—Doctora, voy a pedirle algo que sé que no le gustará. Tiene que salir a la palestra y rebatir las palabras del doctor Sapereaude. Sé que no le gustará porque usted y él fueron colaboradores estrechos y probablemente siguen siendo amigos, pero es imprescindible. Dado el prestigio intelectual de que goza Sapereaude, sus especulaciones están teniendo mucha repercusión y pueden acabar creando un problema de seguridad. La mejor manera de atajar ese riesgo es que intervenga usted, su mentora, alguien a quien todo el mundo ve por encima de él, y lo desmienta. Para hacerlo no es necesario que ponga en duda sus buenas intenciones, su honestidad intelectual o su amor por el conocimiento, pero sí que deje claro que sus afirmaciones son especulativas, que se basan en datos incompletos o erróneos, etcétera, etcétera. Podemos prepararle un argumentario, si quiere.
A Semperviva le hubiera gustado no tener que reprimir el impulso de sonreír. Después de algún rebote, su disparo había acabado dando en el blanco.
—Eso no puedo hacerlo. Y mis sentimientos personales con respecto a Sapereaude no tienen nada que ver. No puedo desmentirlo porque no sé si tiene razón. No tengo suficiente información. No sé qué está pasando en realidad.
—¿Y él lo sabe, doctora? ¿Cree que él tiene más información que usted?
—Eso tampoco lo sé.
—Yo le aseguro que no la tiene. Lo que tiene es más desinformación: eso sí que puedo asegurarlo. Y la misma falta de información que a usted la lleva a decir, con una honestidad que la honra, que no sabe qué está pasando, a él le lleva a hacer afirmaciones infundadas y peligrosas.
—No, no, no le tergiverse. Él ha dicho que nadie en el ámbito científico conoce en qué consiste esa teoría del efecto túnel telepático y que le parece imposible que pueda fundamentarse en algún principio físico conocido. Y en eso, pienso exactamente lo mismo que él. ¿Por qué apoyan esa teoría, si es una patraña?
—Yo no apoyo nada —el director estaba claramente molesto; pocas veces le había visto expresar un atisbo de emoción—. No me habrá oído usted dar por buena esa teoría. Ni a mí ni a ninguna fuente oficial. Es… especulativa, quizá, y quizá también un poco… vaga, pero es lo único que tenemos. Lo importante es —enderezó el torso, elevó los hombros, estiró la cabeza, como poniéndose en posición de firmes al oír la llamada del deber— que vayamos todos a una. No me negará usted que nos estamos enfrentando a un enemigo desconocido.
—No, no se lo niego.
Era cierto, los dos se enfrentaban a un enemigo. Pero era falso, porque ese enemigo era diferente para cada uno de ellos. Volvió a sentir aquella sensación tan excitante de decir una mentira que en realidad no lo es, una mentira que se dice solo como parte de un juego.
Las tardes de los domingos, en casa de sus abuelos jugaba con sus primas a un juego que consistía en lanzar dos dados estrellando el cubilete contra la mesa, levantarlo un momento con cuidado para que las otras no pudiera ver el resultado, y mentir sobre él. Se podía mentir o se podía decir la verdad, pero la mentira era una posibilidad lícita, y, por tanto, decir la verdad también era una forma de engañar. Porque se trataba de eso: de engañar. La rival tenía que decidir si la declaración de la lanzadora era cierta o falsa, y perdía si se equivocaba: si decía que era sincera y en realidad mentía, pero también si afirmaba que mentía cuando en realidad era sincera. Y eso era muy divertido. Mentir jugando ya era de por sí terriblemente excitante, porque era hacer una incursión en lo prohibido con la seguridad de que no iba a haber consecuencias, pero engañar diciendo la verdad… aquello era un placer maravilloso. Cuando le tocaba lanzar a ella los dados y conseguía ganar con la verdad, reía tanto que su prima mayor le tenía que decir que parara: “¡Te vas a hacer pipí!”.
—Pues participe en la lucha para hacerle frente.
—Lo que me está pidiendo no va contra ese enemigo en el que estamos pensando. Sapereaude no es ese enemigo.
—Sapereaude y otros ingenuos como él, actuando, no lo dudo, con la mejor de las intenciones, se lo ponen más fácil a ese enemigo.
—¿Me puede explicar cómo?
—Dividiéndonos. No podemos permitirnos que vuelva a haber otro de esos diálogos con las estrellas. Sería enormemente irresponsable. Todos deberíamos ir a la una en eso. Y Sapereaude y quienes le hacen eco, nos dividen.
—En la división entre los que mienten y los que dicen la verdad, yo me pongo en el lado de los que dicen la verdad. Si todos la dijéramos no existiría esa división. La división la producen quienes mienten.
El director frunció los labios en un gesto de frustración. Apoyó los codos sobre su lado de la mesa, adelantó los hombros y acercó la cara hacia ella, mirándola fijamente. Semperviva percibió el intento de intimidarla.
—Me decepciona, doctora Semperviva. Aceptó mi oferta y decidió venir aquí, y sabía dónde venía. Esa aceptación llevaba implícito un compromiso con la institución que ahora no está cumpliendo.
—En ningún momento se me ocurrió pensar que venir aquí me obligaba a engañar a la opinión pública sobre temas científicos. Usted no me habló de ello y tampoco consta en mi contrato. Justamente al contrario: me hicieron firmar que no hablaría más de la cuenta, y ahora me pide que hable más de la cuenta. Yo solo vine aquí a investigar. Nada más que eso.
—Naturalmente. Pero nadie podía imaginar lo que está ocurriendo. Ante situaciones inesperadas, hay que tomar decisiones que no se podían prever. Le pido que ahora esté a la altura de las circunstancias que nos toca vivir estos días. Que colabore con su gobierno, democráticamente elegido. Con la institución que la acoge, que trabaja bajo la dirección de ese gobierno con el objetivo de poner el conocimiento y la ciencia al servicio del bienestar y la seguridad de los ciudadanos. Póngase del lado de quienes nos hacen más fuertes, no de quienes nos debilitan.
—Yo siempre estoy del lado de la ciencia, que es lo que nos hace más fuertes.
—No entiendo su actitud, francamente. ¿Por qué tiene tanto interés en que continúen esos diálogos con las estrellas? ¿Fue ese el motivo por el que decidió venir aquí? ¿Quería estudiar la TA porque es el canal a través del cual se producen?
—La trascendencia —insistía su abuelo—, eso es lo importante. Lo único importante. Y forma parte de nuestra naturaleza. Hay quien no quiere verla, pero está ahí. Y tú ya la has visto. En la meditación tratabas de acercarte a ella.
—Sí, tiene que haber algo más allá de lo que vemos —remachaba su abuela—. Eso se siente en el corazón. Que esta vida no es todo, que este mundo no es todo, que la muerte no es el final.
—Nosotros lo llamamos Dios —seguía el abuelo—, pero hay gente que lo llama de muchas otras maneras. Los artistas, por ejemplo, intentan transportarnos más allá de este mundo, y a veces consiguen provocarnos esa vivencia de algo trascendente. Las utopías sociales, que al final siempre acaban produciendo desastres enormes, atraen tanto a la gente porque también fijan como objetivo algo que va más allá de lo que vemos que es real. Esa idea de un mundo perfecto, de una justicia absoluta, de una convivencia ideal, es la intuición de que hay algo más grande que lo que vemos. El error es querer buscarlo aquí. Es trascendente, está fuera de nosotros. Podemos vislumbrarlo, o adivinarlo, pero no lo conoceremos plenamente mientras no abandonemos este mundo.
—¿Y si lo único que pasa es que somos capaces de pensar en algo que va más allá de lo que vemos? —respondió Semperviva—. De pensarlo o de imaginarlo. Incluso de creer que lo vemos. Quizá somos capaces de ir más allá de lo que vemos, pero eso no quiere decir que exista. Solo que nuestra mente puede pensarlo.
—Visto así, sería una imperfección —replicó su abuelo—. Seríamos los seres más desgraciados del universo, porque nosotros mismos inventamos algo tan bueno, tan deseable, que a su lado nada más tiene valor, y no podemos alcanzarlo porque no es real, solo es un invento nuestro.
—¡No, qué va! —exclamó Semperviva— ¡Al contrario! Esa capacidad nos hace los seres más extraordinarios del universo. Somos capaces de ver más allá de lo que vemos, y gracias a eso avanzamos. Fíjate en las hormigas, por ejemplo. Tienen una forma de vida muy eficaz, muy bien adaptada al medio, que les permite sobrevivir en las circunstancias más difíciles, pero no cambian nada. Viven igual desde hace… no sé, cientos de miles de años, tal vez millones. No son capaces de imaginar que haya algo mejor. Nosotros podemos… trascender lo que vemos y poco a poco ir construyéndolo.
Su abuelo rio.
—No, niña, no. Eso son cosas materiales. Tienes un pensamiento materialista. Si te viera tu padre… él era todo lo contrario. A él le cegaba la trascendencia hasta el punto de no dejarle distinguir nada de lo que veía. En cambio, a ti te gusta tanto la física que piensas que no hay nada más. Todo lo ves desde el punto de vista de la física. Es como mi socio con el dinero. Le enseñas una pintura maravillosa y te pregunta cuánto vale. Le dices que ha habido un accidente aéreo y han muerto cientos de personas y te responde que tenemos que vigilar las acciones de las compañías aéreas porque habrá buenas oportunidades de comprar barato.
—Está el amor —intervino la abuela—. El amor es el principal camino hacia la trascendencia. Y no es material.
—No vine aquí por eso. Le explicaré mis razones, ya que parece que le interesan. Vine porque me convenció usted cuando me propuso explorar todas las potencialidades de mi modelo de interaccionismo cuántico. Algunos dicen que el paradigma en que se basa puede ser muy útil para replantear algunas áreas de conocimiento diferentes de la física y hacerlas avanzar. Ya sabe, la biología, la neurociencia, la psicología, la sociología… Y es cierto que los principios en los que se basa mi modelo son tan generales que, potencialmente, podrían aplicarse a cualquier tipo de interacciones, no solo a las físicas. Vi la TA como un campo propicio para intentar yo misma una extensión de mi modelo. En definitiva, la comunicación TA es una forma de interacción, una forma inexplicable de interacción. Los diálogos con las estrellas son otra forma de interacción, doblemente inexplicable. Tengo interés en ellos, claro. ¡Cómo no tenerlo! Son una puerta a algo desconocido, algo que puede ser muy importante, quizá lo más decisivo que nos ha ocurrido a los humanos desde que tenemos memoria de especie.
—Lo explica como si tuviera un interés puramente científico, pero yo percibo que hay algo más.
—Hay algo más, sí. Me interesan como persona, como ciudadana, como ser humano. Y no solo por el resultado que se pueda obtener de ellos. El propio hecho de que lleguen a producirse, de que tanta gente se una, que se conecten entre sí para formar una unidad que a su vez pueda conectarse con algo que está más allá de ellos mismos, me parece extraordinario. El mero hecho de que se produzca es quizá el germen de una nueva forma de unidad.
—Una forma de unidad a través de la cual nos pueden vencer. Nos unen a todos y entonces nos agreden a todos a la vez, como pasó la última vez. Cabeza, tronco y extremidades: la evolución nos enseña que esa es la estructura que sobrevive. Si se mantiene la jerarquía y la división de responsabilidades, se puede perder un dedo, o una mano, y el organismo sigue viviendo. Está muy bien la esperanza de que la humanidad tenga un futuro mejor, pero antes tenemos que asegurarnos de algo más básico: que ese futuro exista.
—¿Qué pasó la última vez? Unamos las fuerzas para investigarlo. Cooperemos, hagamos circular la información disponible, no interpongamos hipótesis oscurantistas, no restrinjamos el acceso a la información. Desde el primer momento usted consideró que había sido un ataque. ¿Por qué? ¡No sabemos lo que pasó! Pudo ser un accidente. No conocemos el fundamento físico de la TA, y, por tanto, no sabemos cómo puede interaccionar con otros fenómenos. Por ejemplo, si aceptamos que se produjo realmente una cascada atmosférica y una emisión extraordinaria de rayos gamma, ¿no pudieron ser los rayos gamma directamente los que, al interaccionar con la TA, provocaran aquel resultado? Desconociendo el fundamento físico de la TA, esta hipótesis es perfectamente viable y no requiere pensar en un efecto túnel misterioso. El efecto túnel solo es necesario para poder concluir que lo que sucedió fue un ataque.
—Pudo haber sido un ataque o pudo no haberlo sido. Si no fue un ataque y nos defendemos, no perdemos gran cosa. Si fue un ataque y no nos defendemos, lo podemos perder todo.
—Eso es parecido al argumento de Pascal para demostrar que conviene creer en Dios. A mi abuelo le gustaba repetírmelo. Y es falaz, además de cínico. Me refiero al argumento de Pascal. Pero el suyo no me parece mucho mejor, siento tener que decirlo. Si me he de proteger de todas las amenazas que puedo imaginar, no podré dar ni un paso. Más vale que me suicide y acabe con el sufrimiento. La postura razonable es defenderse de las amenazas razonables. Lo que sucedió en el último intento de diálogo pudo tener muchas causas, y puede haber hipótesis mucho más… terrenales. Por ejemplo, una interferencia con algún tipo de radiación de origen humano. La resonancia que hemos detectado en los DCT podría apuntar a eso.
—¿En qué tipo de radiación piensa?
—No tengo ni idea. Si la tuviera, ya le habría informado. Pero vivimos rodeados de radiación de origen humano. Antenas, satélites… Mientras no conozcamos el fundamento físico de la TA, la hipótesis de una interferencia con alguna radiación de ese tipo es perfectamente razonable.
—¿Y por qué esa interferencia no se produjo las otras veces?
—No lo sé, pero eso no afecta a esta hipótesis más que a cualquier otra. Es evidente que la última vez debió suceder algo que no sucedió las anteriores. Por ejemplo, si fue un ataque, ¿por qué han atacado ahora y no antes? Si fue una interferencia con radiación de origen humano, quizá esa vez se dieron circunstancias que no se habían dado antes. Por ejemplo, las emisiones de los satélites son sensibles a la ionización de la atmósfera. Tal vez el estado de la ionosfera en aquel momento modificó los campos electromagnéticos de tal forma que interfirieran con la TA. Estamos estudiándolo.
—¡No! ¡Usted no tiene que estudiar eso! —el director levantó la voz y se revolvió bruscamente en su asiento.
—¿Por qué?
—No es competencia suya. Sabe que aquí existe una estricta división del trabajo que es clave para nuestro éxito. Ese tipo de investigaciones son responsabilidad del equipo del doctor Hicetnunc, y me consta que las está llevando a cabo. No dupliquemos esfuerzos. Usted a lo suyo: el fundamento físico de la TA, su relación con el entrelazamiento cuántico, la posible aplicación de su Modelo… Mire, doctora, acabemos con esto: le prohíbo seguir investigando el ataque. Es una duplicidad inútil. Además, usted no tiene toda la información, no puede tenerla, y, por tanto, puede llegar a conclusiones erróneas.
Tocado.
—Bueno… usted me ha puesto en mi sitio. No me moveré de él. No saldré de él para opinar sobre lo que dice Sapereaude. No tengo toda la información. Usted mismo lo dice.
—Yo no soy materialista. La materia es solo una manera de ver la realidad.
—Una forma de ver la realidad… eso es el materialismo —quiso precisar el abuelo—. La materia existe, es indudable.
—¿Ves? Eres más materialista tú que yo. Yo ni siquiera creo que exista la materia. El espiritualismo consiste en creer que existe el espíritu; en creer, por ejemplo, que tenemos un alma espiritual, aunque no se niegue que tenemos también un cuerpo material. En cambio, el materialismo consiste en creer que existe solo materia; no se considera a alguien materialista simplemente por creer que existe la materia, porque todo el mundo cree que existe, incluso los espiritualistas como tú.
—¿Cómo no va a existir la materia? ¿Y cómo la pones en duda tú, que eres física? ¿Sobre qué quieres investigar, entonces?
—Digo que no existe por lo que he dicho antes, porque solo es una forma de ver la realidad. Es la forma de ver la realidad que tenemos los humanos, y es lógica a consecuencia de nuestra constitución, de los órganos sensoriales que tenemos, de nuestro tamaño. Vemos cosas sólidas y permanentes y nos parece evidente que eso es lo que existe, y nos preguntamos si hay algo más o solo hay eso. Pero si nuestros órganos de los sentidos fueran diferentes y captásemos, por ejemplo, los campos de fuerza, o si tuviésemos el tamaño de un electrón y viésemos que la distancia entre el núcleo de un átomo y cada una de las órbitas de electrones es enorme, no diríamos que existen cosas sólidas y permanentes, cosas materiales.
—¡Los átomos son materiales!
—Decimos que los átomos son materiales porque pensamos que son las pequeñas partes de que están formadas las cosas materiales, y, por tanto, también deben ser materiales. No son espirituales, eso es seguro, pero se parecen tan poco a las cosas materiales ordinarias, las que vemos y tocamos, que no veo qué sentido tiene decir que también son materiales.
—Me quieres enredar con sofismas.
—No son sofismas, abuelo. Según la física actual, lo que llamamos partículas elementales, que serían los componentes últimos de la materia, son en realidad excitaciones puntuales de campos de energía. Ya sabes que masa y energía son equivalentes, de acuerdo con la ecuación de Einstein: la energía es igual a la masa por la velocidad de la luz al cuadrado. Por tanto, la realidad material es en el fondo energía, que puede adoptar diferentes estados, algunos de los cuales no los entendemos todavía, como por ejemplo la energía oscura. Eso no son sofismas, eso lo dice la física actual. Si te quisiera enredar, te podría decir otra cosa que también pienso: que la existencia no es una propiedad absoluta.
—¿Ah, no? ¿O sea, que no es seguro que existimos?
—Algo existe cuando se relaciona con algo. Cuando interacciona. Si no se relaciona con nada, no tiene mucho sentido decir que existe. En todo caso, nunca nadie lo sabrá.
—Entonces, yo, cuando estoy en mi cuarto a oscuras, no existo.
—Existes porque te relacionas contigo mismo. Los humanos somos conscientes, y la consciencia es precisamente eso, interacción con uno mismo. Esa imagen que has presentado, tú solo en tu habitación a oscuras y, sin embargo, existiendo, es en lo que creo que se basa nuestra noción de existencia: las cosas existen por sí mismas de la misma manera que existo yo cuando estoy solo; algo puede estar totalmente aislado de todo y sigue existiendo. Pero eso no es cierto. Si estás aislado, piensas, y, por tanto, te relacionas contigo mismo. Si no eres consciente porque estás dormido, en ese momento podría decirse que no existes como persona, porque no te relacionas como persona con lo que tienes alrededor, pero sigues existiendo como cuerpo, porque tu cuerpo se sigue relacionando de mil maneras con lo que tienes alrededor. Si no te relacionas absolutamente con nada, estás fuera del mundo, porque el mundo es un conjunto de cosas relacionadas. Si fuera posible ese estado de no relacionarte absolutamente con nada, estarías fuera de la realidad. No existirías.
¡El estado de la ionosfera! Ahí debía estar la clave.
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