bueno, quizá fue un abuso de confianza. Es cierto que tienes que decidir por ti misma, y si quieres saberlo todo, no puedo negártelo. Tienes derecho.

De niña, la nostalgia de la hermana que nunca tuvo se hacía tan incontenible y dolorosa que, a veces, en los largos monólogos que mantenía con ella cuando estaba sola, le reprochaba amargamente no haber existido. No se enfadaba con su madre, porque su madre sí que había existido, y estaba segura de que la fatalidad que le había truncado la vida antes de tiempo y les impedía estar juntas, le dolía tanto o más que a ella misma. Y además, era su madre. ¿Cómo iba a enfadarse con su madre? Pero con su hermana era diferente. Su hermana estaba al mismo nivel que ella. Estaban indisolublemente unidas, eso sí, puesto que eran hermanas, pero no siempre estaban de acuerdo. A veces se quejaba ante ella de algo malo que le había sucedido, solo para desahogarse, y percibía que la otra no tenía ganas de escuchar sus lamentaciones, o que las encontraba exageradas. Y otras veces le explicaba algo que pensaba hacer y detectaba una inconfundible actitud de reprobación. Pero no siempre era así, claro. La mayor parte de las veces, su hermana la escuchaba con interés y una cierta simpatía; una simpatía moderada, aunque evidente. Y le respondía, aunque era ella misma la que tenía que pronunciar mentalmente la respuesta. Y le aconsejaba, la respaldaba en las decisiones difíciles, la animaba en los malos momentos. No podía quejarse de su hermana, en realidad, y no lo hacía, porque normalmente la acompañaba y la confortaba, y sabía perfectamente que sin ella su vida habría sido más difícil. Precisamente por eso echaba tanto de menos su existencia real. Y todavía era peor cuando se le ocurría pensar que en aquel futuro impreciso pero esperanzador que le había prometido su padre en el que todos volverían a reunirse, su hermana no podría estar presente.

—¡Tenemos que denunciarlo ahora mismo! —exclamó Bonafide cuando Semperviva acabó sus explicaciones—. Tenemos que acudir a la justicia, tenemos que hacerlo público a través los medios de comunicación.

—Eso es justamente lo que le planteé a Dea y ella me convenció de que no es una buena estrategia, de momento. Con respecto a los medios de comunicación, ya hemos visto que el Consorcio, o el gobierno, quien sea, todos ellos a la vez, tienen una gran capacidad para contrarrestar cualquier información que vaya en su contra. La intervención de Sapereaude causó revuelto y sé que les preocupó, porque el director me pidió que saliera a contradecirle. Yo no acepté, pero Hicetnunc sí que lo hizo, y fue muy hábil. Fue capaz de no concretar nada dando a entender que sabía mucho más y que no podía decirlo por motivos de seguridad. Y, bueno, a fin de cuentas, eso es cierto, sabe mucho más, pero lo que sabe y no puede decir es muy diferente de lo que quiso que imaginara la gente que lo escuchó. Y luego han salido otros, a la mayoría de los cuales no conozco de nada, pero que me parecen bastante mediocres, y han conseguido apuntalar la versión oficial y hacer quedar a Sapereaude como un traidor, o poco menos.

—Me da la impresión de que, a nivel político, algo está empezando a cambiar. Parece que la oposición va a dejar de prestar apoyo incondicional al gobierno en este asunto. Ven que va pasando el tiempo y no cambia nada y han decidido atacarlo utilizando como arma la gestión que está haciendo de la crisis. Van a pedir que se levante el estado de alerta y que el gobierno dé explicaciones más claras.

—Eso dicen, ya veremos. No me fío mucho de la política. Puede que acaben entendiéndose. Una cosa a cambio de otra.

—Pues vayamos a la justicia. Tenemos pruebas evidentes. La justicia no podrán pararla.

—No es tan fácil. En primer lugar, muchas de las pruebas que tenemos han sido obtenidas de forma ilegal, y eso las invalida jurídicamente. En cambio, a nosotros nos meterían a todos en la cárcel si las hiciéramos públicas. A mí, por infringir la normativa sobre datos reservados, que es muy estricta a causa del estado de alerta. A los de Pandemónium… les sobran los motivos para detenerlos. Y, en segundo lugar, al quedar fuera de combate, no podríamos llevar a cabo acciones para intentar pararlos. Y si no lo hacemos nosotros, dudo que nadie más pueda hacerlo.

—Pero entonces… ¿Qué camino nos queda? Porque tenemos que hacer algo. ¡No podemos quedarnos mirando sin hacer nada, como si estuviéramos observando el resultado de un experimento!

—El objetivo sería destruir esa arma tan poderosa que han construido contra la TA. El problema es cómo hacerlo. Eso es lo que es estamos analizando, ellos y yo. Y tú también a partir de ahora, si quieres.

—Yo… Bueno, tendría que analizarlo un poco más, pero así de entrada veo totalmente imposible que podamos… destruir esa arma. No tenemos medios.

—Tenemos medios, si lo piensas bien. Nosotras estamos aquí dentro, en el corazón de la bestia, como me dijo Sinequanon el otro día.

—¿Él también está en… esto?

—Sabe algo, pero no está comprometido. Me ha prestado ayuda desde fuera, podríamos decir. Como Sapereaude.

—Ya. Bueno, es verdad que estamos dentro, como tú dices, pero tenemos muy restringida nuestra capacidad de intervenir. No podemos salirnos de nuestra investigación.

—Tenemos acceso al ordenador cuántico, que es un elemento esencial en todo esto. Podemos aprovecharlo. Y luego están ellos, los de Pandemónium, que tienen una gran capacidad para interferir en cualquier sistema informático. Ahora mismo están analizando la posibilidad de hackear la comunicación con los satélites. O los propios satélites, su sistema de control. O los dispositivos que captan los datos sobre el estado de la ionosfera, de forma que generen ionogramas falsos.

—Pero todo eso solo serviría de algo si hubiera más convocatorias de diálogos, y en las circunstancias actuales me parece imposible.

—Corre el rumor de que se está preparando otra. En Pandemónium están convencidos de que es el propio Consorcio quien alimenta ese rumor. Así tendría las manos libres para volver a actuar en cualquier momento, si les conviene, alegando que ha habido un nuevo intento de diálogo y que el… el enemigo ha vuelto a actuar. Demostrarían que el peligro no ha pasado y harían pensar a la gente que ellos son los únicos que les pueden defender.

Mientras creía vivir desconectada de las demás personas y entregada solo a la física, una red de interacciones se había ido formando alrededor de Semperviva. Creía haber dejado lo personal, lo íntimo, fuera de su relación con los demás; creía que esa relación se sustentaba solo en lo imprescindible, en lo profesional, y que nada que tuviera que ver con emociones o sentimientos podía difundirse a través de ella. Pero lo cierto es que ahora había necesitado recurrir a personas de su entorno en busca de ayuda y le habían respondido. Y la ayuda que les había pedido no era del tipo de ayuda que se presta a un desconocido. O, más exactamente: la ayuda que les había pedido era del tipo que solo se presta a alguien en quien se confía, a alguien que se aprecia, o a alguien a quien se quiere, a alguien a quien uno se siente tan unido como para apoyarlo a ciegas. Porque eso era lo que ella había pedido a Sapereaude, a Bonafide, a Sinequanon: que la apoyaran a ciegas. Y eso era lo que ellos le habían dado sin ninguna objeción. Para unirse a Dea, ella le había exigido pruebas, seguridades, las había valorado y balanceado, y al final había decidido racionalmente. Pero a ella no le habían pedido pruebas ni seguridades, y, por tanto, la decisión que habían tomado para apoyarla no era racional. Y si no era racional, entonces era emocional, afectiva. Sin haberlo pretendido, sin haberlo advertido, había ido haciendo amigos. Porque eso son las personas que te apoyan sin exigirte pruebas ni seguridades: amigos.

Los humanos tejemos interacciones, aunque no queramos hacerlo. Es nuestra naturaleza, es una parte fundamental de lo que significa ser humano. Creemos vivir en un mundo objetivo, un mundo que todos vemos igual, y en ese mundo creamos unos papeles y nos los asignamos entre nosotros, y definimos unas reglas de acuerdo con las cuales debemos actuar, y todo eso es objetivo, todo está expuesto a la vista de todos. Pero por debajo, o por encima, de esa objetividad, construimos también una red de relaciones más difusas, subjetivas, pero igualmente reales e igualmente eficaces, basadas en la atracción o la repulsa, en la simpatía o antipatía, en el afecto o la indiferencia, en el amor, en el odio, en el desprecio. Racionalmente, uno se plantea llegar a ser físico, o pintor, o abogado, y hace lo necesario para conseguirlo. Pero nadie se plantea ser amigo y se dedica a hacer lo necesario para conseguirlo. La red de interacciones afectivas la tejemos silenciosamente, sin esfuerzo, como dejándonos llevar por una inercia ancestral. Inadvertidamente, como le había pasado a ella, sin pretenderlo ni ser conscientes de que está pasando. Y es una red real, porque produce efectos en lo que sucede delante de los ojos. Es una red de interacciones tan real como la que mantiene fuertemente ensambladas a las partículas elementales y crea el mundo físico que vemos y tocamos.

—Semper, la tenemos.

—¿Qué tenéis?

—La manera de atacarlos. Hemos conseguido el esquema del dispositivo electrónico que han montado en los satélites para generar la radiación. Pero eso no es lo mejor. Hemos encontrado un error de diseño que ocasiona una vulnerabilidad.

—¿Estás segura?

—Sí. Deben hacerlo diseñado con muchas prisas y no se han preocupado suficientemente de hacerlo seguro. Siempre pasa lo mismo. Se diseñan los sistemas centrándose en que produzcan el resultado que deben producir cuando reciben los datos correctos, pero no se le da tanta importancia a comprobar qué pasa cuando les llegan datos fuera del rango esperado. Y de eso nos aprovechamos nosotros.

—Entonces, si conseguimos que se envíen valores fuera de rango a los satélites… algo pasará.

—Hay un condensador al que se le podría hacer llegar un voltaje por encima del máximo que soporta. Se fundiría, y el generador dejaría de funcionar de la manera que está previsto que lo haga. Por increíble que parezca, el circuito no está protegido contra eso.

—Tienes razón, es muy interesante. Puede ser muy útil. Pero todavía nos falta una parte difícil: hacer llegar esos valores a los satélites.

—Paso a paso. Ahora ya tenemos un camino claro. Y muy eficaz. Si averiamos esos dispositivos, ellos no podrán hacer nada contra la TA. Y necesitarán tiempo para sustituirlos. Eso nos daría margen para demostrar quiénes fueron los culpables del ataque.

—Vale, yo puedo dar otro paso. Hazme llegar los valores que habría que enviar a los satélites y estudiaré cómo se podría modificar el programa del ordenador cuántico para que los genere. Pero luego habrá que sustituir el programa original por el modificado, y eso ya no puedo hacerlo. No es un programa de mi departamento y no tengo suficientes privilegios de acceso.

—Le diré a Cumlaude que se ponga en contacto contigo para preparar un exploit.

—Primero tendrás que explicarme qué es un exploit.

—Un software diseñado para aprovechar una vulnerabilidad de un sistema informático y conseguir de él algo que no podrías obtener por las buenas.

Aquellas miradas de Carpediem cuando se cruzaban en el pasillo, o en el patio, siempre de soslayo, como si fuera algo accidental, ¿no habían sido la preparación de un exploit para aprovechar una vulnerabilidad suya que le permitiera a él conseguir algo que no habría obtenido de otra manera? Aquella mezcla de indiferencia e interés que reflejaban, ¿no estaba demasiado bien calculada para ser el resultado de una actitud espontánea? Porque lo cierto es que Carpediem había conseguido acceder a ella, y no a las capas superficiales de actitudes más convencionales y socialmente admisibles, sino muy adentro, hasta lo más íntimo, hasta el núcleo de su sistema personal de orientación vital. Quizá al tomarle la mano en el autocar, lo que hizo fue inocularle un exploit que llevaba ya tiempo preparando y comprobar si funcionaba. Y funcionó. Hubo unos instantes de incertidumbre mientras ella decidía si aquello era procesable o podía suponer un riesgo de seguridad, pero al final funcionó. Y quedó infectada por el virus del amor incondicional.

Quizá los hackers con sus exploits no hacen más que trasladar a la informática el recurso que todos utilizamos para intentar obtener de los demás algo que, de entrada, no están dispuestos a darnos. También su profesor de física del instituto utilizó con ella un exploit, o más bien varios, porque lo cierto es que fue probando uno tras otro hasta encontrar finalmente el que la hizo cambiar en la forma que él deseaba. Ella misma los había utilizado con sus abuelos, sobre todo con su abuela, que en su actitud con respecto a ella exhibía unas vulnerabilidades muy fáciles de explotar. Y también estuvo a punto de hacerlo con Hicetnunc cuando vio que la relación con él estaba llegando a un punto de no retorno. Durante aquella conversación en la que se produjo la ruptura definitiva, ella fue preparando un exploit que al final no quiso utilizar. En aquel momento fue honesta y no explotó una vulnerabilidad de Hicetnunc que conocía muy bien, y a la vista de cómo habían ido las cosas, ahora pensaba que hubiera sido mejor explotarla.

Basándose en su experiencia, podía concluir que los exploits no siempre son deshonestos. Y también, que tampoco vale la pena blindarse ante ellos de la manera en que ella lo había estado haciendo. Había querido impedir que explotaran sus vulnerabilidades, pero en el intento casi había dejado de sentirse humana. Y ni siquiera había conseguido su objetivo: la red de interacciones afectivas la había ido envolviendo sigilosamente, sin que ella llegara a advertirlo, y los medios a través de los cuales avanza esa red seguramente también pueden considerarse exploits que resultan imperceptibles porque son de una dimensión ínfima, cuántica. Alguien que te sonríe cada día, como Bonafide, y te habla con tono afable incluso cuando te lleva la contraria o pone objeciones a tus propuestas, ¿no busca con esas actitudes que le permitas ir metiéndose cada vez más adentro de tu estructura personal y poder influir desde allí en tus decisiones? Y luego estaba Luxmundi. ¿No había preparado él también un exploit y se lo había ido inoculando en pequeñas dosis? No, eso no podía decirlo. Al intentar juntar la imagen de Luxmundi y el concepto de exploit, se producía una discordancia enorme. Solo puede considerarse que pretende implantarte un exploit alguien que accede a tus vulnerabilidades con la intención de explotarlas, y no alguien que busca más bien compartirlas, o quizá acompañarte en ellas. Alguien que te hace sentir que, para él, tus vulnerabilidades no te hacen vulnerable.

«Si descubrieras que es posible alcanzar un estado desde el que vieras tu vida actual como ahora ves la vida de una hormiga, ¿no crees que valdría la pena dejar todo lo demás y concentrarte solo en conseguirlo?» Aquello también había sido un exploit. Y muy eficaz: durante años funcionó a la perfección. ¿Había sido deshonesto? Era su padre, quería lo mejor para ella; únicamente quería lo que él, honestamente, consideraba lo mejor. Pero ella era una niña, y aquella frase, inoculada por su padre a aquella edad y en aquellas circunstancias, iba a condicionar toda su vida. Estaba diseñada para conseguir ese resultado. Eso no era muy honesto. Aunque había otra forma de verlo: ¿No era cierto, lo que decía esa frase? ¿No era importante? Y nadie consideraría deshonesto a un padre que intenta inculcar a su hija una verdad importante.

—Pero esto es un entorno de máxima seguridad. ¿Será capaz de hacerlo?

—Con tu ayuda, seguro. Cuando tienes alguien dentro, es muy fácil.

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