Ella miraba a las estrellas y se olvidaba de crear el tiempo. Eso provocan las estrellas, que dejemos de crear el tiempo. Porque son pequeñas, porque están lejos, porque no se mueven. Porque son inofensivas, porque son inalcanzables, porque son permanentes. Pero titilan y parecen estar vivas, y ella admiraba y envidiaba su forma superior de vida. Y deseaba ser como ellas, y estar unida a ellas, y sentía como si viniera de allí, y era como si al mirarlas evocara una unidad anterior, primigenia.
Cuando de niña miraban juntos las estrellas, su padre creía percibir un cierto mensaje de permanencia. Ella no, porque no hablaban con palabras, pero sabía que él iba a irse y necesitaba aferrarse a la permanencia. Luego apareció la telepatía asistida y trajo la posibilidad de entenderse con ellas sin palabras. Para entonces, la niña se había convertido en una investigadora prestigiosa en el campo de la física cuántica y solo estaba dispuesta a aceptar lo que pudiera demostrarse científicamente. Aunque seguía oyendo la voz de su padre: «Los científicos miran la noche estrellada y hacen como si no fuera bella, como si eso no fuera importante».
Quizá haya un camino para entender la telepatía, a las estrellas, a su padre. Quizá su nueva teoría ayude. Pero recorrer ese camino provocará un cambio personal y también colectivo, y hay fuerzas que se oponen al cambio, poderosas como demonios. Habrá encuentros, habrá pérdidas. Amor, dolor, resentimiento, esperanza. Y la voz de su padre: «Si pensaras que lo que puedes conseguir es tan bueno, tan importante, que cuando lo tengas te parecerá que todo lo que has hecho hasta entonces no vale nada, ¿no crees que deberías olvidarte de todo lo demás y dedicarte solo a conseguirlo?».