Un compendio de mis deambulaciones literarias y filosóficas, y otros yerros.
 
15. La decisión

15. La decisión

5
(1)

—¿Por qué lucháis?

—¿Por qué? Sería más bien contra qué. Contra el poder, supongo.

Volvieron por separado al apartamento de Luxmundi, pero en ningún momento dejaron de conversar telepáticamente.

—¿Contra el poder? ¿En general?

—Sí.

—Pues yo creo que alguna forma de poder es necesaria. Puede que a veces se propase, puede sea injusto, pero entonces habría que luchar contra esas actuaciones incorrectas. Estaría justificado luchar por cambiarlo, pero no me parece que suprimirlo sea una buena cosa. Y existen posibilidades, existen formas de luchar para conseguir eso, para cambiar el poder, para corregir las injusticias. Al menos en la sociedad en que vivimos. No hace falta utilizar medios ilegales o clandestinos. Querer cambiar el poder, eso lo entiendo. Querer suprimirlo, eso ya no.

—Bueno, mira, no sé, no me interesa demasiado la política. En alguna época me interesó más; ahora, ya no. Yo sólo lucho por la TA.

—¿Por la TA?

—Sí, por la TA. El poder está en contra de la TA y por eso lucho contra el poder.

—¿Por qué dices eso, que el poder está en contra de la TA?

—Les molesta y la quieren controlar. ¿Tú crees que en el Consorcio te contrataron por… amor al conocimiento? ¿Crees que te pagan, a ti, a mí, a los demás, y que pagan todo ese material con el que trabajáis, por amor al conocimiento?

—¿Por qué crees que nos pagan?

—Quieren conocer mejor la TA para controlarla.

Eso no podía negarlo. Desde el primer día, desde la primera entrevista con el director, la idea sobrevolaba el horizonte de su mente como si estuviera impresa en la banda publicitaria arrastrada por una avioneta que iba y venía siguiendo el perfil de la playa. Hasta cierto punto, el director y ella querían lo mismo: conocer el fundamento físico de la TA. Hasta cierto punto. Más allá de ese punto, sabía que las motivaciones eran diferentes. Pero ella no había querido mirar más allá de ese punto. Si hubiera mirado, no le hubieran gustado las auténticas motivaciones del director, pero seguramente tampoco le habrían gustado sus propias motivaciones auténticas. Porque seguramente la principal motivación del director no era científica, pero la suya tampoco.

—Tú crees que el poder lo quiere controlar todo y que la TA no les gusta porque es algo que no pueden controlar…

—Claro.

—Vale, te entiendo. ¿Y te parece que la TA es algo tan importante que para defenderla vale la pena arriesgarte de la manera en que lo haces?

—Mira, tú dices que el poder es necesario. Conozco un montón de argumentos para defender eso, y muchos son buenos argumentos. Aunque al final todos ellos, o los buenos, por lo menos, van a parar a lo mismo: el funcionamiento de la sociedad necesita una organización, y la organización solo puede mantenerse si hay un poder que la controle. Y, bueno, no sé, eso funciona, está claro que sí. Pero creo que no es lo único que puede funcionar. Y creo que no es lo mejor.

—¿Qué sería lo mejor?

—Una organización sin un poder que la controle.

—Eso se llama anarquismo y ya está inventado.

—Anarquismo… esa es una palabra vieja desde que existe la TA. La política es vieja desde que existe la TA.

—¿La política es vieja? Vieja o nueva, la política es inevitable.

—A veces me da la impresión de que estoy más próximo a tu padre que a ti. —Semperviva percibió una vacilación; esperó un momento para ver si Luxmundi continuaba—. Hay dos formas de organizarse, la vertical, jerárquica, y la horizontal, igualitaria. Siempre se impone la vertical, porque hay mucha gente a la que le gusta estar arriba, y nos quieren convencer de que es la única que funciona. Pero esas son dos formas de organizar personas, individuos. Los individuos somos unidades aisladas. Cada uno es su propio mundo, podríamos decir, y para organizarse hace falta crear conexiones externas entre unos y otros. Ahí es donde entra el poder y nos controla y nos maneja. Pero si los individuos dejásemos de estar tan aislados, si dejásemos de ser cada uno nuestro propio mundo y pudiéramos compartirlo, y quisiéramos compartirlo, ya no harían falta esas conexiones externas. Tal vez haría falta otra forma de organizarse, no sé, no puedo ver tan lejos, pero sería una forma totalmente distinta.

—Creo que veo por dónde vas. La TA nos une.

—Sí, y el poder nos quiere mantener separados. Porque si nos unimos nosotros mismos, internamente, directamente, el poder ya no hace falta.

¿Y si ver fuera un obstáculo para entender? Sabemos que la vista nos proporciona como mucho una imagen borrosa de la realidad, pero seguimos confiando plenamente en ella. Ciegamente. Y es una ceguera incomprensible, porque sabemos que esa cualidad borrosa no es un simple defecto o una falta de precisión, sino que es constitutiva, esencial. Sabemos que en realidad lo que vemos es la luz, solo la luz, sabemos que la visión es una reacción neurológica a la luz que incide en nuestros ojos, pero lo que creemos ver no es la luz sino las cosas iluminadas. Sabemos que la luz está formada por pequeños impulsos energéticos, los fotones, pero no vemos los fotones que se estrellan en nuestra retina. Si fuéramos capaces de verlos no veríamos las cosas, y sabemos perfectamente que nuestros ojos solo son capaces de captar los fotones. Sabemos que las cosas materiales están formadas por átomos y sabemos que en ellos la materia, el núcleo y los electrones, ocupa una parte ínfima de su volumen, pero no vemos los átomos ni los núcleos ni los electrones. Si los viéramos, no veríamos las cosas que creemos que forman, porque esas cosas son compactas y están llenas. Si pudiéramos ver lo que sabemos que hay, no veríamos lo que creemos que hay, porque la visión es el resultado de un truco de magia, y si vemos cómo se ejecuta un truco, desaparece el resultado: desaparece la magia.

La idea no era nueva para ella. Se le había ocurrido más de una vez al reflexionar sobre la extraordinaria visión de Sapereaude, que era ciego de nacimiento. El modelo de interaccionismo cuántico no habría sido posible sin él. Ella había concebido una estructura nueva y había empezado a montarla, construyendo primero las piezas una a una, ayudada por Hicetnunc. Había conseguido ponerla en pie y vio que se mantenía, que parecía estable y consistente, y la revisaba una y otra vez y se aseguraba y volvía a asegurarse de que todas las piezas encajaban correctamente y quedaban firmemente trabadas. Pero era una estructura vacía, un esqueleto inútil, y eso es lo que seguiría siendo, eso y nada más que eso, si no hubiera sido porque la mirada ciega de Sapereaude supo encontrar la perspectiva adecuada y, al perder de vista los detalles, hizo que emergiera una realidad nueva y comprensible.

Ahora ella miraba hacia fuera intentando ver claro, pero Luxmundi miraba hacia dentro y quizá veía más claro que ella. «En la TA, uno busca al otro dentro de sí mismo», decía.

Cuando llegaron, ella intentó dormir durante el poco tiempo que quedaba hasta que tuviera que ir a trabajar, pero cada vez que lo conseguía, una pregunta la sobresaltaba y la hacía despertarse. A veces era su padre: «¿No crees que valdría la pena dejar todo lo demás y dedicarte solo a eso?». A veces era el director del Consorcio: «¿Acepta que pongamos a su disposición todos los recursos que necesite para ganar dos Nobel a la vez?». A veces era Dea: «¿De qué lado estás?».

El trayecto hasta el laboratorio fue silencioso y un poco sombrío. Comenzaba el otoño. La noche se alargaba, la ciudad tenía un aspecto crepuscular. A su lado, Luxmundi mantenía los ojos cerrados; quizá dormitaba, quizá reflexionaba. Ninguno de los dos intentó comunicar con el otro. Tal vez les afectaba la falta de sueño, tal vez les afectaba de manera diferente. A él, le concentraba en sí mismo. A ella, la hacía sentir que conducía entre sombras. Que seguía conduciendo entre sombras.

Las sombras se alargaban sobre ella desde hacía mucho. Acaso el impulso que la movía hacia delante era el intento de evitar que las sombras llegaran a alcanzarla. Aquella noche en la terraza en que se entretuvo mirando las andanzas del gato negro recién llegado y no se enteró de que la mano de su padre se iba quedando fría, era una de las últimas del verano. La tristeza infinita de los días que siguieron se enmarcaba en un escenario de alargamiento continuo de las sombras. La última vez que la llevaron a aquel ático para revisar si aún quedaba alguna cosa que valiera la pena llevarse, caía la tarde y las habitaciones se iban oscureciendo. Salió a la terraza. La sombra del tejado se alargaba hasta el borde; en el cielo turbio no brillaba ninguna estrella. Aquel ya no era el mismo lugar. Estaba ya vacío de objetos y de vida. Ya no era su pequeño mundo. Y no tenía otro. Lloró en silencio. Debió ser la última vez que lloró.

Al llegar al laboratorio, se encerró en su despacho. A través de los paneles acristalados advertía alguna mirada furtiva hacia ella. Pensó que en aquellos momentos difíciles todos se habían vuelto capaces de advertir que las sombras se alargaban sobre el mundo y esperaban que ella les mostrara de nuevo la luz. Ella la buscaba.

Tenía que tomar decisiones. Cuando acabó de hacerlo, sonrió diciéndose que el demonio de Laplace la aligeraba del peso insoportable de la trascendencia: lo que fuera a pasar sería lo que por fuerza tenía que pasar. El demonio de Laplace no sentiría la menor emoción al conocer el futuro inminente, porque lo vería como lo que era: una secuencia inevitable de encadenamientos necesarios de causas y efectos. Y ella aún tenía menos motivos para emocionarse, puesto que podía situarse en una perspectiva más amplia y, desde allí, era capaz de ver la frialdad con la que el demonio de Laplace calculaba el devenir.

Había decidido, pero cuando iba a llamar a Bonafide para empezar a poner en marcha las acciones que se derivaban de esa decisión, se le cruzó una sombra de duda. No era por ella, era por las personas a las que tal vez llegara a afectar su decisión y que no podían tener la oportunidad de decir si estaban o no de acuerdo. Llamó a Dea. Tampoco debía haber dormido mucho, pero no dudó de que respondería inmediatamente.

—Me preguntaste de parte de quién estoy. Tengo la primera mitad de la respuesta: no estoy contra vosotros. No os delataré ni os obstaculizaré de ninguna manera.

—Vale.

—Para la segunda mitad de la respuesta, necesito que me convenzas de dos cosas: que en las actividades a las que os dedicáis, que ya sé que no me querrás explicar, no hacéis nada que yo pueda considerar claramente… inmoral, como sería perjudicar sin motivo a un inocente, y que esas actividades, que sé que son ilegales, reúnen las suficientes garantías de seguridad, es decir, que el riesgo de ayudaros es asumible.

—Bueno, que te convenzas o no depende de ti. Yo te explico lo mío y tú verás lo que haces. Para empezar: ¿tú crees que la riqueza del mundo está repartida de manera justa?

—No, obviamente. —No esperaba esa pregunta como respuesta a la suya.

—Y tal como funciona el sistema económico, ¿te parece que el flujo dominante va de los que tienen más a los que tienen menos, o al revés?

—Creo que va más bien al revés.

—Vale. Y, en principio, ¿ves algo malo en que alguien intente revertir el sentido en que circula ese flujo, en la medida de sus posibilidades?

—En principio, no. Me parece bien.

—Pero entenderás que, tal como has admitido que funciona el sistema económico, eso es ir a contracorriente, y, por tanto, es muy probable que también sea necesario ir en contra de la legalidad en que se basa ese sistema.

—Bueno, puede que sí, pero eso no justifica robar lo que no es tuyo. Supongo que todos los ladrones tendrán alguna justificación para robar, pero, por muy razonables que sean, no podemos aceptar que el robo es algo normal y que no debe perseguirse.

—Nos dedicamos principalmente a obtener dinero de bancos y grandes corporaciones. A robárselo. Hacia ellos se dirige ese flujo injusto que va de los que menos tienen a los que más tienen. Para revertirlo, hace falta quitarles algo de lo que les llega y hacerlo circular en sentido contrario. No hay otra manera.

—Ya…

Esta vez fue Semperviva la que quedó en silencio. Las aventuras de Robin Hood eran una bonita historia, pero siempre las había visto como una ficción y nunca las había analizado desde el punto de vista moral. Y tampoco se veía capaz de hacerlo ahora, acosada por las urgencias. Se dijo que tal vez pudiera mirar hacia otro lado. Ella no iba a participar en esas actividades, solo colaboraría con unas personas que se dedicaban a ellas, pero su colaboración tendría un fin… bueno. No le pareció una actitud honesta. Sin duda era una actitud hipócrita, pero pensó que todos toleramos esa dosis de hipocresía. ¿Había exigido la misma rectitud al director del Consorcio antes de decidirse a trabajar allí? Si lo hubiera hecho y el director hubiera sido tan honesto como Dea, ¿hubiera podido aceptar su oferta?

—Parece que valoras si algún inocente sale perjudicado con nuestras actividades. Procuramos que no sea así, aunque no puedo garantizarte que algún responsable de seguridad no sea despedido o que la pérdida de beneficios de una empresa como consecuencia de un hackeo no provoque despidos. ¿Quién puede asegurar que no acabará perjudicando a algún inocente como consecuencia de una acción bienintencionada?

Ella no podía asegurarlo. La imagen de Hicetnunc indignado no se lo habría permitido.

—Pero supongo que obtendréis grandes sumas de dinero. ¿No usáis una parte en vuestro propio beneficio?

—Eso también es relativo. Todos vivimos de esto, pero no tenemos casas con piscina. Que yo sepa. —Tocada. Su contrato con el Consorcio incluía una magnífica casa con piscina—. Mantenemos la estructura que necesitamos, que incluye varias empresas-pantalla que a veces producen beneficios y a veces pérdidas. La mayor parte de lo que obtenemos la destinamos a financiar organizaciones que ayudan a los desfavorecidos o que defienden causas que consideramos justas, relacionadas con la libertad, la justicia, la igualdad de derechos, el medioambiente… Supongo que considerarás que son buenas acciones. Además de eso, también intentamos hacer daño al sistema. Por ejemplo, obtenemos información secreta y filtramos documentos que demuestran las ilegalidades que comete el poder, porque ellos también cometen ilegalidades, a pesar de que en el fondo son los mismos que hacen las leyes. Y apoyamos campañas, y a veces las promovemos, para luchar contra todo tipo de abusos. Y esa es la razón por la que tú y yo estamos hablando de esto, porque nos podrías ser muy útil en la lucha en la que estamos ahora mismo.

—De acuerdo. Pasemos al asunto de la seguridad.

—Bueno, sobre eso podría darte muchas explicaciones técnicas, y te las daré, si quieres, pero creo que no son imprescindibles para que te sientas tranquila. Obtenemos más de mil millones al año con nuestras actividades. Quienes han visto desaparecer ese dinero, no han conseguido averiguar quién se lo ha llevado. ¿Te parece bastante garantía?

—Es… sí, es una prueba contundente.

—Para satisfacer tu curiosidad, te resumo nuestra manera de operar. Todos trabajamos en empresas legales, la mayoría en la empresa informática que ocupa el edificio en el que se ubica el sótano donde estuviste, que es nuestro centro principal de operaciones. Ese sótano no está conectado de ninguna manera con el resto del edificio, y en él no utilizamos ninguna comunicación inalámbrica, todo está cableado. Tampoco está conectado directamente a internet, sino que la conexión es a través de cables de fibra óptica instalados por nosotros mismos que van a parar a empresas cercanas que controlamos y que son proveedoras de servicios informáticos. A partir de ahí, lo normal, redireccionamientos y enmascaramientos de IP para impedir que nos puedan rastrear.

Ella sintió otra vez la mano de Carpediem que tomaba la suya en aquel autocar escolar. Desde entonces había aprendido mucho, física, más que nada, pero también había aprendido bastante sobre la vida, y todo lo que había aprendido sobre cómo vivir la había llevado a una conclusión firme: asomarse y mirar, solo asomarse y mirar, no era posible. Toda decisión era irreversible, como sabía muy bien el demonio de Laplace. Nunca más pretendería que se trataba solo de asomarse y mirar, nunca más aceptaría que otro Carpediem la tomara de la mano diciéndose que solo aceptaba para ver si le gustaba el lugar al que la llevaba.

Una vez se enfadó con su padre. Era el primer día de playa del verano y ella estaba muy contenta, incondicionalmente contenta, como únicamente puede estarlo una niña el primer día de playa del verano. Correteó a un lado y a otro, chapoteó en la orilla, saltó sobre las olas que morían en la arena, jugó un rato con su padre en el agua. Luego él se tumbó y ella se puso a levantar un castillo. Empezó haciendo unos muros pequeños, pero enseguida pensó que podía hacerlos mucho mayores y levantar torres mucho más altas. Había pasado casi un año desde la última vez que construyó uno, y en ese tiempo había crecido y había adquirido más destreza manual. Estuvo entretenida mucho rato y construyó un castillo que le parecía enorme, con torres con almenas, y rampas, y puerta, y un foso alrededor. Y cuando más satisfecha estaba, llegó una ola y lamió una esquina del muro. Empezó a preocuparse. Llegó otra y provocó un pequeño derrumbe. Ella corrió a recomponerlo. Luego llegó otra, y ella se puso a reforzar todos los muros. Pero mientras reforzaba un lado, las olas se llevaban un trozo del otro lado, y mientras lo recomponía, veía hundirse lo que acababa de reforzar. Subía la marea y las olas iban avanzando poco a poco. Pronto sobrepasaron el muro frontal y empezaron a deshacer los otros. Ella entendió que no podía hacerles frente y se fue a buscar a su padre.

—¡Mira, lo están deshaciendo, no puedo hacer nada! ¡Y era enorme!

Su padre se incorporó, miró hacia el castillo, y sonrió.

—Así es la vida, Semper. Levantamos grandes construcciones creyendo que van a durar para siempre y luego llegan las olas del tiempo y las convierten en ruinas. Nos aferramos a cosas, a personas, a convicciones, decimos «¡Nunca más!», y lo que era firme se disuelve, y lo que no podía volver a suceder, retorna. Levantamos castillos, las olas se los llevan, volvemos a levantarlos y se los vuelven a llevar. Así es la vida.

—¡Era enorme! ¡No entiendes nada! ¡Me ha costado mucho hacerlo, y ahora mira! ¡No te rías! ¿De qué te ríes?

—Estoy de vuestro lado.

¿Cuánto te ha interesado este contenido?

¡Haz clic en una estrella para puntuarlo!

Promedio de puntuación 5 / 5. Recuento de votos: 1

Hasta ahora, ¡no hay votos!. Sé el primero en puntuar este contenido.

Ya que has encontrado interesante este contenido...

¡Sígueme en los medios sociales!

¡Siento que este contenido no te haya resultado interesante!

¡Déjame mejorar este contenido!

Dime, ¿cómo puedo mejorar este contenido?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *