—Hemos encontrado algo. Algo importante. Es sobre la antena que llevan los DCT en su interior. Intentábamos activarla mediante radiación electromagnética y no lo conseguíamos. De hecho, la rejilla que los recubre produce un efecto de apantallamiento. Pero ya hemos descubierto qué la activa.
Hizo una pausa dramática. Por fin era ella quien proporcionaba a Dea información valiosa y no al revés.
—¿Y? —captó.
—Son ondas de muy baja frecuencia, por eso no las habíamos detectado antes. Ondas cerebrales. En el rango entre theta y beta, lo que se corresponde con los potenciales característicos de la comunicación TA.
—¿Qué pasa cuando se activa esa antena?
—Todavía sabemos muy poco. Seguimos sin entender el papel del circuito que hay dentro de los DCT, pero hemos descubierto dos cosas relevantes. La primera, que las ondas cerebrales por sí mismas no generan ninguna actividad en el circuito; esa actividad se genera como consecuencia de la combinación de ondas cerebrales captadas por la antena interior y radiación electromagnética captada por la rejilla exterior. Y la segunda: ajustando con mucha precisión la frecuencia de la radiación electromagnética externa, se genera, en combinación con las ondas cerebrales en las frecuencias características de la comunicación TA, una respuesta ultrasónica que resulta muy desagradable si llevas los DCT colocados. En eso debió consistir el ataque.
—Se tienen que dar las dos cosas a la vez…
—Exacto. Es un mecanismo muy ingenioso. Y muy complejo; tanto, que todavía no entendemos del todo cómo funciona. La radiación electromagnética por sí sola no tiene ningún efecto, y tampoco el patrón de ondas cerebrales correspondientes a la TA. Es como si desde el exterior se disparara indiscriminadamente con ondas electromagnéticas y desde el interior los patrones de ondas cerebrales fijaran los objetivos.
—Y la radiación electromagnética exterior debía proceder de los satélites.
—Podría ser, sí, pero de entrada veo un problema que no sé cómo puede salvarse. Para que se produzca la interacción entre los dos tipos de ondas, la radiación externa debe ser de unas características muy precisas. Hemos comprobado que el circuito no admite tolerancia. Es lógico, ha de ser muy simple. Esa precisión se consigue sin problema en el laboratorio o a distancias pequeñas, pero a grandes distancias sería problemática a causa de la ionización atmosférica. Veo muy complicado que se origine en los satélites de manera fiable: una mínima variación en el estado de la ionosfera la alteraría y ya no se produciría el efecto buscado. Y las propiedades radioeléctricas de la ionosfera varían continuamente.
—Bueno, es difícil pero no imposible, ¿no?
—Está muy cerca de lo imposible. Lo he estado analizando y no encuentro de qué manera se podría hacer.
—Nosotros también pensaremos en ello. Acabar de entenderlo es ahora lo más importante.
—Sí, supongo que sí. También me gustaría entender el funcionamiento del circuito interno. Me desconcierta que se produzca ese efecto ultrasónico, no entiendo el proceso físico en que se basa. Pero, bueno, ya conocemos los parámetros de entrada y la salida, y eso es lo fundamental.
—Papá, ¿cómo pueden volar, los pájaros?
—Tienen alas. Las tienen para volar.
—Sí, eso ya lo sé. Pero de todas formas no lo entiendo. Yo creo que no podría volar aunque tuviera alas. Y me gustaría. ¡Cómo me gustaría ser un pájaro! ¡Qué suerte tienen, verlo todo desde allá arriba! Y si quieren ir a otro sitio, dan un saltito, estiran las alas, las mueven muy deprisa, y enseguida llegan. Volando se llega a todas partes. ¿Por qué no soy un pájaro?
—Bueno, en cierta forma lo eres. Puedes volar con la imaginación. Con ella puedes ir a todas partes. Es casi lo mismo.
—No, no es lo mismo. Yo no me imagino ser un pájaro. Y tampoco entiendo cómo pueden aprender a volar. A mí me costó aprender a ir en bicicleta, me caí muchas veces, y una vez me hice mucho daño, ¿te acuerdas? Pero ellos se tienen que tirar desde el nido, y no lo han hecho nunca, y no puede ir su papá o su mamá sujetándolos. ¿Cómo saben lo que tienen que hacer? ¿Cómo saben que lo harán bien? Yo ya sabía lo que tenía que hacer para ir en bicicleta. Tú me lo habías explicado y veía lo que hacían los otros. ¡Pero me caía! ¡Y ellos tienen que hacerlo bien a la primera, no pueden fallar!
—Es su naturaleza. Ellos están hechos para volar. Nosotros no estamos hechos para ir en bicicleta. Hemos aprendido a construir bicicletas y a montarnos en ellas sin caer, pero no forman parte de nuestra naturaleza.
—¡Bah, eso es una tontería!
Semperviva hablaba sin mirar a su padre. No podía apartar la mirada de los pájaros que volaban entre los árboles, agrupándose y separándose, posándose un momento en la punta de una rama y lanzándose otra vez al vuelo, al juego. Su padre, en cambio, tenía la mirada perdida. Como tantas veces, parecía mirar sin ver. Pero ahora la miró con sorpresa.
—¿Por qué?
—Si los pájaros están hechos para volar, nosotros estamos hechos para caminar, y los bebés también se caen cuando aprenden a caminar. Lo he visto muchas veces aquí, en el parque. Van de la mano de su mamá o su papá y parece que se creen que lo hacen muy bien, y entonces los sueltan y ¡paf!, se van al suelo. Como son tan pequeños, y como van a ras de tierra y no por el aire, y como van tan despacito, caen y no se hacen nada. Pero si fueran pájaros y se tirasen desde el nido… no quiero pensarlo.
—Semper, piensas demasiado las cosas. No sé por qué te gusta tanto pensar en todos los detalles concretos, buscar la explicación de todo, incluso de lo más insignificante. Es mejor tener una mirada más global, más… universal, buscar lo que nos hace ser uno a todos.
—¿Por qué es mejor, eso?
—Porque todo es uno, todos somos uno. Si miras desde esa perspectiva, estás viendo las cosas como son. Si te quedas en los detalles, te pierdes, te desvías de lo esencial.
—¿Cómo sabes que todo es uno, si no sabes cómo es cada cosa? Yo ya lo veo, eso que dices, que todo es uno. Todos formamos parte de lo mismo, todos nos relacionamos con todo, aunque solo sea mirando. Y por eso me parece que si entiendo mejor cómo es cada cosa, entiendo mejor cómo es todo. Lo que quiero entender es cómo puede ser que todo sea lo mismo y cada cosa sea diferente. Al mismo tiempo.
—Quieres entender… ese es tu problema. Entender no es lo importante.
Ella seguía mirando los pájaros. Sonrió.
—Bueno, puede ser que, con el tiempo, cuando me haga mayor, vea que entender no es lo importante y todo estará bien, entonces —miró a su padre y ensanchó la sonrisa—. ¡Pero tengo que llegar a entenderlo!
De entrada, la reacción de las autoridades al vídeo que demostraba el fraude con respecto al telescopio Cherenkov fue ignorarlo. Cuando su difusión empezaba a ser importante y se detectaba una cierta duda en la opinión pública, el portavoz del Comité Científico Asesor del gobierno respondió en una rueda de prensa a una pregunta que sin duda había estado previamente pactada:
—He visto ese vídeo y puedo afirmar con toda certeza que es falso. Y una falsificación bastante burda, además. Perdone que no diga más, pero no podemos perder el tiempo con cada una de las múltiples teorías de la conspiración que van apareciendo. Haríamos el juego a sus creadores.
La declaración enfrió el debate. Un portavoz autorizado había establecido que el vídeo era falso, y en consecuencia utilizarlo como argumento para atacar la versión oficial podía considerarse una contravención de las medidas extraordinarias vigentes a consecuencia del estado de alerta. Dea y sus demonios habían esperado que la grabación pusiera nerviosas a las autoridades, pero el éxito de la estrategia que estas siguieron para contrarrestarla empezó a ponerles nerviosos a ellos.
—Sería diferente si algún científico prestigioso hablara claro —dijo Dea a Semperviva tras comentar la situación—. Tendríais que hacerlo.
—Lo veo difícil. La mayor parte de los científicos trabajamos en instituciones que, directa o indirectamente, dependen de fondos públicos. Y en mi caso, trabajando en el Consorcio… iría directamente a la cárcel. Es más útil que pueda seguir investigando.
Los de Pandemónium también estaban atacando desde otro frente: difundían a través de todas sus ramificaciones y tentáculos una campaña que abogaba por el cese del estado de alerta, puesto que había estado motivado por un suceso puntual que no se había repetido y que nada hacía pensar que fuera a repetirse a corto plazo. No podía tolerarse que se alargara indefinidamente la restricción de derechos fundamentales. Pero empezaron a circular rumores de una nueva convocatoria de diálogo con las estrellas.
—¡Son ellos! —le dijo Dea a Semperviva—. ¡Nadie ha convocado nada! Alguien hace creer que hay una nueva convocatoria, pero no es cierto. ¿A quién le interesa que la haya, en estos momentos? A ellos. Así tienen una excusa para seguir restringiendo la información. Y así nos acostumbramos a vivir de esta manera, y luego reformarán la ley para que esas restricciones se conviertan en permanentes.
—Quizá ya ha llegado el momento de hacer público todo lo que sabemos —reflexionó Semperviva.
—No —respondió Dea—. Todavía sabemos demasiado poco, y todavía no tenemos suficientes pruebas. La intervención de los satélites no podemos demostrarla. Y el trucaje de los DCT… seguro que se inventan alguna historia y acaban aprovechándolo en su favor. Ya has visto la capacidad que tienen para contrarrestar cualquier información que no les gusta.
Los días del regreso a la física han quedado en su memoria como una borrachera perpetua, como una alucinación psicodélica que no acababa nunca. Aquellos meses fueron de una dedicación al estudio tan furiosa y apasionada que su profesor de física casi llegó a arrepentirse de haber conseguido devolverle el interés. No podía negarse a sí misma que aquel interés había estallado como consecuencia de la idea del entrelazamiento cuántico y de la posibilidad que abría de encontrar un fundamento científico a las ideas de su padre, pero al mismo tiempo pensaba que las ideas de su padre eran fantásticas y que el único interés que la movía a ella era el conocimiento objetivo, contrastado experimentalmente, y esa era justamente la actitud opuesta. Los dos términos de la oposición coexistían en ella: al mismo tiempo quería centrarse solo en la ciencia objetiva y quería creer en la posibilidad de entrelazarse con su padre. Al llegar a ser consciente de ello se le ocurrió que se encontraba en una superposición de estados, a la vez crédula y escéptica, a la vez empírica y mística, como, según la mecánica cuántica, se encuentra el electrón hasta que es observado. Y, sin embargo, a pesar de ese desbarajuste de contradicciones internas, cuando se enfrentaba a las fórmulas y los cálculos, no existía nada más, solo ella aprendiendo, entendiendo, profundizando en la ciencia. Justamente como el fotón disparado contra una superficie fotosensible, que avanza dispersándose en el ámbito sinuoso de una onda pero se presenta al final como una partícula concreta y delimitada y deja una constancia puntual de ello. Dispersa como una onda y, a la vez, centrada como una partícula: la física cuántica describía perfectamente su estado y, a la vez, su estado demostraba empíricamente la validez de la física cuántica. La superposición, la indeterminación, el entrelazamiento, eran tan difíciles de entender cuando se trataba de partículas físicas como evidentes cuando pensaba en sí misma. En aquellos primeros momentos en que estrenaba una nueva vida y estrenaba a la Semperviva que la vivía, creía percibir que entender la física cuántica era entenderse a ella misma.
Sin embargo, y a diferencia de lo que sucede a los extraños seres que pueblan el submundo cuántico, su incorporación definitiva a la normalidad no se produjo como consecuencia de un colapso repentino. Lo que hubo fue más bien un lento proceso de decoherencia provocado por su interacción con un nuevo entorno, el universitario. Allí nadie la conocía y ella no conocía a nadie. Ella era una estudiante más de física, y aquello era un lugar al que se iba para estudiar física. Rodeada de personas como ella, poco a poco fue dejándose atrapar por la plácida sensación de ser una más.
—Hola, Sapere. ¿Cómo estás?
Al final se había decidido, pero todavía no estaba muy segura de que fuera una buena idea.
—¡Semper! ¡Qué sorpresa! Estoy muy bien, y muy contento de que conectemos por TA. ¿Por fin te has acostumbrado a usarla? Debe ser verdad eso que dicen, que te estás dedicando a investigarla. Bueno, ¿cómo estás, tú?
—Bien, pero preocupada por todo lo que está pasando. No estaba segura de que ahora mismo llevarías puestos los DCT.
—Estuve un par de días sin llevarlos. Participé en el último diálogo y lo pasé muy mal. No solo por el dolor, que fue… horrible. También quedé muy confuso. No podía entender lo que estaba sucediendo. Y sigo sin entenderlo. Pero no puedo prescindir de ellos. Ya estoy privado de la vista, que es el sentido más importante. Tengo que aprovechar todos los otros medios de relacionarme con el mundo.
—Claro. ¿No te da miedo que vuelvan a atacar?
—Bueno, el ataque solo me provocó un dolor momentáneo. Si se repite, no tengo más que quitarme los DCT. Y, además, se produjo durante una comunicación masiva. No hay motivos para suponer que se vaya a repetir si no es en esa misma situación.
—¿Lo dices por la teoría de efecto túnel telepático?
—¡No! Esa teoría no es nada más que un nombre. Alguien se lo ha inventado, suena bien y la gente se lo cree. ¿Tú la conoces?
—No, pienso lo mismo que tú sobre ella. Pero las autoridades parece que le dan credibilidad.
—Supongo que es porque no tienen ninguna otra explicación y no les gusta que la gente vea que no saben lo que pasó. Cosas de la política.
—Y tú, ¿qué opinas?
—No sé, sigo confuso. Para empezar, no sabemos cómo funciona la TA. Mucho menos lo que sucede durante los diálogos con las estrellas. Sobre esa base de desconocimiento, ¿cómo voy a entender lo que pasó la última vez? Quizá tú, si de verdad la estás estudiando, sepas algo más.
—Bueno, ya sabes que trabajo en el Consorcio y no puedo hablar de mis investigaciones allí. Y mucho menos en esta situación de estado de alerta.
—Lo sé, no tienes que darme explicaciones. Te envidio. No por trabajar en el Consorcio, desde luego que no, sino porque, gracias a que trabajas allí y gracias a que tal vez estés estudiando la TA, tal vez sepas algo sobre ella, sobre los diálogos y sobre lo que pasó en realidad.
—No te puedo hablar sobre lo que sé, pero modera mucho tus expectativas si no quieres quedarte frustrado cuando te lo pueda explicar. Sí que te quiero hablar de lo que sé que no está pasado. ¿Has visto el vídeo del telescopio Cherenkov? Quiero decir…
—Lo he visto, sí, como veo yo las cosas, a través de los ojos de otro. Y estoy dispuesto a aceptar que es auténtico, porque estaba al corriente del ritmo al que iba su construcción y me parece altamente improbable que sea ya funcional.
—¿Y no te sientes molesto, con esa falsificación de datos y explicaciones científicas?
—Mucho. Es como volver a la superstición tribal. En cierto sentido, me duele más eso que lo que me sucedió durante el diálogo. Aquello fue agudo, pero puntual. Esto, no sé cuánto durará y no sé cuánto nos hará retroceder.
—Alguien tiene que hablar claro. Yo estoy atada al Consorcio, pero… tú tienes mucho prestigio.
—Porque me asocian contigo.
—No, por ti mismo. Eres un modelo de rigor y honestidad. Cuando aparece una nueva publicación tuya, todo el mundo sabe que tienes algo que decir y que es algo que vale la pena. Si hablas ahora todos te escucharán, y quizá otros se animarán a hablar también. Y si la voz de la ciencia se oye alta y clara, acabará esta situación esperpéntica que solo favorece a intereses inconfesables y se restablecerá la racionalidad.
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