—Antes de empezar, una pregunta: ¿Algún miembro del personal de sus departamentos respectivos ha sido víctima del ataque?
—Algunos hemos sufrido molestias, esa especie de cefalea, con mayor o menor intensidad —respondió Sinequanon, tras unos instantes de vacilación por parte de los tres directores de proyectos de investigación que habían sido convocados—. Pero no parece que haya tenido ninguna otra consecuencia.
Hicetnunc y Semperviva expusieron una situación similar.
—Bien —zanjó conciso el director—. Hay mucho que hacer, no les entretendremos. Les hemos requerido a ustedes, los investigadores directamente relacionados con la TA, para informar y ser informados por este gabinete de crisis sobre el ataque. Ha sido global y devastador. Parece haber afectado no solo a quienes tomaban parte en esa convocatoria clandestina de diálogo con las estrellas, sino a todos los que en aquel momento estaban utilizando la TA. Sin duda los atacantes esperaban afectar a la gran mayoría de la humanidad.
—¿Ha habido víctimas mortales? —preguntó Sinequanon—. Me han llegado informaciones contradictorias.
—Las ha habido. Todavía no sabemos si han sido víctimas directas, pero sí las ha habido indirectas. Principalmente, accidentes de tráfico provocados por conductores que han sufrido el ataque. También sabemos de incidentes aéreos.
—Terrible —comentó Sinequanon.
—Dejaremos de lado el otro flanco de la ofensiva, el corte de comunicaciones: no es su área de trabajo. Afortunadamente, fue breve y tuvo una afectación irregular, pero el caos aún no está totalmente resuelto. Centrándonos en la agresión física que han sufrido quienes estaban utilizando la TA: ¿Alguno de ustedes puede aportar alguna información sobre qué ha pasado, alguna sospecha de cómo pueden haberlo hecho? ¿Y de quiénes pueden haber sido? Empecemos por las consecuencias directas del ataque. Sinequanon, ¿ha podido averiguar algo sobre lo que les ha sucedido a las víctimas?
—Todo es muy preliminar, pero basándome en los datos que hemos obtenido directamente, las consecuencias neuronales del ataque parecen haberse vehiculado a través del oído: un malestar agudo e intenso en el interior del cráneo que algunos afectados relacionan con un sonido insoportable, y una sensación de vértigo que puede haber sido causada por una afectación del laberinto vestibular del oído interno. Fenómenos muy agudos y muy dolorosos, pero afortunadamente los síntomas han desaparecido por completo al poco tiempo. Y, con las precauciones que todos pueden entender, añadiré que no parecen haber dejado secuelas.
—Bien, eso son buenas noticias. Y en cuanto al mecanismo… físico-neurológico del ataque, en cuanto a la… forma de interacción con la TA, ¿alguna idea?
—No. Es cierto que hasta ahora hemos centrado la mayor parte del esfuerzo en analizar las consecuencias, pero he de decir que, por desgracia, en cuanto a las causas estamos muy desorientados. No sé cómo puede afectarse de esa manera una determinada forma de actividad cerebral y provocar esas consecuencias.
—Manténganos puntualmente informados, no hace falta que se lo diga. Y usted, Semperviva, ¿tiene alguna sospecha sobre qué tipo de mecanismos físicos pueden haberse utilizado para interferir con la TA?
—Tenemos una pista. Desde que empezamos a investigar la TA, hemos estado monitorizando exhaustivamente todas las variables que pensamos que podrían ser relevantes en una comunicación de ese tipo, y en esta ocasión hemos encontrado algo distinto, una señal producida por los DCT. Bueno, por el DCT concreto que estábamos monitorizando. Por fin un efecto físico. No sabemos dónde nos llevará, pero lo estamos analizando a fondo.
—Manténganos informados, doctora.
Semperviva entendió que el director daba por finalizado el diálogo con ella al ver que ya dirigía la mirada hacia Hicetnunc con la intención de pedirle su informe, y volvió a hablar.
—Lo seguiré haciendo, y también le seguiré insistiendo en que nos dé acceso a toda la información. Ya ve que podemos aportar algo. Hubiera sido absurdo ignorar la convocatoria, tal como usted me pidió. Si lo hubiera hecho, ahora no tendríamos nada.
El director frunció brevemente los labios, en un gesto de contrariedad. Luego la miró fijamente, como estudiándola.
—Doctora… Lamento que tenga tan poca confianza en esta institución, y en mí, como su director. Tenemos equipos especializados cubriendo todos los flancos de este asunto. Si hubiera seguido mis instrucciones, al final del día usted hubiera dispuesto de toda la información, incluyendo, con toda seguridad, esas señales producidas por los DCT. Por favor, céntrese en su trabajo: entender el fundamento físico de la TA. Utilice esos datos que considere relevantes, pero solo para ese fin: entender el fundamento físico de la TA —y reforzó la frase dando unas palmadas suaves sobre la mesa—. No se distraiga, no se aparte de su obligación. Y usted, doctor Hicetnunc, ¿qué puede aportar?
—Nuestros equipos han recolectado una gran cantidad de datos. Estamos analizándolos. Es un proceso muy complejo. En este momento, no puedo adelantar ninguna hipótesis.
—Manténganos informados, ya sabe. Una última cosa antes de dejarles volver a su trabajo. Me han ordenado que adopte las medidas necesarias para la aplicación en este centro del “Estado de alerta por amenaza exterior de origen desconocido”, una previsión legal a la que nunca había sido necesario recurrir. El gobierno ya tiene decidido promulgarlo; se hará público en cuanto se complete la tramitación que requiere la ley. En lo que afecta a ustedes, la alerta impone una restricción radical en la difusión de información sensible. Deben informar a este gabinete de crisis, constituido en comité permanente mientras dure la alerta, de cualquier dato relevante que encuentren en sus investigaciones; deben hacerlo inmediatamente y por los canales seguros que ya conocen, y queda absolutamente prohibido transmitir esa información a nadie más. Entiendan que ya no es una prohibición corporativa, sino de índole legal: quien la incumpla estará cometiendo un delito agravado contra la seguridad. Y otra cosa: la TA ha pasado a considerarse un canal inseguro, puesto que el ataque llegó a través de ella. No puede utilizarse para transmitir ninguna información que tenga que ver con su trabajo aquí. Y no debería utilizarse para nada en absoluto.
Las pesadillas del demonio en el desierto desaparecieron cuando la infancia empezó a quedar atrás, pero no desapareció por completo el recuerdo de aquel espanto, y en situaciones difíciles le revenía de forma vaga. Sin embargo, el demonio volvió a colarse en su imaginación un poco más tarde, aunque bajo un aspecto diferente. La figura del demonio de la religión ya no podía darle miedo: era solo una superstición con la que tuvo la desgracia de obsesionarse durante una época en la que su mente estaba aún madurando. Pero un día oyó hablar de un demonio completamente diferente: el demonio de Laplace. Nadie había pretendido nunca que fuera un ser real; en rigor, era una entelequia que el físico francés había imaginado a principios del siglo XIX para ayudar a visualizar su doctrina del determinismo mecanicista. Y no era un demonio, en realidad: él mismo nunca lo llamó así. Era solo un ser inteligente, pero provisto de una inteligencia tan poderosa que sería capaz de abarcar todo el mundo con su mente. Ese ser imaginario podría conocer y calcular con toda precisión cada uno de los acontecimientos futuros, gracias a su conocimiento exhaustivo de la situación actual de todas y cada una de las partículas que componen el universo y de todas y cada una de las leyes físicas que rigen sus interacciones. El conocimiento del futuro no presentaría para él más dificultad que la de efectuar los cálculos necesarios.
La imagen de un ser que pudiera conocer el futuro le resultaba inquietante, tanto más cuanto que no se trataba solo de una fantasía o superstición, sino de una hipótesis sólidamente basada en los principios de la ciencia: sin duda el demonio de Laplace no existía realmente, pero no había ninguna razón por la que no pudiera existir; su capacidad anticipatoria no solo no violaba ningún principio científico, sino que era una consecuencia lógica, incluso necesaria, de esos principios. Es más, podría decirse que era la materialización imaginaria del objetivo final de la ciencia: prever absolutamente todo.
Quizá le inquietaba aún más el hecho de que se le conociera como “demonio”, lo que parecía encerrar la idea de que ese conocimiento llevaba asociada cierta maldad, o tal vez que podría ser utilizado para el mal. Aunque, en rigor, la caracterización que mejor le ajustaba era más bien la de una especie de sabio distante y pasivo, algo así como un obseso calculador. Quizá también la referencia al demonio le hacía pensar en Dios, y la capacidad cognitiva de aquel ser imaginario la asociaba con la omnisciencia divina, que lleva aparejada la omnipotencia: una sabiduría sin límites, un poder sin límites.
Pero si la idea del demonio de Laplace empezó a provocarle un pánico parecido a las pesadillas infantiles del demonio en el desierto, fue porque un día cayó en la cuenta de que el de Laplace no solo tendría la capacidad de calcular con toda precisión el futuro, sino también el pasado: los mismos cálculos que, si se efectuaban incrementando la variable temporal, llevaban al conocimiento de lo que estaba por suceder, podrían efectuarse también decrementando esa variable, y entonces se sabría exactamente todo lo que había sucedido en el pasado, todos los anteriores estados de cosas que habían llevado hasta el actual. Que siempre pudiera saberse todo lo que había sucedido, todo lo que uno había hecho, dicho o incluso pensado: esa era la imagen del horror. Nada queda nunca olvidado, ningún desliz o equivocación. Los datos necesarios para recuperar todo lo malo y absurdo que uno pueda haber hecho durante su vida están ahí, y solo hace falta que alguien, un demonio, sea hipotéticamente capaz de efectuar los cálculos apropiados para llegar hasta cada uno de aquellos momentos inconfesables que deberían haber desaparecido para siempre.
Ese fue el demonio de su adolescencia, el demonio de Laplace, que le recordaba que nada pasa, que nada se olvida, que todo es para siempre. En los momentos en que llegaba a plantearse que la vida que llevaba no podía mantenerse indefinidamente, que no iba a ninguna parte, que se estaba destruyendo y que en algún momento tendría que detenerse y rectificar, la figura del demonio de Laplace se le aparecía como una sombra amenazadora para cerrarle el paso. «Abandonad toda esperanza, quienes aquí entráis», hizo inscribir Dante en la puerta del infierno. ¡Infeliz Dante, que se imaginaba que podía ver la puerta del infierno desde el exterior, que se imaginaba que el infierno tenía una puerta, que era un recinto delimitado, que existía algo fuera de ese recinto! La vida humana transcurre en el infierno, por lo menos desde que Laplace concibió su demonio: eso pensaba la Semperviva adolescente. Cambiar de vida era imposible. Podría hacer otras cosas, pero las que había hecho no desaparecerían nunca. Podría salir del pozo, podría volver a ser una niña buena, pero en realidad seguiría estando siempre en el pozo. Todo lo que podría hacer la niña buena sería dejar de pensar en el pozo, pero por desgracia esa niña buena ya no sería tan niña y sabría que las cosas no dejan de existir porque uno no piense en ellas. Y, por tanto, sabría que, si bien era cierto que podía intentar cambiar de rumbo de cara al futuro, que en t1 podría estar estudiando para el próximo examen, en t2 podría estar aprobándolo, en tm ingresando a la universidad, y en tn graduándose, también era cierto que en t-1 estaría por siempre escapándose de noche de casa de sus abuelos para entregarse a cualquiera que demostrara algún interés en ella, que en t-m estaría siempre siendo abandonada por Carpediem, que en t-n estaría siempre mirando los gatos del vecindario sin darse cuenta de que su padre se moría a su lado…
—Semper, tienes que ver esto —le dijo Bonafide en cuanto la vio entrar en el laboratorio—. Es de ahora mismo. Un informe preliminar del nuevo telescopio Cherenkov dice haber detectado rastros de una emisión de rayos gamma ultraenergéticos.
—¡Pero si ese telescopio todavía lo están construyendo!
—Parece que han podido hacer ya alguna prueba, y en el momento del… fenómeno, vieron una cascada atmosférica.
—Rayos gamma… Bueno, sería una explicación. Si tenían tanta energía, tal vez hayan conseguido llegar a la superficie sin ser totalmente absorbidos por la atmósfera. Aunque, después, nos faltaría entender por qué afectaron solo a quienes estaban utilizando la TA.
—Estamos averiguando si se ha detectado alguna fuente en el espacio, algún GRB.
—Sí, el origen de la radiación tendría que ser un GRB descomunal, pero, ¿en qué momento se habría producido? Porque, a no ser que estuviera muy próximo a nosotros, que no creo que sea el caso, debería haberse activado con antelación para llegar a tiempo. Con cuánta antelación, dependerá de la distancia a la que se halle. ¿Cómo podría haberse activado con la antelación precisa para llegar a la tierra justo en el momento del diálogo con las estrellas?
«Solo el demonio de Laplace podría haberlo calculado» —se dijo.
La noticia de la observación de la cascada atmosférica saltó inmediatamente a los medios de comunicación, que le dieron una gran importancia, y enseguida empezó a circular una teoría: el efecto túnel telepático. Los rayos gamma son la forma de radiación electromagnética de mayor frecuencia, y debido a su alta energía, son capaces de penetrar en la materia hasta el nivel atómico y provocar un efecto ionizante, es decir, liberar electrones. Por esta razón pueden dañar gravemente el tejido vivo. En el espacio, fenómenos de gran violencia, como la explosión de una supernova, producen una gran cantidad de radiación gamma, pero al aproximarse a la tierra esa radiación es absorbida por la atmósfera. Tales fuentes de radiación se llaman GRB (gamma ray bursts) y excepcionalmente, cuando la energía de las ondas generadas es extremadamente alta, producen las llamadas cascadas atmosféricas, formadas por partículas que viajan por la atmósfera a velocidades cercanas a la de la luz. Los telescopios de Cherenkov están diseñados para detectar esas cascadas. La teoría del efecto túnel telepático afirmaba que la transmisión TA masiva provocaba un fenómeno que permitía a los rayos gamma atravesar limpiamente la atmósfera hasta llegar a incidir en el cerebro de quienes la estaban utilizando. El fenómeno no podía ser espontáneo, puesto que las otras veces no había sucedido, sino que debían haberlo inducido los atacantes. Tal vez habían supuesto que en esta ocasión la participación sería tan masiva que conseguirían afectar a la práctica totalidad de los habitantes del planeta, como había supuesto el director.
Los intentos de obtener más datos concretos sobre la observación de la cascada atmosférica fueron infructuosos: enseguida se declaró el estado de alerta y todas las posibles vías de acceso quedaron bloqueadas.
El último verano feliz que pasó con su padre en aquel ático, bajo el techo sereno de las estrellas, su felicidad se vio ligeramente empañada por una invasión de hormigas. Fue sola cosa suya; a su padre las hormigas no lo perturbaron ni siquiera un poco. Al principio era solo que cualquier resto de comida que quedaba en la terraza aparecía al rato cubierto por una costra negra y temblorosa que se prolongaba hasta la pared más próxima en un reguero en movimiento, y una vez allí desaparecía misteriosamente. Después encontró alguno de esos regueros dentro de casa, camino de la cocina. Enseguida las invasoras aprendieron el camino, y la ruta se hizo permanente: en el suelo de la cocina siempre encontraban algo que les pudiera interesar. Más tarde se atrevieron a subir hasta la encimera, donde el botín era más suculento, y luego llevaron su atrevimiento al extremo de meterse en los armarios. Ella se enfurecía, aplastaba las que podía, intentaba dispersar al resto, trataba inútilmente de cerrarles el paso. Su padre sonreía cuando la veía así.
—¡No sé qué te hace gracia! ¡Se meten por todas partes, en la basura, en el cajón de los cubiertos, en el armario de los platos, en todos los armarios! ¡Mire donde mire, siempre hay hormigas!
—Déjalas, son seres vivos igual que tú, no tienes derecho a matarlas.
—¡Se comen nuestra comida!
—Necesitan comer, como nosotros, y comen lo que encuentran. Para ellas la comida no es de nadie. Y en realidad es así. Es suya igual que nuestra. La encuentran y se la llevan.
—¿Y qué quieres que hagamos, que las alimentemos nosotros? ¡Cada vez habrá más!
—Guardaremos bien la comida, la cerraremos herméticamente para que no puedan llegar hasta ella, y que recojan solo las migas de pan o cualquier cosa que se nos haya caído y no vayamos a comer. Así nosotros tendremos nuestra comida y ellas la suya.
Se acostumbró, al fin, a poner a salvo la comida y a convivir con ellas. Y cuando dejó de mirarlas con odio, empezó a observarlas con curiosidad. A admirarlas, en cierto sentido, aunque sin dejar nunca de considerarlas unas intrusas. Eran persistentes y disciplinadas, y gracias a ello, y a pesar de su tamaño diminuto, acababan consiguiendo sus objetivos. Claro que también era cierto que lo hacían a costa de grandes pérdidas, que no parecían importarles. Lo único importante era el éxito del grupo, del hormiguero. Las hormigas individuales no contaban: podía matar a diez, veinte, cien, en el camino a la cocina, y al poco rato otras tantas llegaban para reemplazarlas. Veía en ellas algo así como la conciencia colectiva de que hablaba su padre, y esa visión a la vez la fascinaba y la asustaba. Parecía que cada hormiga no fuera en realidad un individuo, sino solo un órgano de un individuo superior, que las utilizaba para conseguir lo que quería de forma parecida a como nosotros utilizamos las manos o los pies. Un órgano que se regeneraba cuando lo perdía, como la cola de una lagartija. Pero si la conciencia universal que buscaba su padre era algo parecido a eso, entonces se trataba de que solo hubiera un individuo: en el caso de las hormigas, el hormiguero, y en el caso de las personas… no podía imaginarlo. Si ese era el objetivo que perseguía la meditación, entonces ella, y su padre, y su madre, serían órganos perfectamente reemplazables. Y eso no podía ser así: su padre no era reemplazable, a ella no le serviría cualquier otra persona. Y su madre, aunque no la había conocido, tampoco podía ser cualquier otra persona, tenía que ser ella, su madre, la que sonreía con un lunar pintado en la frente en aquella foto tan grande que tenía en la pared de la habitación. Y ella misma… ella misma no podía ser reemplazable para su padre, ni para sus abuelos, pero es que además… ella era ella, aunque fuera solo una niña. Quizá no era importante, pero era ella, y si ella… dejara de existir, nada sería igual, porque ella ya no estaría: no podía aceptar que el mundo siguiera siendo el mismo si ella ya no estaba. Ella miraba, veía, sentía, pensaba, recordaba, lloraba… Si llegaba a integrarse en una conciencia universal, ¿Qué pasaría con todo eso? ¿Se perdería para siempre? Eso… ¿Era bueno, eso?
—Lo siento, doctora. No voy a tramitar su petición de información sobre los datos captados por el telescopio Cherenkov. Pero quiero tranquilizarla: hay equipos muy competentes analizando esos datos. Usted debe mantenerse centrada en entender la naturaleza física de la TA; para eso está aquí. No deje que los acontecimientos recientes la aparten de las líneas de investigación que estaba siguiendo.
—Precisamente por esa razón necesito los datos. Si los rayos gamma han interferido con la TA, saber cómo lo han hecho puede ser el mejor camino para entender su naturaleza.
—Como le digo, otros equipos están analizando esos datos y le harán llegar inmediatamente cualquier hallazgo que pueda ser relevante para su trabajo. Porque, créame, doctora: soy perfectamente consciente de que es usted quien está llevando a cabo la investigación más importante en este momento, la fundamental. Solo cuando conozcamos a fondo la naturaleza de la TA podremos utilizarla con seguridad y defendernos de cualquiera que pretenda atacarnos a través de ella. Me ocuparé personalmente de que le llegue toda la información que la pueda ayudar, pero no se distraiga, por favor. No podemos perder el tiempo.
—Esta no es la manera correcta de trabajar, director. Será muy conveniente para la seguridad, pero es desastrosa para la investigación científica.
—No quisiera verla desanimada; espero que todo esto no le haga perder el pulso que le ha permitido conseguir tantos éxitos durante su carrera profesional. Mire, se lo intentaré hacer entender de otra manera. Yo tengo formación militar, como bien sabe. También tecnológica, pero me considero ante todo un soldado. Sé que la milicia no está muy bien vista por los científicos, y menos aún por los intelectuales, pero creo que es una valoración errónea producto del desconocimiento. En el ejército, cada uno debe cumplir sus órdenes; cada uno debe utilizar lo mejor de sí mismo, su inteligencia, su fortaleza y su habilidad, para cumplir con la parte del plan que le ha sido encomendada. La mayoría de la gente piensa que la obediencia militar es deshumanizadora, como si el militar que obedece órdenes no fuera más que un robot que otros han programado. Yo no la veo así. En absoluto. La guerra es la empresa más importante que una colectividad puede emprender: está en juego su propia supervivencia. Y es una empresa muy compleja. La organización militar no es, en el fondo, muy diferente de la organización de cualquier otra empresa o proyecto colectivo: se analiza la situación, se toman decisiones, se ponen los medios, se ejecutan. La diferencia es que en el ejército las órdenes no se discuten. Se obedecen. Y no estoy de acuerdo en que se diga que se cumplen ciegamente. Se cumplen inteligentemente, eficazmente, pero, eso sí: no se cuestionan. No porque el soldado carezca de suficiente inteligencia o de espíritu crítico, sino porque esa no es su misión. Otros, más capaces o por lo menos más preparados, y que, sobre todo, tienen toda la información disponible, han tomado las decisiones que han creído mejores. Quizá se equivoquen, dirá usted, y yo responderé: no sabremos si se han equivocado hasta que sus decisiones se hayan puesto en práctica, hasta que veamos si su plan ha tenido éxito o no. Y que su plan tenga éxito depende en gran medida de lo bien que se ejecute. Si quienes han de hacerlo lo cuestionan, vacilan y no cumplen con rigor su papel en el diseño global, el fracaso está asegurado, pero no porque las decisiones estuvieran equivocadas sino porque no se han ejecutado correctamente. En cambio, si cada uno ejecuta su parte en el plan con entrega e inteligencia, la cosa es bien distinta. Y digo con entrega e inteligencia, no ciegamente, sino lo contrario: con los ojos bien abiertos. Eso sí, enfocados en su objetivo y nada más. No deben distraerle otras cosas que suceden a su alrededor y que no son asunto suyo, sino de otros que saben lo que tienen que hacer y lo hacen también con entrega e inteligencia. Si las cosas se hacen bien, si cada uno se centra en el papel que le han encomendado, entonces incluso un plan mediocre puede llegar a producir una gran victoria. El ejército es la forma superior de vida colectiva; las personas que forma parte de él componen una entidad que es más poderosa que la suma de todas ellas, porque está bien organizada y cada uno cumple su papel, los que analizan, los que deciden, los que organizan, los que implementan, los que ejecutan. Esa organización, esa disciplina, si quiere llamarla así, hace posible una forma de integración que produce algo mayor que la simple agregación de los componentes. En cambio, si pensamos en la sociedad en general, y mucho más en el ámbito político, me duele decirlo, pero así es como lo veo, sucede lo contrario: las discrepancias, la defensa de los intereses individuales o de grupo, dividen, enfrentan, anulan esfuerzos, y el resultado final es menor, más pobre, más ineficaz, más imperfecto, que la suma de las partes. Doctora: cumpla lo mejor que pueda la misión que tiene asignada, que, ya le digo, es la más importante en esta crisis, y entre todos conseguiremos salir adelante de la mejor manera posible.
—No estará sugiriendo que vamos a ser militarizados… ¿O es que ya lo estamos?
A la salida de su reunión con el director, a Semperviva se le pasó por la mente la imagen de un ejército de hormigas uniformadas y se preguntó qué tipo de hormiga era ella en esa organización. «Una que no acaba de aprender cuál es su papel», se dijo.
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